-Me estoy volviendo loco –murmuró para sí mismo-: ¡Es imposible que a
Albacete llegue una bandada de gaviotas!

-¡Haremosh como Diosh manda! ¡Shabemosh lo que tenemosh que hacer y
vamosh a hacerlo!
-¡Allí –vociferó señalando a Antonio-! ¡Un parado! ¡Un lastre social
que no ha sido capaz de competir para adaptarse a las exigencias de los
mercados! ¡A por él!
Antonio apenas tuvo tiempo para arrojarse al suelo y evitar los
picotazos de las aves. Una vez pasado el peligro, echó a correr sin rumbo fijo.
Todo lo que veía le infundía un profundo horror. Las gaviotas se habían hecho
las dueñas del territorio. A los ancianos que salían de las farmacias les
arrebataban con una pata los medicamentos y con la otra les hacían gestos
conminatorios exigiendo dinero. Enjambres de gaviotas invadían los centros
hospitalarios públicos y expulsaban a picotazo limpio a cientos de profesionales
sanitarios. Uno de sus gerifaltes las jaleaba altaneramente:
-¡No tengáis piedad! ¡Se pasan la mayor parte del tiempo durmiendo!
Por dondequiera que anduviese Antonio, el espectáculo siempre era el
mismo. Las gaviotas no atacaban a los bancos, ni a las grandes firmas
multinacionales, ni a los ricachones, ni a los que llevaban alzacuellos, pero
se ensañaban con los más vulnerables, con las personas dependientes y con los
bienes públicos. Así, una gaviota reidora, auxiliada por su hueste concejil,
utilizaba hábilmente su pico para colocar candados en las cocinas municipales,
el vivero, el refugio del Altozano, el matadero, el centro de medicina
deportiva… ¡Y todo ello sin dejar de sonreír y mostrar dentadura! Mientras
tanto, otro destacamento de gaviotas acosaba a los profesores interinos y
lanzaba sus deyecciones sobre los centros educativos públicos.

Aquello era una pesadilla. Pese a todo, Antonio, haciendo acopio de coraje, no dudó en perseguir a la bandada cuando esta comenzó a retirarse. Ya al borde de la extenuación, alcanzó a ver cómo se refugiaba en una nave gigantesca decorada con luminosos. El lugar parecía un macrocasino de Las Vegas, solo que coronaba la entrada una inmensa gaviota. Antonio penetró sigilosamente en el local y lo que contempló estuvo a punto de hacerle enloquecer. En efecto, allí estaban las gaviotas alimentándose de grandes contenedores en los que podía leerse: Neoliberalismo, Individualismo, Privatización, Nacionalcatolicismo, Revisionismo, Clasismo, Caciquismo, Segregacionismo, Intervencionismo, Nuclearización…
Sí, ¡solo podía ser un mal sueño! Salió corriendo despavorido y, ya en
el exterior, le gritó a la nada:
-¡¡Por favor!! ¡¡Que alguien me saque de esta pesadilla!!
Y la nada le contestó cada vez más débilmente:
-¡¡Esta pesadilla…!! ¡Esta pesadilla…! Esta pesadilla…
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