sábado, 19 de agosto de 2017

La inferioridad de un presidente


Cementerio de soldados estadounidenses en la playa
 de Omaha Beach, Normandía, Francia
Durante la Segunda Guerra Mundial miles de soldados estadounidenses se enfrentaron con las armas a los nazis y murieron combatiendo. Si Donald Trump hubiera estado en la playa de Omaha durante el desembarco de Normandía, en el que los dos bandos lucharon fieramente, hubiera sentenciado: los dos grupos eran malos y violentos.

Si la historia ficción permitiera que el defensor de los derechos civiles Martin Luther King hubiera sido atropellado por el general sudista racista Robert E. Lee, cuya estatua iba a ser retirada en Charlottesville el día del sangriento ataque de los nazis a los defensores de los derechos humanos, Trump hubiera dicho: King y Lee son los dos muy malos. 
 
El magnate inmobiliario ha demostrado sobradamente que está en la extrema derecha, pero en ocasiones intenta fallidamente disimularlo y situarse en el discurso de lo políticamente correcto. Para ello no encuentra otro camino que igualar a los que admira (los nazis, los supremacistas blancos, el Ku Klux Klan) con los que detesta (los defensores de los derechos humanos y de la igualdad). Lo que él admira es abominable, pero no quiere condenarlo. Y entonces elige otro camino: meter en el mismo saco a los genocidas que a los que luchan por la libertad. Y decide que James Alex es igual que Heather Heyer, que el nazi que atropelló con su coche a los participantes en una manifestación, es igual que su víctima.

Miembros del partido nazi de EE.UU.
Trump quiere que la estatua que homenajea a un racista y admirado por los supremacistas blancos y los nazis se quede donde está, quiere que la estatua siga allí. A veces, por desgracia, es eso lo que le sucede a la derecha en España, equiparando a la dictadura franquista y a sus víctimas. Eso es, tristemente, lo que quiere el PP en muchas ocasiones en nuestro país: que las estatuas y los monumentos y los nombres de las calles del franquismo sigan ahí, que se queden ahí… y que los asesinados por el franquismo se queden también ahí, en las cunetas, y que todos los que reclaman justicia se callen y aparezcan como extremistas especializados en reabrir heridas.

Parece que en EE.UU., con todos sus defectos pero también con sus virtudes, hay algunos excesos que no se perdonan con tanta facilidad como el PP disculpa sus excesos franquistas: un comentarista de la cadena de televisión CNN ha sido despedido por pronunciar saludos hitlerianos; voces muy cualificadas del derecho y la política, también desde el partido republicano, se han enfrentado a Trump; los veteranos de guerra se han sentido asqueados de que su presidente glorifique a aquellos que mataron a sus compañeros; muchas importantes empresas tecnológicas, han criticado al magnate y le han retirado su apoyo: saben que su presidente es el peor embajador de su país.
Sin embargo, uno no puede ser muy optimista: además de la ignominiosa actitud del propio Trump, miembros de su equipo han realizado saludos nazis en público y han apoyado posiciones racistas, xenófobas, homófobas, islamófobas… Trump y sus nazis son otras ramificaciones de esa enredadera ponzoñosa que, con brotes también en Europa y en otros lugares del mundo, quiere asfixiar la confianza en el progreso y la igualdad entre los humanos, y enfrentar a unos contra otros atizando el miedo y el odio con las supersticiones de la raza, el nacionalismo y la religión. No lo van a conseguir, porque, utilizando el lenguaje simplón de Trump, los buenos siempre serán superiores a los malos. Pero el camino que tenemos por delante es largo y es duro: ningún derecho que se conquista se gana para siempre si no se defiende.

Nuestro recuerdo para Barcelona. No tengamos miedo.
 






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