Artículo
publicado en el diario La Verdad (Edición Albacete). 09/02/2012
Hay quien opina que
eso de hacer huelgas, manifestaciones y tal no es más que folklore que no vale
para nada. La floresta de estos escépticos sociales está compuesta por todo
tipo de especímenes. Está el modorro que nunca hace nada y luego lloriquea por
las esquinas como Kalimero. Está el que brama contra las medidas del gobierno,
sobre todo si le afectan al bolsillo, dando puñetazos en la barra del bar y
proponiendo levantar barricadas, pero a la hora de la verdad se descuaja y desaparece
como un ectoplasma. Está el que se opone a todo y, por lo tanto, también se
opone a oponerse a los recortes, aunque él realmente se oponga a ellos, porque
eso significaría oponerse a su propia naturaleza. Está el facha explícito que
rechina los dientes en cuanto huele a sindicalista…
A estos que miran por encima del
hombro a quienes portan pancartas o lucen chapas y camisetas, convendría
recordarles que todos los derechos sociales, económicos y políticos de que disfrutan
se han alcanzado mediante la lucha colectiva: que si van gratis al médico
cuando se les rompe una tripa, trabajan ocho horas en vez de 14, descansan los
domingos (por lo menos), pueden irse de vacaciones a Benidorm y de viejos
(quizás) no acabarán debajo de un puente, es porque otros antes hicieron lo que
ellos ahora critican; que si las mujeres no permanecen en casa con la pata
quebrada, es porque las sufragistas se dejaron la piel enfrentándose a machitos
de medio pelo; que si las leyes racistas fueron abolidas en EEUU, fue porque los
negros se echaron a la calle; y que si en España tenemos democracia, no fue
porque un día se juntaron el rey, Suárez y Carrillo, sino porque miles de
españoles expusieron sus vidas combatiendo a la dictadura y recibiendo palos
hasta en el cielo del paladar. Gracias a todos esos activistas, pancarteros y
manifestantes, el mundo es hoy un espacio medianamente habitable.
Resulta evidente, con todo, que a
estas alturas del siglo XXI es necesario explorar nuevas estrategias de
confrontación con el poder, pero también es cierto que el éxito dependerá mucho
más de la energía humana invertida en el proceso que del procedimiento en sí.
Es decir, es mucho más importante la gente (su voluntad, su esfuerzo, su
determinación) que el método reivindicativo utilizado. Por eso, desde esta
tribuna queremos transmitir nuestro reconocimiento a todos esos ciudadanos que,
a costa de su tiempo libre, sacrificando su comodidad personal y muchas veces
perdiendo dinero, siguen uniéndose a otros tras una pancarta para impedir que
España retroceda al siglo XIX. Querríamos infundir ánimo a los docentes que no
se resignan a que la educación pública se convierta en la pariente pobre del
sistema, a los sanitarios que no aceptan la privatización de los hospitales, a
los trabajadores de los servicios sociales que protestan por el
desmantelamiento de uno de los pilares básicos del Estado del Bienestar, al
personal administrativo al que continuamente se acusa de absentismo… Nos
gustaría dar un abrazo a esas mujeres que, décadas después, algunas ya
convertidas en abuelas, saldrán de nuevo a pelear por el derecho a la
interrupción voluntaria del embarazo. No os rindáis. Estamos en crisis, pero
también estamos asistiendo al mayor estallido de solidaridad de los últimos
tiempos. Este sábado 11 de febrero se celebrará en Toledo una gran
manifestación, convocada por la mayoría de los sindicatos, en la que confluirán
las distintas mareas (verde, violeta, naranja…) que inundan nuestro país.
Toledo debe convertirse pasado mañana en un inmenso arcoíris, porque los
motivos de cada color son distintos pero la causa es solo una.
Acudid a las movilizaciones.
Responded a las convocatorias. Que nadie os calle, pero que tampoco nadie os
desaliente. No creáis a quienes pretenden convenceros de que es inútil
movilizarse. Es mentira. Lo único que quieren es justificar su apatía o
defender sus privilegios. El futuro es impredecible, pero si aún podemos
albergar alguna esperanza es por personas generosas e incansables como vosotros.
Porque de los que se quedan en sus casas balanceándose en una mecedora, o escrutando
embelesados la enigmática redondez de su propio ombligo, no cabe esperar
absolutamente nada.
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