Uno de nosotros, como tantos otros conciudadanos, vivía en Madrid durante los años 90 y pudo contemplar desde su casa la carrera de los servicios de emergencias hacia la humareda que subía desde Puente de Vallecas, donde ETA había asesinado a seis trabajadores civiles de la Armada. También durante esos años cogió todas las mañanas un tren de cercanías en Atocha, para ir a su trabajo, como aquellos cientos de personas asesinadas y heridas por los atentados yihadistas del 11 de marzo de 2004.
Recordamos también los asesinados, niños incluidos, en las bombas contra las casas cuartel de la Guardia Civil, como en Vich y Zaragoza. Y tantos otros, como la bomba en Hipercor, o la conmoción que provocó el premeditado y anunciado asesinato del concejal del PP Miguel Ángel Blanco. O los de Ernest Lluch, el ministro socialista, o los de Tomás y Valiente, en la universidad. Y tantos otros y tantos más crímenes de ETA.
Tanta sangre, tanta violencia… injustificable e inútil, tanto dolor zancadilleando el nacimiento de una democracia que nacía y que crecía, a pesar de todo, más fuerte que sus enemigos. Los atentados de la calle Atocha, la matanza de los abogados laboralistas del PCE y de CC.OO. por pistoleros de extrema derecha. Y el GAL, la impresión que nos produjo la intervención del forense Francisco Etxeberría en la conferencia organizada por Amnistía Internacional en Albacete sobre la tortura y asesinato de Lasa y Zabala por los aparatos parapoliciales del estado. Y el Batallón Vasco Español, y el GRAPO… y las víctimas de los atentados de las Ramblas, o los jóvenes asesinados por guardias civiles en el terrible llamado “caso Almería”, sobre el que escribimos hace poco.
¿Cuánto de todo esto saben nuestros jóvenes? Afortunadamente apenas lo han vivido, no se sobresaltan ni se estremecen como nosotros lo hacíamos hace años. A veces se dice, con cierta razón, pero con razones equivocadas, que en los institutos no se enseña esta terrible parte de nuestra historia reciente. Se enseña, lo sabemos porque nosotros mismos lo hacemos, pero pertenece al último tema del último curso de la ESO y del último curso de bachillerato, y alumnos y profesores padecen el exceso de contenidos y la falta de horario para impartirlos. Hacemos todo lo que podemos, aunque, probablemente, no sea suficiente. Pero cuando lo conseguimos, el interés de nuestros jóvenes por esta parte de nuestra historia reciente, que pueden rastrear después en conversaciones con sus familias, es enorme.
La inauguración esta semana del Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, en Vitoria, supone una obligatoria mirada reflexiva a lo peor de nuestro pasado reciente. Ha recibido algunas críticas porque, aunque se documenten los crímenes del GAL, en el Centro no se exponen los casos relacionados con la brutalidad policial durante el franquismo y la democracia, incluyendo los cinco asesinados en 1976 en los llamados “sucesos de Vitoria”, la ciudad sede del Centro. El Centro habla de Terrorismo, pero no de todo el terror. Son comprensibles las críticas, pero también las alabanzas a la creación de un espacio así.
Hace pocos años, aprovechando un viaje por el País Vasco, uno de nosotros hizo un alto en Mondragón-Arrasate y fue a la calle de la humilde barriada en la que ETA cometió uno de sus últimos asesinatos, el del concejal socialista Isaías Carrasco, trabajador del peaje de la autopista, tiroteado delante de su familia y sus vecinos. Y uno de nosotros se quedó allí, parado, en esa calle, enfrente del portal de esa humildísima vivienda, pocos años después del crimen, con el corazón encogido, preguntándose “¿por qué?, ¿para qué?”. Es difícil expresar lo que se siente en momentos así, en un escenario así, y es imposible que podamos imaginar lo que la familia de Isaías y todas las demás familias sufrieron y todavía sufren. ¿Por qué? ¿Para qué?
Sea el terrorismo una página de capítulos pasados, aunque el sufrimiento traumático que provocó nunca desaparecerá… sea esa página releída constantemente y, sobre todo, sean las nuevas generaciones educadas en la convivencia y el respeto a los demás. Un recuerdo para todas las víctimas.
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