Van ya 44 años de Constitución y algunos y algunas aún siguen llegando ¡al fin! a ella. Les cuesta, y mucho, pero cuando lo hacen, llegan con la fe del converso, como si la hubiesen escrito ellos y ellas y dicen defenderla a capa y espada. Mira que en los 20 años que va a cumplir este Colectivo hemos escrito ya unas cuantas veces sobre ella y podríamos decir que casi cualquiera de los artículos valdría para ser publicado hoy: el inmovilismo que hay en torno a la Carta Magna es de tal calibre que da para eso. Recordamos siempre aquellos tiempos en que salían coches de las sedes, compartidos incluso a veces por miembros de UCD, PSOE o PCE para ir a explicar al último rincón las bondades del nuevo marco legislativo. Era cosa de todos y todas, se tenía claro. Bueno, casi de todos y todas, porque poca gente de AP (el PP de entonces) se podía ver empujando, y sí mucha poniendo palos en las ruedas. Por ello ahora resulta simplemente “simpático”, por decir algo, escuchar a ciertos políticos hablar como si la hubieran parido y tratar de impedir que se le toque una coma. Normal, llegan 44 años tarde y para ellos debe ser lo más moderno de lo moderno. Hablamos del PP, porque Vox, tiene una política preconstitucional y debería lavarse la boca con jabón antes y después de mentarla.
Y es que aquella Constitución, con la que se hicieron grandes concesiones por unos lados y otros (por unos más que por otros) para que al final fuese una base sobre la que legislar, a la que unos y otros les hubiera gustado diferente en algunas cuestiones, pero que venía siendo útil, aquella Constitución, decimos, recoge las maneras de ser actualizada. Esos mecanismos han sido usados en dos ocasiones: una para cumplir con la posibilidad del sufragio de extranjeros en elecciones municipales según Tratado de Maastrchit y otra, realizada de modo unilateral por PSOE y PP, que rompieron así el llamado proceso constitucional, para “garantizar estabilidad presupuestaria” que, en el fondo y especialmente en la forma fue duramente criticada en la calle y por todas las fuerzas políticas al margen.
La cosa es que la constitución es anticonstitucional. Permítasenos el juego de palabras para explicar que, aunque se dice que todos somos iguales, luego se desdice y explica que no, que un español, rey nacido en Roma, o una reina de Psyjikó y su familia, no lo son, como tampoco los políticos y magistrados. Tampoco es igual ser varón que mujer. Se permite al Senado un papel de cementerio de elefantes para pago de servicios y hay cuestiones que, dada la voracidad de las multinacionales, deberían ser aún más consagradas y blindadas: la atención a la dependencia, la sanidad pública y las pensiones.
Hoy
por hoy, el mayor favor que se le puede hacer a la Constitución es
exprimir lo que de bueno tiene: la igualdad, el derecho al trabajo,
el derecho a la vivienda… y por supuesto, activar sus mecanismos de
cambio.
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