Bueno, pues ya solo falta una semana para las elecciones municipales y autonómicas. La cosa está un poco chunga, para qué nos vamos a engañar. Pese a estar realizando la campaña más necrófila y repugnante de toda su historia, que ya es decir, las derechas más o menos extremas avanzan en las encuestas. Es increíble. Es increíble que una persona tan inepta (es decir, tan poco apta para una responsabilidad) como Díaz Ayuso, que, por otro lado, negó la asistencia médica a miles de ancianos durante la pandemia y que está convirtiendo los servicios públicos en una piltrafa, esté a punto de conseguir la mayoría absoluta. Es increíble que un patán como Feijoo, que cada vez que habla la caga (con perdón), sea el líder de la oposición. Es increíble que el PP de Castilla-La Mancha no haya encontrado nada mejor que Núñez, un charlatán que parece recién salido de una película de Paco Martínez Soria. Y, fundamentalmente, es increíble que tantos trabajadores y trabajadoras se dejen encandilar por una bandera de España y terminen votando a sus explotadores. En serio, todo es como un esperpento, pero sin gracia.
Ante tal panorama, claro, se pueden adoptar diversas actitudes. Una de ellas, la pasividad, es decir, la abstención. Es el sueño húmedo del capitalismo (el mundo como una masa apática y acrítica de consumidores). Nosotros, desde luego, no la compramos. El progreso no cae del cielo como las brevas. Por lo menos hay que estirar el brazo para coger el fruto. Otra opción es la resignación, consistente en votar con una pinza en la nariz para evitar el hedor de la papeleta que se introduce en la urna. Pero no hay por qué votar una candidatura si nos provoca náuseas. La democracia no es una enfermedad. Una persona feminista no tiene por qué votar a alguien que reproduce en sus discursos todos los tópicos del machismo más casposo. Una ecologista no tiene por qué votar a quien tiene las Tablas de Daimiel como un auténtico rastrojo. Una laicista no tiene por qué votar a quien se salta la aconfesionalidad del estado cada vez que ve pasar una sotana. Y una defensora de la sanidad y la educación públicas no tiene por qué votar a quien mantiene, después de ocho años, desbordadas las listas de espera y congestionadas las aulas. No, para ese viaje no hacen falta alforjas.
En nuestra opinión existe una tercera posibilidad que consiste, precisamente, en no quedarse al margen ni resignarse, sino en luchar, en desafiar al sistema, en no conformarse con lo existente, y esa vía alegre y rebelde la representan, desde el punto de vista electoral, Unidas Podemos y el resto de confluencias que han surgido por toda España. Y sí, sabemos cómo está el pampaneo, no nos hemos caído de un guindo. Llevamos muchas derrotas y muchos fracasos a nuestras espaldas. Pero por eso mismo asistimos con esperanza a experiencias como la que estamos viviendo en Albacete. Aquí se presentan juntas Podemos, Izquierda Unida y Verdes-Equo. La lista la completan personas independientes procedentes del mundo de la cultura, la universidad y el activismo. El programa plantea 278 medidas ambiciosas y a la vez realistas para hacer de nuestra ciudad un espacio habitable, creativo, solidario. Y, lo más importante, militantes y simpatizantes de las tres formaciones están trabajando codo con codo, sin ruido (es decir, sin broncas), como compañeros y compañeras a quienes une mucho más de lo que les separa. Y así se crea unidad. Así se generan las energías necesarias para transformar la realidad. Así se genera confianza e ilusión en la ciudadanía. Así se avanza. ¡Ya pueden ir tomando nota muchos y muchas responsables políticos estatales!
En consecuencia, pedimos encarecidamente el voto para la candidaturas municipales y regionales de Unidas Podemos, encabezadas en Albacete por Nieves Navarro y Carmen Fajardo respectivamente, y animamos a que, en el resto de territorios, los votantes y las votantes de izquierda apoyen las confluencias que mejor se ajusten a sus planteamientos.
Unidas sin duda podemos. ¡Claro que podemos!
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