Artículo publicado en el diario "La Verdad" (Edición de Albaete).
24-01-2013
No se sabe
si alguno de esos sobres aterrizó en la sede del PP, pero ninguno de sus
dirigentes ha negado rotundamente su existencia, y ninguno de ellos se ha
querellado contra la prensa que ya ha
recogido el testimonio de algún “untado”. En el PP han dicho que cada
palo aguante su vela (o cada bolsillo su sobre), pero no lo han negado. Algo
amargamente decepcionante para todos que los han votado, ¿no? Y también para
los que no los votaron, pero que sufren sus despiadados y prepotentes recortes,
¿no?
Aún así una
de las cosas buenas de este país, incluso en plena crisis, es el sentido del
humor. Rajoy y Cospedal van a acudir a una auditoría externa (de la interna no
podemos hablar, porque nos da la risa) para que un contratado pagado por ellos
mismos les aclare si en el partido que ellos dirigían sus compañeros se
repartían sobresueldos de dinero negro. Jé, jé, este gallego es el genio del
disparate, ni Groucho Marx puede superarlo. Cospedal, amante de conjugar el
verbo-palabro externalizar, estará encantada con la externalización de las
cuentas de la revisión del PP. Claro,
que como externalicen como han hecho con los análisis clínicos de la sanidad
pública de la Comunidad de Madrid, igual les termina auditando el propio
Bárcenas o Rodrigo Rato. Imaginamos ya
al auditor de la empresa X, con sus manguitos y las gafitas de presbicia en la
punta de la nariz, revisando la contabilidad A (ya que la B no existe),
concluyendo que todo está en regla y cobrando su suculento contrato (en A, eso
sí). ¿No sería más sencillo, barato, claro y transparente que se presentara una
denuncia ante las autoridades policiales, judiciales y/o hacendísticas?
Imaginamos que no, pensarán que lo que te pueda auditar un colega, que no te lo
audite un funcionario del estado.
Más allá de
las políticas del PP, más allá de la corrupción, es algo más importante lo que
está en cuestión: es la democracia en sí. Diderot y D'Alambert, en la
Enciclopedia que afiló las guillotinas de la Revolución Francesa, valoraban
pesimistamente el futuro de la democracia: “El destino de este gobierno,
admirable en principio, es concluir casi infaliblemente siendo presa de la
ambición de algunos ciudadanos...”. Lástima que los padres revolucionarios
tuvieran tanta razón, aunque también apuntaron que “la igualdad es el principio
y el fundamento de la libertad”.
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