Este
artículo, al modesto estilo de una sección de suplemento dominical
veraniego, trata sobre algunas de nuestras lecturas de este verano.
No somos nadie para recomendar o valorar obras literarias, pero sí
podemos humildemente compartir algunas de ellas. Un par de estas
novelas no son de verano ni de invierno, entretienen pero no son para
matar el tiempo, narran historias imaginadas pero que realmente
sucedieron o pueden suceder, producen
al tiempo interés y desasosiego…
“Toda
dificultad puede solucionarse con el sacrificio de los indios”.
“Todo
condicionamiento se dirige a lograr que la gente ame su inevitable
destino social.”
La
primera frase pertenece a Huasipungo,
escrita por el ecuatoriano Jorge Icaza en 1934. La segunda se
encuentra en la más conocida Un
mundo feliz,
de Aldous Huxley, escrita en Inglaterra en 1931. Icaza describe la
dura vida de los indígenas de los latifundios ecuatorianos en las
primeras décadas del siglo XX. Huxley imaginó la vida en el mundo
futurista del año 600 de la era Ford. Las dos estremecen y enseñan,
las dos hablan de la esclavitud del ser humano, sometimiento
conseguido de diferentes formas, dominio al que no es ajeno ni
nuestro país ni nuestro tiempo.
En
Huasipungo los protagonistas son los
indígenas propiedad de los latifundios,
los indígenas que son literalmente cosas que pertenecen a los
terratenientes como consecuencia
de la dominación colonial española,
acentuada en el XIX por la explotación de los propietarios criollos
y llevada al límite por la burguesía liberal y las multinacionales
occidentales. “Toda propiedad rural se compra o se vende con sus
peones”.
¿Será
muy lejano ese mundo que cuenta Icaza, a lo que sucede en la
actualidad en las grandes explotaciones agrícolas americanas? Bueno,
si en
España en el año 2017, se explota a los trabajadores agrícolas,
¿qué estará pasando en lo más profundo de las inmensas
plantaciones de Sudamérica? Icaza narra con crudeza cómo la tríada
terrateniente-cura-policía (¿les suena de algo?) somete y veja a
los indios, combinando el látigo, la superstición religiosa, y algo
más: “Embrutecimiento alcohólico necesario para el máximo
rendimiento”.
Para
llegar a fines similares, pero de forma más eficiente, en Un
mundo feliz
se ha hallado una fórmula mejor: el soma, la droga con la que el
sistema controla a los individuos.
“Soma […] todas
las ventajas del cristianismo
y del alcohol y ninguno de sus inconvenientes”. El soma forma parte
de otra tríada, cuyo objetivo también es producir en los seres
humanos el amor a la servidumbre: soma, sugestión y jerarquía
social.
¿Hay
paralelismos entre la novela de Huxley y nuestra sociedad? Hay varios
muy preocupantes, por lo menos en muchos países occidentales con
alto nivel de vida: la sugestión ejercida por los medios de
comunicación
controlados
por el poder económico para producir un
pensamiento único
(las
cosas son así y no se pueden cambiar);
la jerarquización social, casi estamental, que propicia que los
hijos de los trabajadores terminen sirviendo por sueldos míseros al
resto de la sociedad (las
cosas están así y más vale eso que nada);
el deseo de ocio y la dependencia de las nuevas tecnologías como
nueva droga social,
como un soma que hace al individuo proclive a la evasión de la
realidad (fútbol, entretenimiento, diversión, realidad virtual,
consumismo) e incapaz ni de soportar la frustración ni de luchar
colectivamente contra las injusticias. “Nuestro mundo es estable.
La gente tiene lo que desea y nunca desea lo que no puede tener.”
El
palo en Huasipungo y la zanahoria
en el mundo del soma. ¿Sabemos reconocer zanahoria y palo en el
nuestro?
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