Los pasados días 3 y 4 de
julio se celebró un curso de verano de la UCLM titulado Un
mundo en cambio. ¿Cómo cambia la Universidad y el sistema
educativo?
Aprovechamos para felicitar a su director, Gregorio López, y al
resto de la organización por el éxito de las jornadas. Lo cierto es
que todas las ponencias y mesas redondas, con sus respectivos
debates, resultaron enormemente
esclarecedoras.
Por cierto, y ahora que él no nos oye, qué gran tipo es Goyo. Qué
afabilidad, qué cordialidad, qué generosidad, qué coherencia, qué
sensatez, qué inteligencia… En fin, qué lástima no tenerlo como
diputado regional por apenas un
puñado de votos mal contados.
Esperemos que algún día la izquierda sea capaz de superar sus
tribalismos y aprender de sus propias torpezas.
Como indica el título, el
curso pretendía analizar las grandes transformaciones que se están
produciendo a escala mundial y comprobar hasta qué punto y de qué
manera el sistema educativo experimenta o detecta dichos cambios.
Así, por ejemplo, la
iraní Nazanín Armanian
explicó que son el petróleo, el gas natural y los intereses
geoestratégicos de las grandes potencias, y no los enfrentamientos
religiosos, la causa de las crímenes contra la humanidad que se
están cometiendo en Oriente Medio. Los medios lo ignoran, o lo
ocultan, y el sistema educativo resuelve la masacre en Historia de 4º
de ESO con un párrafo perdido del último tema, al que nunca se
llega porque los contenidos están inflados artificialmente para que
nada pueda tratarse con un mínimo de profundidad.
Carlos Taibo, por su parte,
disertó sobre la proximidad del colapso
del capitalismo
como consecuencia de la presión ilimitada que están ejerciendo los
países ricos sobre unos recursos limitados. España, por ejemplo,
que tampoco es nada del otro jueves, necesitaría multiplicar su
territorio por 3’5 para conseguir la superficie de suelo necesaria
para generar los productos que actualmente consume. Eso quiere decir,
en resumen, que estamos saqueando a los países empobrecidos y que
nos estamos comiendo ya lo que correspondería a las generaciones
futuras. ¿Impacto de tal evidencia en, por ejemplo, las facultades
de Economía? Pues nulo, al margen del voluntarismo encomiable de
algunos docentes herejes que descreen de Adam Smith y Milton
Friedman.
Pero podría dar la impresión
de que el sistema educativo no cambia. Y… ¡vaya que si cambia!
Carlos Fernández Liria y Enrique Galindo hablaron del proceso de
mercantilización galopante que afecta desde primaria a la
universidad. Dicho proceso consiste, básicamente, en poner la
educación pública al servicio de los mercados para formar
productores-consumidores en vez de ciudadanos. La cosa es más grave
de lo que parece, en serio. No dejen de leer su libro Escuela
o barbarie,
del que también es coautora Olga García.
El hecho de que el sistema
esté cada vez más al servicio de la economía no quiere decir que
esté más conectado con la realidad. El joven médico David García
Rivero lamentó que en la facultad no le hubiesen enseñado que el
estado de salud de los individuos y de la sociedad “depende más
del código postal, que del código genético”. “Si me llega un
paciente con desnutrición porque lleva tres días sin comer, ¿darle
un bocadillo se puede considerar una terapia?”, se preguntó en
cierto momento. La conclusión de su exposición es tan sencilla como
terrible: la peor enfermedad y la
que más mata se llama capitalismo,
y no se cura con pastillas.
En efecto, y al hilo de lo
anterior, la antropóloga ecofeminista Yayo Herrero alertó de que el
modelo económico dominante “le tiene declarada la guerra a la
vida”.
Por lo tanto, es necesario gestionar el planeta de otra forma (justa,
solidaria, sostenible…) si se quiere evitar el más que previsible
colapso. Y, a nuestro juicio, para conseguirlo es imprescindible que
los partidos de izquierdas (los de derechas, ya tal…) den el paso
de incluir los principios del decrecimiento en sus programas, porque
la política, igual que la educación, debe ponerse al servicio de la
verdad y la vida, y no al revés. Además, como decía Marx, los
cambios en la estructura económica exigen cambios ideológicos
inmediatos. Pues, hala, ya estamos tardando.
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