Artículo publicado en el Diario "La Verdad" (Edición Albacete). 16-08-2012
Fuera bromas. Con las cosas de comer
no se juega, y seguro que los culpables son estos calores de agosto que están
dañando las neuronas de aquellos que deben garantizar nuestros derechos
básicos. ¿Han olvidado la Declaración Universal de los Derechos Humanos de
1948? Pues vamos a refrescarles esas dendritas humeantes, para que tengan
presente el artículo 25 de esta declaración, donde se reconoce que “toda
persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su
familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la
vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene
asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez,
viudez, vejez…”. No lo olviden.
La
humanidad vive sumida en una gravísima e intolerable situación de hambruna, a
la que contribuyen algunos factores estructurales como las políticas
comerciales y financieras internacionales, la producción de biocombustibles y
el abandono de la agricultura de consumo, entre otros. Este triste panorama
obliga a una profunda reformulación de las políticas públicas sobre los
alimentos, que partan de su conceptualización como bienes públicos y no meras mercancías.
En este planeta hay alimentos para todos, los que sobran son los que especulan con
ellos sin ningún escrúpulo, mostrando su cara de genocidas.
Pero no hace falta irnos a los injustamente
maltratados países de África o América Latina, para ver los efectos de no poder comer a diario, tenemos en España
y en nuestro Albacete a familias que lo están pasando muy mal para poder subsistir.
Las cifras hablan por sí solas: el
número de hogares con todos sus miembros en paro llegó en nuestro país a los 1.737.600
en el segundo trimestre del presente año. ¿De qué comen estos conciudadanos? ¡Qué
vergüenza!
Y frente a esta dramática e insostenible situación no aportan
soluciones, tan sólo nos dan “circo televisado”, nos permiten que los niños
vayan a las escuelas, previo pago, con sus merenderas de casa – muchas de ellas
seguro que semivacías, por no tener nada que echar en su domicilio- y también
autorizan algunos ayuntamientos que se pongan candados en los contenedores de
la basura, junto a los supermercados, y así evitar que los que nada tienen
contraigan enfermedades por comer alimentos caducados. Nos abruma tanta
generosidad.
Eso sí, los actos simbólicos de
denuncia de esta insostenible situación, como el que hizo Sánchez Gordillo en
Andalucía, tienen que ser cortados de raíz, para no hacer patente que hay mucha
gente que pasa hambre en nuestro país, algo provocado por las injustas
decisiones gubernamentales y por la codicia de unos pocos amasadores de dinero
que son amparados por políticos ciegos. ¡Cuánta hipocresía!
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