La próxima semana
sabremos si
Gran Bretaña decide abandonar la Unión Europea y
volver a su soledad insular, esa soledad que cuando una avería cortó
el cable submarino telefónico entre las islas británicas y Francia,
presumió de que Europa se había quedado aislada.
La Unión Europea
presenta una lista interminable de defectos, pero los que defienden
la salida de Reino Unido de la UE no son precisamente los adalides de
la fraternidad entre los pueblos, la igualdad entre los seres humanos
y las libertades individuales y colectivas. Los políticos que
defienden activamente el llamado Brexit son claramente los más
reaccionarios y radicales nacionalistas, los más burdos populistas
agitadores del miedo y los más inhumanamente insolidarios de los
británicos.
Inglaterra primero y Gran
Bretaña después, desde el siglo XVI hasta el XX, han aniquilado
pueblos y han esquilmado los recursos de inmensas regiones de todo el
planeta. El mayor
imperio de la historia de la humanidad ha crecido con
la explotación de los países y de las personas. Y ahora, con las
cajas fuertes de la City londinense llenas de libras manchadas de
cuatrocientos años de sangre, quieren criminalizar a los refugiados
e inmigrantes, comunitarios o no, muchos procedentes de las tierras
que su imperialismo destrozó, y aislarse del resto de Europa y del
resto del planeta (bueno, no quieren aislarse del todo: quieren que
sus bancos y sus empresas y su ejército y armada sigan campando a
sus anchas, pero sin sufrir limitaciones por ninguna regulación
europea).
Al lado del monte de
reproches que podemos elevar cuestionando a la actual Europa, las
críticas a los partidarios del Brexit se elevan hasta la altura de
un auténtico Himalaya. El líder de este despropósito es Nigel
Farage, líder del UKIP, político, sujeto o individuo, se pavonea
ante carteles electorales que muestra a una triste caravana de
refugiados como un ejército dispuesto a asaltar sus
islas y violar a sus mujeres. En su extrema derecha, los partidarios
del “Britain First”, relacionados con el asesino de la diputada
laborista Jo Cox, llegan a sentirse afines a Hitler, algo que debería
repugnar a sus compatriotas.
Aparte
de que el Brexit esté asustando muchísimo a todos los mercados y
bolsas y especuladores y bancos y multinacionales, lo
más preocupante para los ciudadanos es que en estos momentos desde
Austria, Polonia, Hungría u otros países europeos, movimientos
similares de ultraderecha como los partidarios del Brexit, los
ultras alemanes de Pegida, el Frente Nacional francés,
todos
son caras de un mismo poliedro: sus dardos se dirigen
a Europa como institución política, pero lo que quieren es
atravesar la diana para destruir los mejores valores que comparten
los europeos y para clavarse en el corazón de los inmigrantes, de
los refugiados, de los más débiles, de los defensores de los
ideales de la Revolución Francesa.
Esperemos que esta
batalla no la ganen los británicos necios y egoístas, sino los que
tienen su cabeza y corazón a la altura de Jo Cox, y esperemos que
los necios y su conjura no sigan creciendo y extendiéndose por
nuestro continente. Pero para ello, también después del próximo
día 23, es imprescindible que la Unión Europea no sea reo de los
grandes intereses económicos y políticos: tienen que dejar que los
ciudadanos la aprecien, para querer defenderla.
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