Todo empezó en Albacete, ciudad en la que nunca suele empezar nada.
El pasado martes 9, Día Internacional del Laicismo y la Libertad de Conciencia, de repente, mientras sonaba el burrito sabanero de Bisbal a toda pastilla, apareció por la calle Ancha una muchedumbre vociferante que gritaba: «¡¡Arrepentíos, pecadores!! ¡¡Ha llegado el fin del mundo!! ¡¡La Virgen de los Llanos ha sido destronada!!» En efecto, el mismísimo alcalde, Manuel Serrano, sostén y títere de la extrema derecha más esperpéntica, había sacado la imagen del ayuntamiento en brazos y la había depositado en la escalinata de la catedral, de donde, según sus propias palabras, «nunca debió salir». Las muestras de histeria colectiva se multiplicaron. Unos se disciplinaban las espaldas con los cinturones, otros se golpeaban el pecho, no pocos se hincaban de rodillas y miraban al cielo esperando al dragón del apocalipsis… Todo se agravó cuando los concejales socialistas publicaron un documento por el que se comprometían a no asistir a ceremonias religiosas «por representar una conducta discriminatoria hacia el resto de confesiones y opuesta a la necesaria neutralidad que las instituciones deben mantener al respecto». Mucha gente entró definitivamente en pánico. Entre tanto, muy astutamente, Nieves Navarro, concejala de Unidas Podemos, tapió la capilla municipal por si acaso los susodichos representantes públicos recibían una contraorden, o sufrían otro sinapismo y cambiaban de opinión.
Pero la conmoción no quedó circunscrita a Albacete. Ni más ni menos que García-Page, monaguillo honorario del arzobispado de Toledo, declaró ese mismo día que había decidido no participar nunca más en la procesión del Corpus, «aunque el Niño Jesús llore y probablemente me castigue». Poco después, durante la sesión de control al gobierno, Pedro Sánchez afirmó en el Congreso que «la religión saldrá definitivamente del sistema educativo antes de que acabe la legislatura», porque «el objetivo fundamental de la educación es fomentar el pensamiento crítico, no el pensamiento mágico». «En cualquier caso», añadió, «los padres que lo deseen pueden llevar a sus hijos e hijas a catequesis y manipular su conciencia a su antojo en el ámbito privado». Sorprendentemente, Núñez Feijóo, líder de la oposición mientras Díaz Ayuso lo consienta, corroboró: «Por una vez estamos de acuerdo con usted, señor Sánchez, al césar lo que es del césar, y a Anotop At lo que es de Anotop At. Es más, el estado debe dejar de ser el recaudador a domicilio de la Iglesia Católica. Las iglesias, incluyendo la del Espagueti Volador, se deben sostener por sus propios medios.».
Desde luego, nunca se había visto nada igual. Todos los cargos públicos que hasta entonces se habían distinguido por su papanatez o su manifiesta ambigüedad, ahora defendían la separación iglesia-estado como paladines. Pronto se empezó a especular en las calles, en las cafeterías, en las tertulias radiofónicas… ¿Qué había sucedido? ¿Qué demonios había provocado un giro tan copernicano? Algunos analistas apuntaban a una actualización espontánea en un sentido democrático del pensamiento político español, o sea, a una especie de mutación cognitiva. Pero eso no parece muy probable a la vista de las actuales tendencias mundiales. Otros, basándose en el testimonio de varios testigos que afirman haber visto a miembros de círculos laicistas albaceteños rociar con esprays los alrededores de la casa consistorial, comenzaron a hablar de ataques bacteriológicos con algún tipo de virus de origen volteriano. «Se trataba de un aroma delicioso e irresistible que te volvía así como incrédulo», explicaron algunos de ellos. En cualquier caso, los y las responsables de Europa Laica se muestran encantados: «No sabemos cómo se ha producido el “milagro” pero, de cualquier modo, celebramos que por fin se extirpe el nacionalcatolicismo de nuestras instituciones. La Transición solo se cerrará cuando se exhumen los más de 100.000 cadáveres que siguen en fosas comunes, la ciudadanía pueda elegir entre monarquía o república y ninguna confesión parasite al estado».
Por desgracia, no queremos ser aguafiestas, pero parece ser que los efectos del virus volteriano son pasajeros. Fuentes bien informadas nos aseguran que, desde que las encuestas lo señalan como el líder más valorado entre los votantes de derecha, el presidente regional no ha dejado de levitar por los pasillos de Fuensalida como hacen los místicos y las místicas, o los flipados y las flipadas. Así es que…
