domingo, 20 de enero de 2019

LA REVUELTA DE LOS PRIVILEGIADOS

Siempre habíamos pensado que quienes se rebelaban, por lógica, eran los explotados, los oprimidos… Así había sido desde tiempos de Espartaco y su ejército de esclavos. Pero ahora está ocurriendo justamente lo contrario: los privilegiados (alegremente, sin complejos) se están revolviendo contra los más débiles. Es un fenómeno global, pero que nos afecta de lleno como país.
En nuestro caso, se trata de una revuelta neofranquista que se ensaña con los más indefensos entre los indefensos: las personas fusiladas que permanecen tiradas en cunetas o amontonadas en fosas comunes y sus desdichadísimos familiares. Negar un enterramiento digno al contrincante político e intentar borrar su memoria son posiblemente los gestos de crueldad más despiadados que pueda llevar a cabo un gobernante. Sólo los peores dictadores han sido capaces de cometerlos. Aunque ahora ya sabemos que aquí una de las primeras medidas del tripartito será boicotear la Ley de Memoria Histórica.
Se trata de una revuelta especista, que parte de la idea de que los seres humanos son los dueños de la creación y pueden hacer con la naturaleza y sus criaturas lo que les convenga o les plazca. El propósito de la derecha española de convertir la caza y los toros en santo y seña de la identidad nacional es un buen ejemplo de ello.
Se trata de una revuelta machista emprendida por varones dominantes que ven su posición jerárquica amenazada por las conquistas de la mujer. El enorme éxito de las convocatorias del 8M del año pasado probablemente constituya el desencadenante de esta reacción desesperada y extremadamente violenta. Nunca habríamos imaginado, por ejemplo, que un partido, por muy facha que fuese, pusiese en entredicho las políticas públicas que previenen el maltrato y protegen a las mujeres maltratadas. Y muchos menos habríamos pensado que su discurso iba a seducir a toda la derecha, desde Ciudadanos al PP.
Se trata, también, de una revuelta racista, en la que esta nueva promoción de políticos energúmenos no tiene ningún reparo en despreciar y tratar como subhumanos a los emigrantes, con una mezcla de grosería y desparpajo sólo equiparable a los fascismos de entreguerras. En efecto, la propuesta estrella que nuestros flamantes ultraderechistas han presentado a los populares andaluces consiste en “deportar” (dicho así, sin vaselina) a 52.000 inmigrantes. Ni Hitler en Mi lucha se atrevió a asomar la patita de una manera tan descarada. O sea…
Y se trata, finalmente, de una revuelta profundamente clasista. Ondean la bandera como locos, lloriquean escuchando el himno, se presentan como la reencarnación de don Pelayo…, pero el fin último de toda esta movida, no nos engañemos, no es otro que aumentar y consolidar sus privilegios de clase. Todo el programa económico de la derecha (rebajas fiscales a los más ricos, privatización de los servicios públicos, reducción o supresión de los derechos laborales…) está al servicio de ese objetivo, y tras él subyace un profundo desprecio hacia los sectores sociales más vulnerables. Ahora se le suele llamar “aporofobia”. Y no está mal. Pero quizá sería más adecuado denominarlo “lucha de clases invertida”, porque realmente nos encontramos ante la ofensiva de los explotadores contra los explotados, de los opresores frente a los oprimidos. Si no entendemos que estamos ante una especie de “lucha de clases al revés”, entonces no entenderemos nada, nos dispersaremos entre la hojarasca de la información y perderemos herramientas conceptuales útiles para analizar la realidad y organizar una respuesta eficaz.
Porque la buena noticia es que esto ya ha pasado otras veces. Y no sólo no ha colado, sino que ha provocado procesos de cambio fundamentales. La Revolución Francesa, que trajo la democracia al mundo, comenzó precisamente con la denominada “revuelta de los privilegiados”, es decir, con la negativa de la nobleza y la iglesia a pagar impuestos. También hoy se puede articular una contestación ciudadana (alegre, solidaria y pacífica, eso sí) a esta nueva revuelta de los poderosos. Se puede y se debe. Por las víctimas de la represión franquista, por la conservación de la naturaleza, por las mujeres maltratadas, por los derechos humanos de las personas migrantes, por la clase trabajadora, por “los parias de la tierra”, por las generaciones venideras… Pero para eso hace falta que la izquierda se deje de gilipolleces, con perdón, ya mismo. Porque ya está bien, en serio. ¡Ya está bien!

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