viernes, 30 de marzo de 2012

LOS PIQUETES OCULTOS


Artículo publicado en el diario La Verdad (Edición Albacete). 29/03/2012


No se les ve. No deambulan por las calles enarbolando ninguna pancarta. No corean consignas. Pero existen. No son espectros. Tienen rostro, aunque a veces se camuflen tras una máscara. Trabajan en la sombra. O directamente en las tinieblas. Tampoco excluyen las cloacas como ámbito de acción. Son los dueños del mundo. Los que planifican la economía en beneficio propio. Los que programan las mentes. Hoy, día en que los trabajadores estamos llamados a la huelga general, quizá convenga recordar que todos los avances democráticos y sociales se encuentran siempre bajo la amenaza de lo que podríamos llamar, por su naturaleza sinuosa y opaca,  los piquetes ocultos.

            Cada vez que los privilegios de los poderosos peligran en beneficio del pueblo, los piquetes ocultos reaccionan rápida y despiadadamente boicoteando la acción del gobierno establecido. Es su concepto de democracia. Las urnas se toleran solo si ratifican el sistema vigente. Así, por ejemplo, en cuanto se proclamó la II República los piqueteros económicos del gran capital extrajeron de España, según datos de Jordi Palafox, en torno a mil millones de pesetas de aquella época. ¿Cuántas escuelas se hubieran podido construir con ese dinero? ¿Cuántos campesinos hubieran podido recibir una parcela con la que alimentar a su familia? ¿Cuántas vacunas o cuánta penicilina se podrían haber comprado? En el campo, muchos  caciques negaban el trabajo y el pan a los jornaleros comprometidos política o sindicalmente y, en el colmo de la barbarie, popularizaron el grito: “¡Comed república!”. La historia es bien conocida. Finalmente, los saboteadores se salieron con la suya con la eficaz cooperación de una iglesia medieval y un ejército colonial despiadado. Costó unos cuantos cientos de miles de muertos, y otros tantos exiliados, y una dictadura ridícula que nos convirtió en el hazmerreír de Europa, pero el orden social permaneció intacto.

            Los piquetes ocultos no conocen fronteras. El poder y el dinero son apátridas. El embargo impuesto por EEUU sobre Cuba ha supuesto para este pequeño país, según datos de su propio gobierno, la pérdida de 90.000 millones de dólares. De nada han servido, al respecto, las innumerables condenas de la ONU, aprobadas por todos los países integrantes excepto los propios EEUU, Israel, las Islas Marshall y Palaos. Ya lo dijo Mussolini, lo de que el número es decisivo a la hora de organizar las sociedades humanas no es más que una falacia. Para estos magos del boicot, que el socialista Salvador Allende hubiese ganado unas elecciones resultaba una minucia intrascendente. “Hay que hacer aullar de dolor a la economía chilena”, advirtió Richard Nixon a Richard Helms, director de la CIA, en septiembre de 1970. Y como reventando la economía chilena no se logró el objetivo, dejaron que rematara la faena un tal Augusto Pinochet, quien, con un golpecito de estado y unas cuantas desapariciones por aquí y por allá, consiguió diligentemente que las cosas volvieran a su sitio.

            Pero no queremos ponernos dramáticos. Los piquetes oligárquicos que pululan actualmente por el solar patrio no son tan bestias. Los tiempos han cambiado. Ahora, ante la perspectiva de una huelga, basta con imponer unos servicios mínimos abusivos, a veces de hasta el 100%. O mejor aún, recordarles a los trabajadores que, desde la última reforma laboral, el despido es prácticamente gratis. Y punto. En una época de precariedad e incertidumbre, un solo gesto de un empresario o de su capataz correveidile es suficiente para disuadir a un obrero en situación vulnerable. Eso sí, todo muy elegante, muy sutil, sin dejar demasiadas huellas que evidencien la coacción.

            Por eso, mientras existan estrategias patronales y administrativas que perturben el ejercicio del derecho de huelga, serán necesarios los piquetes sindicales. Estas células volantes ofrecen la cobertura humana y material imprescindible para que muchos trabajadores puedan actuar libremente. Son el símbolo de la solidaridad obrera, y sus métodos pueden generar tensiones, pero nada comparable a la violencia estructural que impone el sistema. La derecha cavernaria, valga la redundancia, los demoniza con los exabruptos más feroces. Nosotros hoy queremos darles las gracias por no faltar a la cita. Sin ellos, los piquetes ocultos impondrían la ley del silencio, la dialéctica del miedo.

  

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