El pasado 1 de febrero tuvieron lugar en Albacete y Toledo sendas concentraciones convocadas por el Sindicato de Trabajadores de la Enseñanza (STE) para reivindicar el fin de los recortes de la era Cospedal que aún siguen vigentes. En la movilización participaron en torno a mil docentes y, como si de un “déjà vu” se tratase, volvieron a verse camisetas verdes y pancartas en defensa de la educación pública. ¿Está justificada la protesta? ¿Existen motivos para la reactivación de la Marea Verde? A nuestro juicio, sí, sin ninguna duda. Casi diez años después de que las urnas apeasen de la presidencia del gobierno regional a la conocida como Nuestra Señora de los Recortes (o doña Finiquito), siguen sin recuperarse las ratios y los horarios lectivos anteriores a su nefasta gestión, lo cual se traduce en saturación en las aulas, carga de trabajo excesiva y deterioro del rendimiento escolar en todas sus facetas. Además, mientras tanto, la educación privada concertada ha crecido hasta ocupar el 15% del total, según informa el mencionado sindicato, prefiriendo la administración, ante el descenso de la natalidad, cerrar centros públicos antes que cancelar conciertos con colegios de curas o monjas. Da la impresión de que Page aspira a la canonización.
Ahora bien, aun siendo grave, lo peor no es todo lo que hemos referido anteriormente. Lo peor, digámoslo francamente, es que entre el profesorado cunde cada vez más un desánimo y un cansancio que resultan difíciles de entender cuando, en principio, la enseñanza debería ser la profesión más hermosa y más reconfortante del mundo. ¿Cómo puede ser que para muchos docentes el trabajo se haya convertido en una carga, cuando no en un auténtico suplicio? Las causas son complejas y un análisis exhaustivo excede el espacio de un artículo, pero podemos, al menos, apuntar algunas. Por ejemplo, muchos profesores y profesoras refieren serios problemas a la hora de despertar la curiosidad del alumnado e implicarlo en la clase, lo cual suele redundar en faltas de atención que frecuentemente derivan en faltas de disciplina, pérdida de tiempo y frustración generalizada. Al respecto, es necesario aclarar que las chicas y los chicos no son culpables de la situación, sino víctimas de una sociedad consumista que solo valora lo utilitario y que nos quiere a todos encapsulados en nosotros mismos. Tampoco son culpables muchos chavales con trastornos de atención de que sus padres les pusieran un móvil en la mano antes que un chupete en la boca para tenerlos cautivos y desarmados. En fin, no compartimos el típico relato reaccionario que considera cada generación como una degeneración de la anterior…
Otra causa de malestar es el aumento exponencial de la burocracia, sobre todo en lo relativo a unos kafkianos procedimientos de evaluación que sitúan al profesorado entre la imposibilidad (por no poder aplicarlos) y la ilegalidad (por evaluar, en consecuencia, al margen de la ley). El caso es que demasiados buenos docentes sueñan con la jubilación o abandonarían el sistema educativo si pudiesen. Pero hay más. Nos queda lo más importante, aunque no sea lo más visible. Cada vez más voces denuncian que, tras la verborrea pedagógica de las últimas leyes educativas, se esconde un proyecto de ingeniería social neoliberal que pretende sustituir la escuela del conocimiento por una escuela del adiestramiento en procedimientos autoformativos enfocados al mercado laboral. De hecho, el objetivo fundamental de nuestro actual sistema educativo es, oficialmente, formar en competencias (sustantivo del verbo competir). La cuestión va más allá de una simple especulación filosófica. Por favor, lean las publicaciones del Observatorio Crítico de la Realidad Educativa (OCRE) o de la Fundación Episteme, o los libros (cualquiera) de la toledana Olga García Fernández y el albaceteño Enrique Galindo Ferrández. Igual nos están dando gato por liebre en algo tan crucial para nuestro destino colectivo como la educación y ni nos estamos enterando. Igual el capitalismo planifica más de lo que pensábamos. Igual, si no estamos al loro, cuando queramos sacar otra vez las camisetas verdes sea demasiado tarde y ya no sirva para nada.
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