sábado, 27 de agosto de 2016

LAS RAÍCES DE LA HOMOFOBIA

Como sabrán los lectores, la semana pasada una chica y dos chicos de Albacete sufrieron un ataque homofóbico por parte de unos energúmenos que les insultaron, golpearon y persiguieron. Antes que nada, queremos expresar nuestra solidaridad con las personas agredidas y reconocer la importante labor de información, asesoramiento y denuncia que está llevando a cabo en nuestra ciudad la Asociación Abanico. Por otro lado, no podemos dejar de aprovechar la ocasión para mostrar nuestro desprecio hacia todos esos macheras cobardes y mediocres que suplen con testosterona la carencia de neuronas. El filósofo Feuerbach dijo que somos lo que comemos, pero quizá algunos son más bien lo que descomen.

Parece claro que la deriva conservadora que padecemos está contribuyendo a multiplicar las agresiones machistas hasta extremos que hace unos años no habríamos imaginado, pero también resulta evidente que el fenómeno hunde sus raíces en lo más profundo de nuestra historia. Si queremos luchar eficazmente por la igualdad, quizá convendría recordar algunas cuestiones.

En principio, ciertas sociedades condenan la homosexualidad y el derramamiento de semen (el onanismo bíblico) y practican la poligamia como parte de una estrategia global de supervivencia del grupo en entornos medioambiental o humanamente hostiles. Simultáneamente, dichos condicionamientos materiales generan ideas e ideologías que, muy pronto, se convierten en herramientas de control por parte de castas sacerdotales y aristocráticas masculinizadas y conectadas entre sí. En el caso de nuestra civilización judeocristiana, la iglesia católica ha perseguido históricamente la homosexualidad por considerarla un fenómeno contrario al orden natural y, por lo tanto, a la voluntad de Dios, que lo ha diseñado. El argumento resultaría casi cómico si no hubiese ocasionado tanto sufrimiento. En primer lugar, porque no se puede conocer la voluntad de algo que no existe; y, después, porque natural es lo que se halla en la naturaleza, y en la naturaleza está representada toda la diversidad de conductas sexuales que se pueda imaginar, tal y como ha demostrado el biólogo Bruce Bagemihl en su copioso y documentadísimo libro La Exuberancia Biológica: la Homosexualidad Animal y la Diversidad Natural. De modo que no, la naturaleza no justifica ningún tipo de Inquisición. La realidad es  más simple y, si se quiere, más grosera: las iglesia, y el poder en general,  ha perseguido históricamente a las mujeres libres, a quienes han practicado libremente la sexualidad y a quienes han pensado o creído libremente porque la libertad destruye el miedo, que constituye el cimiento de su existencia.

Dicho de forma genérica e híper breve, así han venido siendo las cosas tradicionalmente en nuestra sociedad. Lo que resulta alucinante es que, bien avanzado el siglo XXI, el pensamiento machista y homófobo no sólo permanezca presente, sino que siga creciendo y alimentando conductas como las que comentábamos al comienzo del artículo. Por ello, necesitamos urgentemente adoptar medidas que vayan más allá de pequeños retoques legales paliativos e incidan directa y contundentemente en las raíces del heteropatriarcado. Así, por ejemplo, el Estado debería dejar de financiar inmediatamente a todas aquellas sociedades, confesiones o clubes que no reconozcan la igualdad radical entre las personas de distinto sexo, excluyan a la mujer de su estructura organizativa o pretendan menoscabar de cualquier modo los derechos de la comunidad LGTBI. Por otro lado, debemos abolir ya mismo un sistema educativo basado en las proezas de machos alfa territoriales (reyes, generales, próceres, oligarcas) y sustituirlo por otro que reconozca el protagonismo de las mujeres en los diversos aspectos de la vida y plantee el progreso humano como resultado de la cooperación y el esfuerzo colectivo. Sin un cambio cultural profundo, los cambios legales son insuficientes.

En fin, eso para ir abriendo boca.

Ah, y se nos olvidaba lo más inmediato para avanzar en igualdad y combatir la homofobia: echar del gobierno a un Partido Popular que recurrió la Ley del matrimonio igualitario ante el Tribunal Constitucional, que suprimió la asignatura de Educación para la ciudadanía porque en ella se hablaba de que actualmente hay familias distintas a la tradicional y que tolera con naturalidad las patochadas machistas de los bocazas con cargo que tiene repartidos por toda España.


domingo, 21 de agosto de 2016

POLÍTICOS OLÍMPICOS


Rajoy andaba comentando: oye, y como las olimpiadas son cada 4 años, igual que las elecciones, lo mismo podemos copiarlo: si no ganamos las medallas que queremos, podemos repetir las olimpiadas una y otra vez hasta que los demás se aburran y nos den por ganadores a nosotros. Su asesor miró al cielo, susurró un ¡señor qué cruz! y pensó que lo mismo no era mala idea que el Gobierno hiciera ir a políticos y autoridades a las olimpiadas, y ya lo apañarían para que don Mariano se luciese sobre los demás. Dicho y hecho, se avisó al resto y salió una expedición.

El abanderado fue el señor Rafael Hernando, quien extrañado (y molesto) porque en el escudo de la bandera no hubiera ningún aguilucho, decidió poner unas gaviotas por su cuenta: ¡mire jefe que chulas, mire jefe! repetía incesantemente.

El rey bis Juan Carlos pidió ser, como dios manda, el primero en actuar. Lo haría en la prueba de tiro olímpico, en la modalidad de “rifle de aire 10 metros”. La sorpresa saltó cuando apareció en la pista con un “SSK 950 JDJ” el rifle de caza más potente del mundo. Comenzó a disparar e igualmente no dio ni una en diana, pero un grupo de lacayos no paraban de recoger palomas, conejos y otros bichos vivientes que pasaban por allí. Incluso a alguien le dijeron que iba muy elegante, y con su sordera senil le pareció oír ¡un elefante! y llegó a encañonar a un juez.

Luego fue llamado Alberto Garzón, quien al ir a pronunciar su deporte elegido, fue rápidamente increpado: Tú no eliges, tú directamente a correr obstáculos. En fin, parecía estar haciendo una buena carrera aunque curiosamente no salía nada por las pantallas del estadio. Perdió la cuenta de las zancadillas recibidas. No hubo ningún seguimiento mediático.

Vino después Albert Rivera, quien se empeñó en saltar longitud estilo Fosbury: quiero llegar lejos pero elegantemente, dijo antes de meterse la tremenda leche. Luego, recapacitó y pidió que él haría la misma prueba que Rajoy, para echarle un cable si precisaba.

Llegó el turno de Pablo Iglesias, quien dejó claro que él quería dar un salto de altura. Todo pintaba bien, pero resultó extraño que no dejara de arengar ni durante la carrera, y que en el salto mirara mientras seguía dando un mitin a la cámara. No llegó a dar el salto lo suficientemente alto. Criticado por su estrategia en la prueba, afirmó que no entendía cómo lo acusaban de falta de horizontalidad, si él todas las órdenes que daba se le ocurrían estando tumbado.

Saltó entonces Pedro Sánchez: Yo esgrima. Lo tenía claro, para él eso de que hubiese más de uno o una peleando en pista era una modernez de perroflautas, y la cosa es mejor mano a mano, entre dos. Así se acercó al depósito, y para empezar a competir cogió el florete con la izquierda, pero siempre intervino luego con la derecha. En fin, lo de siempre, ya saben.

Y llegó el turno de Mariano Rajoy, quien se dispuso a demostrar que "España es una gran nación y los españoles muy españoles y mucho españoles”. Primero valoró hacer deporte de aguas tranquilas, no porque la tradición sea buena para los españoles y españolas, sino pensando en competir con algún yate de uno de sus amigos. Luego cayó en que lo mismo se cruzaba con alguna patera de inmigrantes o refugiados que a él tanto gustaba putear, y con gesto asqueado cambió de idea. Pensó entonces en la metáfora que supondría participar en algún lanzamiento, por lo de relanzar España, y allá que fue con toda su corte de acólitos. Al ir a tomar una jabalina, las decenas que había preparadas, habían desaparecido. También habían abandonado el grupo de apoyo algunos de la Gürtel. Fue entonces a coger un disco. Igualmente no quedaba ni uno, al tiempo que también se veía alejarse corriendo a los del grupo pepero de Valencia. Igual pasó con peso y martillo. Su gente arrasaba con todo allá por donde pasaban. Pidiéndoles un esfuerzo de contención a los pocos que quedaban, los llevó a una extraña pista para hacer finalmente su prueba de 10 metros lisos: Era curiosa. Corría en solitario, una cla coreaba “Mariano, sé fuerte”, estaba cuesta abajo, Rivera le iba alisando el terreno, los árbitros pertenecían a una rara federación cuyo escudo eran dos gaviotas y mientras, un esgrimista aplaudía desde la grada. Para cuando fueron a apagar el pebetero, este también había desaparecido.





domingo, 14 de agosto de 2016

Más alto, más bajo; más rápido, más lento


Los Juegos Olímpicos, recuperados para celebrar la paz entre las naciones, se han convertido desde hace décadas en un acontecimiento mundial. Guste el deporte o no, humanamente es emocionante asistir al esfuerzo de personas de todos los continentes que se han sacrificado durante años para conseguir un sueño, ya sea ganar o simplemente participar.

Sin embargo, hay muchas medallas podridas rodeando a tanta grandeza humana. La primera, el negocio en el que el capitalismo ha convertido al deporte: todo está cargado de publicidad, todo se vende, todo se compra… hasta el alma de los atletas que desgraciadamente se venden a las redes del dopaje a cambio de resultados.

La segunda medalla de la podedumbre es que unos juegos multimillonarios se celebren en un país tan desigual que, en realidad, no podemos hablar de que en Brasil haya grandes bolsas de pobreza, sino de que existen bolsas de riqueza rodeadas de un mar de marginalidad.

La tercera agria medalla, en la que nos detendremos, es la de que los loables sentimientos de fraternidad humana que aparecen ocasionalmente en los Juegos queden en realidad ahogados por el egoísmo nacional y la hipocresía.

Pongamos un ejemplo de ello: es difícil no emocionarse con la historia de los atletas que han participado bajo la bandera del COI porque sus países no pueden competir en los Juegos debido a las guerras. En la inauguración de los Juegos el estadio olímpico aplaudió a rabiar a esos pocos valientes atletas, y seguramente un escalofrío recorrió a millones de personas que veían la escena por televisión. Especialmente emotiva es la historia de la nadadora siria Yusra Mardini, que tuvo que nadar para salvar la vida de una barca de refugiados. En esos momentos, casi mágicos, parece que todo el planeta se sintiera solidario y comprensivo con el drama de los que sufren la guerra y la persecución. Pero un día después, y especialmente en los países más ricos del mundo, la magia desaparece y la indiferencia y la hipocresía vuelven a levantar su muro. Cerrando los ojos o mirando hacia otro lado, estos países dejarían que otra Mardini se ahogara, levantarían un muro más alto para que otra Mardini no entrara en su país, tenderían alambradas más cortantes para que otra Mardini no pudiera saltar ese muro. También harían algo más, mentir: batiendo el record del mundo de lentitud, algo de lo que sabe mucho Mariano Rajoy, prometerían acoger a 16.000 refugiados, para luego ayudar solamente a unos centenares, como ha hecho vergonzosa e inhumanamente el gobierno español.

¿Qué nos sucede, en qué tipo de alimaña nos hemos convertido? ¿Se nos saltan las lágrimas desde el sillón con la historia televisada del esfuerzo de una atleta a la que, sin pestañear, hubiéramos dejado ahogarse? Melissa Fleming, responsable de comunicación de ACNUR, ha señalado en varias intervenciones tan sólidas como escalofriantes que occidente, y Europa en especial, ha decidido que no le importa la vida de otros seres humanos. Que el miedo a los cambios pesa más que su humanidad. Que el miedo a perder un poquito de bienestar, a convivir con otros seres humanos diferentes, pesa más que los miles de cuerpos hundidos en el Mediterráneo. Así es también nuestra sociedad, de espíritu tan elevado en ocasiones, tan rastrero en otras. Así son nuestros estados y nuestros gobiernos, tan rápidos en defender sus intereses por la fuerza, tan lentos como Rajoy cuando no les importa el sufrimiento de los demás. Tan altos, tan bajos; tan rápidos, tan lentos. Tan magníficos, tan inhumanos.






sábado, 6 de agosto de 2016

PURO TEATRO



El panorama político de nuestro país está complicado, apasionante y tan subido de tono que los estudiosos del cambio climático ya tienen otro elemento más que justifique este calentamiento global.

La inacabada investidura de Mariano Rajoy está siendo el culebrón de este verano, donde la mayoría de españoles no sabe en qué puede quedar esta operación para nombrar al jefe del ejecutivo. Desde lejos se ve difícil salida y lo mismo la flacidez de algunos puede provocar una “investiblanda”, con la hipotética formación de un gobierno débil y sin apoyos parlamentarios para seguir aprobando e implementando unas leyes regresivas, que muy poca gente desea.

Nosotros pensamos que todo es mucho más fácil, que flota en el aire un ambiente, un olor a postureo, a representación teatral, con cinco personajes que van desgranando día a día su inefable papel. Es teatro programado, puro teatro de enredo para entretener y confundir a los sufridos espectadores, con un final cuasi previsible y no deseado por muchos. La acción de esta tragicomedia inacabada, transcurre en nuestros días. El primer acto se desarrolla a finales del año 2015 y, el segundo, en el tórrido verano de 2016. Decimos que es una obra inacabada porque cabe la posibilidad de escribir una apoteósica tercera parte que se centre en la navidad de 2016. Nuestros personajes deambulan como sonámbulos con sonrisa fingida entre el Palacio de la Zarzuela, el Congreso de los Diputados y las sedes de los partidos políticos (se incluye también la que se reformó con dinero negro en la madrileña calle Génova). Entre consultas, propuestas de humo, apretones de manos, cobras, abstenciones técnicas, escuchas activas, un no es un no y un posible gobierno alternativo de progreso se centran las discusiones de los protagonistas.

¡Menudos actores políticos tenemos en escena! El rey impuesto, que con su infalible dedo designa al que quiere se haga con las riendas de la cosa. Mariano, el elegido, el que “no sabe nada de los pestilentes olores de su casa”, al que en principio nadie apoya. Albert, el voluble, el que cambia su no por una abstención técnica, el que achica agua para que no se ahogue el régimen; Pedro, el opositor incansable, observado con lupa y fustigado por los suyos para que sea “responsable” y facilite la tarea al elegido. Y por último Pablo, el rechazado, el marginado por el miedo al necesario cambio social, la esperanza con coleta de un sorpasso fallido, agazapado por si surge la posibilidad de apoyar otra investidura alternativa.

En esta representación teatral también hay un coro de apuntadores para que Pedro cambie su guión, son la derecha socialista con González a la cabeza. Son unos glosadores que han salido de sus sarcófagos de oro para tutelar que el giro sea siempre a estribor.

Mientras tanto, en el patio de butacas, a los espectadores fieles votantes socialistas les da una cosica ver a Albert, la gran apuesta de acuerdo de Pedro Sánchez desarrollado en el primer acto, loquico perdido porque gobierne Mariano. Es como cuando un ex o una ex se hacen íntimos de tu enemigo, después de tantas conversaciones poniéndole a parir.

El final previsible de este teatro está más que cantado. Mariano obtendrá el apoyo de esa "organización criminal", de los suyos, y de los azules anaranjados que después de la escucha activa darán un gran sí, a cambio de los, en otro momento, denostados sillones. Y Pedro ¿qué hará al final del segundo acto?, Pues, si nadie lo remedia, hará caso a sus apuntadores, a la derecha socialista, al IBEX35, a la derecha mediática y se abstendrá para facilitar el desgobierno a la mafia corrupta, con 20 millones de demócratas en contra.

Todo lo anterior es puro teatro, ficción, un juego de tronos a la española. Pero para finalizar nos centraremos en la realidad, donde unas terceras elecciones saldrían más baratas que otros cuatro años de saqueo del PP, que si accede a gobernar, una vez tomado el poder, seguiría repartiendo riqueza y prebendas entre una minoritaria élite, y miseria, pobreza, desdicha y sufrimiento entre la mayoría social. ¿Sería un fracaso? Ni mucho menos, pues hay vida mucho más digna si se celebraran otras elecciones que asumir la putrefacción.

Es imprescindible cambiar la deriva de este país saqueado material y psicológicamente por estos bárbaros, han logrado que un gran numero de ciudadanos y ciudadanas asuman y callen todas las tropelías de estos fieles seguidores de Bilderberg y la Troika. Sí, es apremiante dejar atrás a este partido que no quiere llamar derecho a un derecho, no quiere llamar matrimonio a un matrimonio, no quiere llamar imputado a un imputado, pero quiere llamar trabajo a cualquier basura.

Nosotros ni olvidamos, ni perdonamos. No perdemos la esperanza. Es posible conseguir un gobierno alternativo de progreso, condenando al ostracismo a Don Tancredo, junto a la derecha más rancia de este país. Si eso no fuera posible, el tercer acto estaría por escribir con un final abierto, participativo, ilusionante, más cercano, …


Teatro, lo de esta gente es puro teatro. Falsedad bien ensayada, estudiado simulacro...”