domingo, 25 de febrero de 2018

Violencia consentida, ¿violencia promovida?

Ayer por la tarde mi familia había planeado un paseo por el parque y el centro de la ciudad. Un paseo muy entrañable, todos juntos, desde los abuelos hasta los más pequeños, pero el caso es que tuvimos que dejarlo para otro día: los clientes de la tienda de pasteles de nuestro barrio, “Milhojas de Merengue, Sociedad Anónima”, se había citado para pegarse con los clientes de la tienda del barrio vecino, “Pasteles de Riñón de Chocolate, Sociedad Anónima”. Como en otras ocasiones, destrozarían la ciudad, romperían las papeleras, incendiarían contenedores e intentarían matarse entre sí, causando heridos y muertos entre la policía y otros ciudadanos… y el caso es que dentro de dos fines de semana vienen a la ciudad unos adoradores del “Chocolate Belga”, uno de los clubes de gourmets de chocolate más fanático de Europa… así es que quizá es mejor que nos quedemos en casa encerrados hasta el verano. Así no gastamos y ahorramos para pagar más impuestos municipales, pues habrá que reponer todo lo que estas aficiones destrozan en la ciudad.
Absurda historia, ¿no? Pero ¿cómo hay que calificar el infierno que sufrió Bilbao el jueves pasado, con un ertzaintza muerto y docenas de heridos entre ultras rusos y vascos? ¿Y cómo se podría describir la ansiedad con la que la ciudad vasca espera la visita de los radicales del Marsella dentro de dos semanas? ¿Cómo es posible que tanta violencia premeditada, planeada, asesina, sea tolerada por los gobiernos europeos?
El fútbol puede ser un deporte emocionante o aburrido, eso es lo de menos. Lo importante es que la violencia está dentro del fútbol, irracionalmente extendida. La violencia, no mayoritaria, está vergonzosamente presente en los partidos de categorías infantiles, entre los jugadores, entre los padres. En categorías superiores, la violencia más extrema y preocupante se enquista entre aficiones y se apodera de las ciudades. Muchos futbolistas de alto nivel jalean a los radicales. Muchos presidentes de clubes cuentan con su apoyo. Los ultras se creen con derecho a que, una vez a la semana, toda la sociedad se paralice por su absurdo fanatismo porque los gobiernos y las entidades del fútbol consienten ese ejercicio de violencia extrema callejera.
Y, tristemente, vergonzosamente, indignantemente, se lo consienten a ellos y solo a ellos. Cuando los gobiernos quieren, dan órdenes precisas a la policía para impedir que los ciudadanos europeos entren en un país. Los retienen en la frontera, los detienen, los arrestan, los encarcelan, los expulsan de forma preventiva. Lo hacen así con todas las movilizaciones antiglobalización en Europa cuando protesta contra las cumbres internacionales de las organizaciones capitalistas.
Los gobiernos saben quiénes son los hinchas ultras, quién protege sus peñas en esas Sociedades Anónimas que son los clubes de fútbol. Saben cuándo y cómo van a actuar, cómo se desplazan… pero no hacen nada realmente serio y definitivo para terminar con ello. Las asociaciones del fútbol, nacionales e internacionales, podrían expulsar a los clubes con aficionados violentos, pero no lo hacen. Muchos clubes protegen a sus cachorros más agresivos. Se les consiente lo que no se le consiente a nadie, también en lo económico y, claro, la pregunta es ¿por qué?
¿Porque detrás de ese deporte lo que hay es una enorme cantidad de dinero, con mucho de opio televisivo para el pueblo? Qué respuesta tan simple, tan manida, pero nos tememos que tan cercana a la realidad. Y ahora viene la siguiente: ¿los gobiernos, por omisión, por complicidad con el fenómeno social del fútbol, promueven esta violencia? Si es así, ¿en la cuenta de quién hay que cargar la lista de los muertos, los heridos, el miedo, los daños materiales producidos por esta violencia?



domingo, 18 de febrero de 2018

VOTAR A LOS 16: ¿Y SI… SÍ?

Recientemente Unidos Podemos ha presentado una propuesta de reforma electoral que incluye, entre otras cosas, el voto a los 16 años. La noticia ha suscitado cierto debate, tampoco mucho, acerca de si una persona de esa edad dispone del grado de madurez suficiente como para ejercer con fundamento un derecho democrático tan “sagrado” como el sufragio, o no. Y la verdad es que la cosa tiene intríngulis. Porque un melón nos lo pegamos en la oreja, lo golpeamos con gesto de entendidos y enseguida sabemos (o decimos que sabemos) si está verde o maduro. Pero con la cabeza de un adolescente, afortunadamente, no podemos hacer lo mismo. De modo que, una vez más, se nos generan casi más preguntas que respuestas, de manera que, como hemos hecho en otras ocasiones, formularemos nuestras dudas en voz alta por si podéis echarnos un cable. 

En condiciones normales, los chavales cumplen los 16 el mismo año en que acaban 4º de ESO. En Lengua y Literatura realizan, por ejemplo, análisis sintáctico de oraciones subordinadas complejas: ¿no les permitirá esa refinada habilidad, quizás, desencriptar el significado de expresiones marianas como "Cuanto peor, mejor para todos. Y cuanto peor para todos, mejor. Mejor para mí el suyo. Beneficio político". Oye, ¿quién sabe? En Biología estudian genética: ¿no les sitúa ese conocimiento en una posición inmejorable para dilucidar si la tendencia a la corrupción en el PP se hereda o se adquiere con el tiempo y una caña? El temario de la asignatura de Economía parece una síntesis de toda la carrera: si los chicos y las chicas son capaces de estudiárselo, ¿no van a ser capaces de comprender que, si la previsión de inflación para 2018 es de un 1’5%, la subida de las pensiones de un 0’25% es una mierda pinchá en un palo que reduce evidentemente el ya mermado poder adquisitivo de nuestros mayores? Y así con todo. En clase deben embucharse toda la historia de Europa y España desde el siglo XVIII hasta prácticamente la actualidad: ¿qué porcentaje de votantes españoles superaría un examen básico en torno a esos contenidos? Si en ese mismo curso dan inecuaciones, trigonometría, estadística, combinatoria…, ¿no han adquirido una competencia matemática superior a la de una ministra que demuestra que no sabe sumar y restar cuando afirma que “nunca hicimos recortes” (a pesar de los 5300 docentes menos, los 3000 sanitarios menos, las 70 escuelas rurales cerradas…)? En definitiva, si les exigimos como a sabios, ¿es lógico tratarlos como niños?

O sea, que tenemos nuestras dudas. Somos conscientes de que la adolescencia es una edad plagada de turbulencias, sinrazones y conflictos. Pero ¿qué fase de la vida es un océano de paz? Que levante la mano (o tire la primera piedra) quien se considere un ser perfecto, completo y estable. Nuestra sociedad contempla las peores injusticias y los más despreciables abusos con una mansedumbre que raya la estupidez: ¿no resultaría saludable una inyección en vena de la rebeldía que, según los manuales de psicología evolutiva, caracteriza a esa etapa? Somos profesores. Nos consta que no todos los chicos y chicas de 16 años han alcanzado el punto óptimo de madurez, pero ¿es que lo ha alcanzado un pueblo que se empeña en votar mayoritariamente una y otra vez al partido más corrupto de Europa, que no tiene otro objetivo que desmontar los servicios públicos (educación, sanidad, dependencia, pensiones…) para que su entorno social y económico haga negocio a costa de los más débiles? ¿Qué madurez demuestra esos votantes adultos que sólo se movilizan con el fútbol, o cuando les pegan un capotazo con una bandera…? Los chicos y chicas de 16 pueden trabajar, pueden responder penalmente por sus actos y ¡pueden casarse! Lo dicho. Tenemos que pensarlo más despacio esto de que tengan, o no, derecho a voto. Y escuchar vuestras opiniones. Y quién sabe, a lo mejor no. Pero, como diría el filósofo manchego José Mota, ¿y si… sí?




domingo, 11 de febrero de 2018

POLÍTICOS DE CARNAVAL



Las carreras de la gente que llega desde las bocacalles al escuchar la música, la algarabía de niños adelantados, el vendedor de globos y las lentas motos de la policía local, anuncian que el desfile está al llegar. Un asesor habría lanzado la idea de que, ante la última pérdida de crédito generalizada de los/las representantes de la ciudadanía, estaría bien que se acercasen al pueblo y participasen de sus fiestas. Así que este desfile prometía, y la gente no se lo quería perder. El orden de aparición de personajes era (casi) siempre aleatorio.
Abrían la comitiva unos que parecían venir de Juanito Vaderrama y Dolores Abril. Venían cantando “peleas en broma”, esa canción que parece que se odian para acabar declarándose amor eterno. Lo único es que cuando llegaba el estribillo, el del sombrero cordobés en vez de decir “¡cómo no voy a quererte!”, decía “¡es el vecino el que quiere al queriente y es el queriente el que quiere querer al que se quiere!” Y claro, M punto Rajoy fue calado pronto. Quien le acompañaba cambiaba la letra de manera continua según soplara el viento, e igualmente el señor Rivera fue calado rapidito.
Les seguía Felipe VI, quien cantando la canción de su hermano Camilo, solo aludía a su forma de vida y a la de su familia: “¡Mooooola!¡maaaaazo!”, repetía una y otra vez. Doña Leticia, que otrora vistiera de Mari Carmen y sus muñecos, ahora aparece ataviada de doña Rogelia.
Venía detrás alguien cuyo flequillo le delataba. Disfrazado de El Fugitivo, Puigdemont escribía una carta a Junqueras: “Vamos, tranquilo que esto siempre ha sido así: por lo mismo, yo de derechas vivo como dios, y tú, de izquierdas, en la cárcel disfrazado de El Lute. No pasa náaa”.
Luego parecía llegar alguien disfrazado de Pablo Iglesias. Cuestionado por una joven y malpagada reportera, explicaba: “Realmente soy Pablo Iglesias, en persona, y gusto de disfrazarme de aquellos grandes personajes históricos, importantes para la civilización, y por supuesto, tras una decisión horizontal, he decidido disfrazarme de mí mismo”. Y siguió camino, siempre delante y molestando a uno disfrazado de Milhouse.
Venía también alguien disfrazado de Príncipe de Beukelaer: Alto, con porte, apuesto, dulce y sabroso a primera vista, pero que deshacía en cuando le intentabas sacar algo en claro. Sí, Pedro Sánchez había sido reconocido también.
Venía luego Eduardo Manos Tijeras. Difícil de identificar al inicio, sus incesantes palabras ya dieron una pista: “Lo recorto, lo recorto, lo recorto”. Si bien fue la peineta que le asomaba por arriba lo que terminó de aclarar que la Cospe no iba a faltar al acto, fuera en directo o en diferido.
Siguiendo peligrosamente cerca los pasos de Cospedal, un Rey Mago, porque Page era poco para él mismo. Una nube de palmeros a su alrededor no dejaba duda del paso del manchego. De repente, la Cospe cambió su ruta para saludar a un amigo, y él siguió nuevamente de cerca sus pasos, siempre en su camino.
Alguien mezcla de Don Vito Corleone y el tío Gilito, rodeado de los golfos apandadores, sentenciaba que Bárcenas y una buena representación de miembros del Partido Popular se aproximaban. Torquemada, disfrazado de Rafael Hernando (han leído bien), los vigilaba de cerca.
Andaba también un Yoda con los bolsillos llenos de billetes de 500€ preguntando por dónde se iba a Andorra. Era Jordi Pujol… ¿disfrazado?
Cruella de Vil no faltó, con su coche atropellando y con secuaces que se hacían ricos con fechorías. Mientras seguía insultando al policía municipal, este escribía su nombre en la multa: “Es-pe-ran-ci-ta”.
Un disfraz de vetusto madroño recibía vítores a su paso de ¡vetusta mola! ¡Carmena por allí!
Una Alicia en el país de las maravillas, que caminaba a dos palmos del suelo y solo se paraba para mear colonia, señalaba también la presencia de Arrimadas.
Pasó, como siempre, alguien vestido de El Zorro. Persiguiendo el mal y defendiendo el bien, de aquí para allá, intentado sumar peña a la causa... ¡Ay, Garzón!
Sin despegarse de la charanga y vestido de Travolta, Iceta era muy reconocible.
Y cerrando la comitiva, recogiendo cualquier moneda o cosa que se cayera (pero devolviéndola solo a los más ricos), Montoro disfrazado de señor Burns.


@CPuenteMadera

domingo, 4 de febrero de 2018

Experimentos

Las recientes noticias de cómo los fabricantes alemanes de coches han experimentado los efectos de los gases de los vehículos en monos y humanos es indignante pero, tristemente, no del todo sorprendente.
Desde que el mundo es mundo, como diría un castizo, el ser humano experimenta y experimenta, con el planeta, con otros seres vivos, con sus congéneres. Los fines pueden ser la investigación científica o sociopolítica, o el simple entretenimiento movido por la curiosidad; los métodos, desde los más inocuos a los más terribles.
Sobre los organismos humanos todos los días experimenta la ciencia cuál es el efecto de uno u otro medicamento, y tristemente se vale de la pobreza humana para ello. Antes se ensayan y prueban en esos pobres seres vivos que han tenido la mala suerte de coincidir con el homo sapiens sobre la faz de la tierra. Desde hace tiempo se sabe que grandes marcas comerciales occidentales prueban sus alimentos en niños africanos y asiáticos.
Sobre las sociedades el abanico de experimentos parece infinito. Se somete a un conjunto de individuos a una campaña intensiva de publicidad, azuzada por sus correspondientes intereses económicos, y se puede conseguir que sus individuos se interesen masivamente por un producto musical como Operación Triunfo (y consuman), por los concursos de cocina (y consuman) o por los móviles Apple de funcionamiento deliberadamente defectuoso (y los consuman). Se crea la necesidad de que se consuma una marca de crema de cacao como Nutella, y los individuos la consumen, e individuos que no están desnutridos casi mueren en la lucha por conseguirla más barata. Se crea la necesidad de un artilugio electrónico, una marca de ropa, unos zapatos, un lo que sea… y en las rebajas miles de individuos de sociedades desarrolladas se pelean hasta la muerte por conseguirlo unos euros más baratos. Conclusión: reduciendo a sus individuos de ciudadanos a consumidores, el capitalismo experimenta con las sociedades masas y las maneja a su antojo.
África ha padecido el experimento europeo de la ocupación colonialista e imperialista y la nueva dependencia del neocolonialismo económico: el resultado es un continente empobrecido y del que sus habitantes huyen, muriendo ahogados por miles en el intento. “La doctrina del shock” ha explicado cómo diferentes instancias políticas y económicas del capitalismo han experimentado, con el instrumental de la psicología social, con las sociedades a las que quieren conducir, sometiéndolas, por el camino del libre mercado.
A otro nivel nuestro país ha sido sometido en dos ocasiones al siguiente test político: pídale a los ciudadanos que voten a partidos que les roban y que les dan ruedas de prensa por plasma o que quieren gobernarlos por internet, pero que azuzan en las masas el sentimiento nacionalista. El resultado es el mismo: PP y Convergencia (o PDeCat) ganan las elecciones. El nacionalismo, donde sea, nunca falla en los ensayos: galvaniza las pasiones, evapora la racionalidad, descompone la solidaridad, precipita el odio y la agresividad, neutraliza la memoria.

La proximidad de las elecciones municipales (solo queda un año, eso no es nada) abre ahora en España un tiempo de análisis de experimentos políticos, cuyos componentes no son nuevos, pero cuyo resultado definitivo aún no es seguro: ¿sumarán Podemos e Izquierda Unida más juntos que por separado?, ¿superará o igualará la derecha de Ciudadanos a la derecha del PP?, ¿superará el PSOE su estructura medieval de baronías?, ¿se concederá el sobresaliente solo con matricularse a los niños y las niñas en los colegios, a los y las adolescentes en los institutos, a los y las jóvenes en las universidades… de la misma forma que a una niña llamada Leonor se le concede la condecoración del Toisón de Oro sin haber tenido tiempo ni de sacarse 1º de ESO? El ser humano, siempre experimentando…