Artículo
publicado en el diario La Verdad (Edición Albacete). 29/03/2012
No se les ve. No deambulan por las calles enarbolando ninguna pancarta.
No corean consignas. Pero existen. No son espectros. Tienen rostro, aunque a
veces se camuflen tras una máscara. Trabajan en la sombra. O directamente en
las tinieblas. Tampoco excluyen las cloacas como ámbito de acción. Son los
dueños del mundo. Los que planifican la economía en beneficio propio. Los que
programan las mentes. Hoy, día en que los trabajadores estamos llamados a la
huelga general, quizá convenga recordar que todos los avances democráticos y
sociales se encuentran siempre bajo la amenaza de lo que podríamos llamar, por
su naturaleza sinuosa y opaca, los
piquetes ocultos.
Cada vez que los
privilegios de los poderosos peligran en beneficio del pueblo, los piquetes ocultos
reaccionan rápida y despiadadamente boicoteando la acción del gobierno
establecido. Es su concepto de democracia. Las urnas se toleran solo si
ratifican el sistema vigente. Así, por ejemplo, en cuanto se proclamó la II
República los piqueteros económicos del gran capital extrajeron de España,
según datos de Jordi Palafox, en torno a mil millones de pesetas de aquella
época. ¿Cuántas escuelas se hubieran podido construir con ese dinero? ¿Cuántos
campesinos hubieran podido recibir una parcela con la que alimentar a su
familia? ¿Cuántas vacunas o cuánta penicilina se podrían haber comprado? En el
campo, muchos caciques negaban el
trabajo y el pan a los jornaleros comprometidos política o sindicalmente y, en
el colmo de la barbarie, popularizaron el grito: “¡Comed república!”. La historia
es bien conocida. Finalmente, los saboteadores se salieron con la suya con la
eficaz cooperación de una iglesia medieval y un ejército colonial despiadado.
Costó unos cuantos cientos de miles de muertos, y otros tantos exiliados, y una
dictadura ridícula que nos convirtió en el hazmerreír de Europa, pero el orden
social permaneció intacto.
Los piquetes ocultos
no conocen fronteras. El poder y el dinero son apátridas. El embargo impuesto
por EEUU sobre Cuba ha supuesto para este pequeño país, según datos de su
propio gobierno, la pérdida de 90.000 millones de dólares. De nada han servido,
al respecto, las innumerables condenas de la ONU, aprobadas por todos los
países integrantes excepto los propios EEUU, Israel, las Islas Marshall y
Palaos. Ya lo dijo Mussolini, lo de que el número es decisivo a la hora de
organizar las sociedades humanas no es más que una falacia. Para estos magos
del boicot, que el socialista Salvador Allende hubiese ganado unas elecciones
resultaba una minucia intrascendente. “Hay que hacer aullar de dolor a la
economía chilena”, advirtió Richard Nixon a Richard Helms, director de la CIA,
en septiembre de 1970. Y como reventando la economía chilena no se logró el objetivo,
dejaron que rematara la faena un tal Augusto Pinochet, quien, con un golpecito
de estado y unas cuantas desapariciones por aquí y por allá, consiguió
diligentemente que las cosas volvieran a su sitio.
Pero no queremos
ponernos dramáticos. Los piquetes oligárquicos que pululan actualmente por el
solar patrio no son tan bestias. Los tiempos han cambiado. Ahora, ante la
perspectiva de una huelga, basta con imponer unos servicios mínimos abusivos, a
veces de hasta el 100%. O mejor aún, recordarles a los trabajadores que, desde
la última reforma laboral, el despido es prácticamente gratis. Y punto. En una
época de precariedad e incertidumbre, un solo gesto de un empresario o de su
capataz correveidile es suficiente para disuadir a un obrero en situación
vulnerable. Eso sí, todo muy elegante, muy sutil, sin dejar demasiadas huellas
que evidencien la coacción.
Por eso, mientras
existan estrategias patronales y administrativas que perturben el ejercicio del
derecho de huelga, serán necesarios los piquetes sindicales. Estas células volantes
ofrecen la cobertura humana y material imprescindible para que muchos
trabajadores puedan actuar libremente. Son el símbolo de la solidaridad obrera,
y sus métodos pueden generar tensiones, pero nada comparable a la violencia
estructural que impone el sistema. La derecha cavernaria, valga la redundancia,
los demoniza con los exabruptos más feroces. Nosotros hoy queremos darles las
gracias por no faltar a la cita. Sin ellos, los piquetes ocultos impondrían la
ley del silencio, la dialéctica del miedo.