Bueno,
mejor dicho, hasta ahí casi todo bien, incluyendo que el éxito de Podemos hizo
a otras fuerzas políticas despertar del aletargamiento más o menos profundo en
el que vivían. Pero ya en las europeas comenzaron las contradicciones entre el
discurso y los hechos. En efecto, para pasmo de todos, el
logotipo de las papeletas de una organización que presumía de asamblearia e
híper democrática fue el rostro del líder, algo que ya había hecho Ruiz
Mateos en 1987 pero que resultaba absolutamente impensable en un entorno
ideológico de izquierdas. Luego conformaron sus órganos de dirección mediante las
denominadas listas-plancha, que acabaron imponiendo las candidaturas del
aparato y laminando la discrepancia interna.
Y como estrategia para ganar apoyos entre un sector ideológicamente
amorfo, comenzaron
a reivindicar la “centralidad” del tablero y enfatizaron la negación del
eje izquierda-derecha como algo propio del pasado. Y lo consiguieron. Durante
un tiempo los sondeos situaban a Podemos como primera
fuerza en intención de voto… ¡hasta que apareció Ciudadanos y deslumbró a
un elector centrista, y quizá algo mojigato, que se encuentra mucho más cómodo
con un tipo modoso y clásico como Albert Rivera que con un “vedijas”
bolivariano como Pablo Iglesias! Ah, y entre tanto, en el proceso de conquista
del frágil y volátil votante de centro, Podemos se dejó por el camino a muchos
activistas de izquierda, gente curtida, combativa y coherente, que, después de
toda una vida luchando, no estaban dispuestos a negarse a sí mismos. Desde
luego, daba la impresión de que los mismos que habían llevado a cabo una
lectura estimulante y transformadora de la realidad social un tiempo antes,
ahora se dejaban líneas y hasta párrafos enteros sin leer.
Y eso,
soslayar a tu base electoral, no es lo más inteligente. En las últimas
elecciones Podemos
no ha pasado de la tercera posición en ninguna autonomía, y en Castilla-La
Mancha obtuvo tan sólo un
9’73%. Pero es que además tampoco es justo, porque la gente se merece un
respeto. De igual forma que no es justo menospreciar e insultar
a Izquierda Unida, como ha hecho Pablo Iglesias recientemente, porque
supone menospreciar e insultar a sus afiliados, a sus simpatizantes y a sus
cientos de miles de votantes. No es eso lo que la sociedad está demandando de
políticos de su talla y amplitud de miras. Al contrario. Las últimas elecciones
han sido un clamor por la unidad. Si los líderes de Podemos no son capaces de releer
adecuadamente la actual situación sociopolítica, puede ser que algunos se
queden “cociéndose en su salsa
de estrellas rojas”, como afirma Pablo Iglesias, pero también puede ser que
otros terminen cociéndose estérilmente en la inopia de sus propios círculos.