jueves, 22 de septiembre de 2011

MUSEO DE LOS HORRORES DEL CAPITALISMO


             Es curioso. Viajando por ahí, uno se tropieza frecuentemente con museos de los horrores de todo tipo y condición: de la Inquisición, del holocausto, de genocidios diversos, del estalinismo… Pero en ningún sitio se les ha ocurrido, que sepamos, levantar un Museo de los Horrores del Capitalismo, y eso que el engendro en cuestión cuenta en su haber con muchas más víctimas que todos los anteriores juntos. Y ¿por qué no intentarlo en Albacete, ahora que necesitamos encontrar salidas imaginativas a la crisis?
            La cosa podría plantearse en plan pedagógico y guay. Se trataría de proponer al visitante un recorrido que le permitiese verificar la máxima fundacional del capitalismo, esa que afirma que la persecución ciega del beneficio individual genera progreso colectivo a tutiplén. Y quizá lo mejor sería empezar con una sección que cabría denominar El capitalismo puro. En ella podrían exponerse documentos (informes, relatos, ilustraciones, fotografías, vídeos…) relativos a las jornadas de más de doce horas, a los salarios miserables, al trabajo infantil en las minas, a la explotación de la mujer… Una disposición inteligente de los materiales, que destacase la coincidencia de la situación laboral de los trabajadores europeos del siglo XIX con la que siguen viviendo muchos trabajadores actuales en países empobrecidos, permitiría al espectador conocer el capitalismo en su estado natural, es decir, libre de las regulaciones con que el estado del bienestar encorseta a la bicha.
            Otra sección, que estaría bien denominar El capitalismo voraz, expondría el impacto de este simpático modelo económico en el medio ambiente. Mostrar la totalidad de los espacios naturales masacrados en el altar del beneficio privado resultaría interminable; por ello, quizá deberíamos conformarnos con, por ejemplo, aludir al deterioro imparable de la Amazonía, con el consiguiente exterminio de las poblaciones indígenas correspondientes, o a los efectos de la actividad industrial en el cambio climático. Al visitante sin duda le interesará saber cuántas personas mueren al año por efecto de las sequías e inundaciones que provoca el calentamiento global. También resultaría oportuno, al respecto, documentar la actividad especuladora de ciertas multinacionales y sociedades de inversión que compran alimentos a bajo precio para acapararlos y obtener con su venta posterior suculentos beneficios. Con ello mueren muchas personas, pero son pobres. Para el capitalismo sólo son víctimas de su propia incapacidad para competir y adaptarse a los cambios en el medio.
            En la sección titulada El capitalismo sangriento se analizaría el recurso a la violencia y la guerra como herramientas de control de los recursos. Una breve panorámica histórica podría trasladarnos desde la época de formación de los imperios coloniales hasta las recientes guerras de Irak, Afganistán o Libia. Al visitante se le puede proponer la realización de una sencilla suma con las cifras aproximadas de víctimas de los principales conflictos. Así, de forma cómoda e intuitiva, se percatará sin dificultad de que el holocausto judío se queda en mantillas frente a los crímenes del capitalismo.
            Ahora todos los museos son interactivos, todos tienen chismecitos que invitan al espectador a participar. Una sección sobre El capitalismo del futuro podría plantear al visitante la posibilidad de imaginar la evolución del sistema con  algo parecido a una máquina del tiempo. La máquina podría tener varias opciones: educación, sanidad, trabajo, fuentes de energía… Accionando la opción de educación, por ejemplo,  aparecería en la pantalla una escuela con pocos profes y aulas masificadas, en la que los niños se prepararían para convertirse en mano de obra barata…; o  una escuela directamente cerrada, porque, claro está, la escuela pública no es buen negocio. Y así, con el resto del menú. Lo cierto es que imaginar la evolución desbocada del capitalismo a partir de los indicios presentes provoca bastante más miedo que la niña de El exorcista.
            En definitiva, se nos antoja que instalar en Albacete un Museo de los Horrores del Capitalismo puede contribuir decisivamente al progreso de nuestra ciudad, que de esta manera vería incrementada su atractiva oferta de museos singulares. Por otro lado, no nos cabe duda de que las actuales autoridades municipales y regionales  acogerán con entusiasmo nuestra propuesta.

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