Siempre habíamos pensado que
quienes se rebelaban, por lógica, eran los explotados, los
oprimidos… Así había sido desde tiempos de Espartaco y su
ejército de esclavos. Pero ahora está ocurriendo justamente lo
contrario: los privilegiados (alegremente, sin complejos) se están
revolviendo contra los más débiles. Es un fenómeno global, pero
que nos afecta de lleno como país.
En nuestro caso, se trata de
una revuelta neofranquista que se ensaña con los más indefensos
entre los indefensos: las personas fusiladas que permanecen tiradas
en cunetas o amontonadas en fosas comunes y sus desdichadísimos
familiares. Negar un enterramiento digno al contrincante político e
intentar borrar su memoria son posiblemente los gestos de crueldad
más despiadados que pueda llevar a cabo un gobernante. Sólo los
peores dictadores han sido capaces de cometerlos. Aunque ahora ya
sabemos que aquí una de las primeras medidas del tripartito será
boicotear
la Ley de Memoria Histórica.
Se trata de una revuelta
especista, que parte de la idea de que los seres humanos son los
dueños de la creación y pueden hacer con la naturaleza y sus
criaturas lo que les convenga o les plazca. El propósito de la
derecha española de convertir la
caza y los toros
en santo y seña de la identidad nacional es un buen ejemplo de ello.
Se trata de una revuelta
machista emprendida por varones dominantes que ven su posición
jerárquica amenazada por las conquistas de la mujer. El enorme éxito
de las convocatorias del 8M del año pasado probablemente constituya
el desencadenante de esta reacción desesperada y extremadamente
violenta. Nunca habríamos imaginado, por ejemplo, que un partido,
por muy facha que fuese, pusiese en entredicho las políticas
públicas que previenen el maltrato
y protegen a las mujeres maltratadas. Y muchos menos habríamos
pensado que su discurso iba a seducir a toda la derecha, desde
Ciudadanos al PP.
Se trata, también, de una
revuelta racista, en la que esta nueva promoción de políticos
energúmenos no tiene ningún reparo en despreciar y tratar como
subhumanos a los emigrantes, con una mezcla de grosería y desparpajo
sólo equiparable a los fascismos de entreguerras. En efecto, la
propuesta estrella que nuestros flamantes ultraderechistas han
presentado a los populares andaluces consiste en “deportar”
(dicho así, sin vaselina) a 52.000 inmigrantes.
Ni Hitler en Mi
lucha se atrevió a
asomar la patita de una manera tan descarada. O sea…
Y se trata, finalmente, de
una revuelta profundamente clasista. Ondean la bandera como locos,
lloriquean escuchando el himno, se presentan como la reencarnación
de don Pelayo…, pero el fin último de toda esta movida, no nos
engañemos, no es otro que aumentar y consolidar sus privilegios de
clase. Todo el programa
económico de la derecha
(rebajas fiscales a los más ricos, privatización de los servicios
públicos, reducción o supresión de los derechos laborales…) está
al servicio de ese objetivo, y tras él subyace un profundo desprecio
hacia los sectores sociales más vulnerables. Ahora se le suele
llamar “aporofobia”. Y no está mal. Pero quizá sería más
adecuado denominarlo “lucha de clases invertida”, porque
realmente nos encontramos ante la ofensiva de los explotadores contra
los explotados, de los opresores frente a los oprimidos. Si no
entendemos que estamos ante una especie de “lucha de clases al
revés”, entonces no entenderemos nada, nos dispersaremos entre la
hojarasca de la información y perderemos herramientas conceptuales
útiles para analizar la realidad y organizar una respuesta eficaz.
Porque la buena noticia es
que esto ya ha pasado otras veces. Y no sólo no ha colado, sino que
ha provocado procesos de cambio fundamentales. La Revolución
Francesa, que trajo la democracia al mundo, comenzó precisamente con
la denominada “revuelta de los privilegiados”, es decir, con la
negativa de la nobleza y la iglesia a pagar impuestos. También hoy
se puede articular una contestación ciudadana (alegre, solidaria y
pacífica, eso sí) a esta nueva revuelta de los poderosos. Se puede
y se debe. Por las víctimas de la represión franquista, por la
conservación de la naturaleza, por las mujeres maltratadas, por los
derechos humanos de las personas migrantes, por la clase trabajadora,
por “los parias de la tierra”, por las generaciones venideras…
Pero para eso hace falta que la izquierda se deje de gilipolleces,
con perdón, ya mismo. Porque ya está bien, en serio. ¡Ya está
bien!
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