
Nosotros,
hoy, día en que se suele conmemorar a los antepasados, querríamos recordar a
todos aquellos que, desaparecidos físicamente, permanecen vivos en nuestra
memoria y en nuestros actos. Querríamos rendir homenaje a personas como Concepción
Arenal y Clara Campoamor, que desafiaron por primera vez a la bestia del
machismo y desbrozaron el camino al feminismo en España; cada avance hacia la
igualdad real entre sexos deriva en último término de su activismo. O como Marcelino
Camacho, y tantos otros y otras, que construyeron
un sindicato que actualmente sigue ofreciendo una trinchera desde la que
combatir los abusos de los poderes económicos. O como Rosa Parks, que con su
negativa a ceder el asiento de autobús a un hombre blanco alentó la creación
del movimiento antiapartheid y abrió las puertas de la Casablanca a un
presidente negro. O como Iqbal Masih, el niño que denunció en la India el drama del trabajo
infantil y cuyo asesinato puso de relieve la verdadera naturaleza de un sistema
económico inhumano. O como monseñor Romero e Ignacio Ellacuría, que mostraron
al mundo la bestialidad de las oligarquías centroamericanas y situaron a muchos
creyentes sinceros del lado de los pobres. O como Víctor Jara y Violeta Parra,
que pusieron música, voz y poesía a la libertad y a la justicia.
Cualquier
persona que en el pasado haya consagrado su existencia al progreso de la humanidad
pervive en las conquistas sociales y políticas que ahora disfrutamos. La
democracia es una herencia que nos han dejado aquellos que lucharon contra la
dictadura. La idea de una escuela pública laica, igualitaria e inclusiva
procede de los pedagogos de la
II República. Descansamos los domingos porque los obreros de
principios del siglo XX presionaron en la calle para conseguirlo. De igual
manera que nuestros padres y abuelos sobreviven en nuestro ADN, los hombres y
mujeres mencionados, y todos los que no aparecen en los libros de historia pero
les acompañaron en la lucha, permanecen en nuestro código genético colectivo y
siguen presentes en nuestro orden social.

No,
desde luego que no todo acaba con una vulgar parada cardiorrespiratoria. Hay
personas que nunca, nunca nos abandonan, y que, afortunadamente, nunca, nunca dejan
de dar vida.
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