Un zombi recorre el mundo: el
zombi del fascismo. Hasta hace poco, parecía imposible que volviera
la pestilencia. Se suponía que pervivía tan sólo en el imaginario
de un puñado de lunáticos nostálgicos y trasnochados. Pero las
evidencias son evidentes. Los indicadores no indican otra cosa. El
monstruo ha resucitado.
Por todas partes se convocan
impunemente manifestaciones fascistas y hordas
de energúmenos
campan a sus anchas en los más diversos ámbitos, desde los campos
de fútbol hasta los desfiles militares.
Por todas partes se exaltan
las supuestas identidades nacionales hasta el paroxismo. Se ondean
las banderas como armas arrojadizas, se cantan los himnos “prietas
las filas”, se patrimonializan políticamente los símbolos
colectivos y se reescribe la historia para inventar
pasados heroicos.
Por todas partes triunfan
líderes
machistas, mediocres y chabacanos
cuyo único mérito consiste en agitar las más bajas pasiones y
rentabilizar con promesas facilonas el descontento de la gente ante
la crisis.
Por todas partes las
libertades retroceden, los derechos se recortan, la represión se
extiende y los y las periodistas
son insultados/as, perseguidos/as o asesinado/as.
Por todas partes se llevan a
cabo políticas que destruyen los equilibrios medioambientales y los
modos de vida locales para favorecer los intereses de la industria
extractiva y el agronegocio,
lo que muchos analistas han definido acertadísimamente como
“ecofascismo”.
El fascismo es siempre destrucción.
Y por todas partes se
promueve el miedo al diferente y la estigmatización de los
colectivos más vulnerables como una estrategia de acceso al poder.
Las personas migrantes y refugiadas son los nuevos “judíos”, los
chivos expiatorios que pagan por fracasos ajenos. A ellos y ellas se
les culpa de la inseguridad, de la quiebra del estado del bienestar,
del colapso de la sanidad, del descenso en la calidad de la escuela
pública, de la crisis de nuestros valores tradicionales… Es todo
falso: no
existe correlación entre inmigración y delincuencia,
la población migrante ha sido clave en nuestro desarrollo económico,
necesitamos
5’5 millones de inmigrantes
de aquí a 2050, los servicios públicos se han resentido por los
recortes…, pero al fascismo, el de antes y el de ahora, nunca ha
permitido que la verdad estropease sus discursos. Entre tanto, al
igual que ocurría con los judíos, son tratados como “subhumanos”.
Para muchos de ellos/as no existen las leyes ordinarias. No existen
las sagradas leyes del mar (lo que provoca, gota a gota, un lento
y silencioso holocausto),
no existe la Convención sobre el Estatuto de Refugiados (se
les devuelve en caliente
o se les niegan vías seguras de llegada), no existe la Declaración
Universal de Derechos Humanos (se les confina en verdaderos campos de
concentración, como los CIEs
de España,
sin haber cometido ningún delito)… Y todo ello, digámoslo
claramente, porque son negros, “moros” y pobres. Si fueran
blanquitos, cristianos y ricos, no faltarían los medios para
socorrerlos. En definitiva, algunas ONGs que trabajan en el sector y
algunas organizaciones políticas situadas a la izquierda del PSOE no
dudan en calificar la política migratoria europea (y no digamos la
estadounidense) como
criminal.
Pero es que eso es el fascismo: el crimen aupado al poder.
Por todo ello, aplaudimos,
por ejemplo, que Victoria Delicado, portavoz del grupo de Ganemos-IU
en la Diputación, vaya a presentar una moción
“de condena del auge del neofascismo”
en la que, además, se solicita la disolución de la Fundación
Francisco Franco. También nos congratulamos de que se celebre cada
vez más el Día
Internacional contra el Fascismo
(9 de noviembre), que conmemora la persecución antisemita perpetrada
durante la Noche de los Cristales Rotos. Porque hace falta un
profundo cambio cultural. Necesitamos sembrar democracia en nuestros
centros escolares. Debemos desmentir por todos los medios los falsos
rumores y los estereotipos sexistas, racistas y homófobos. Tenemos
que recuperar el presupuesto para cooperación internacional,
desterrar la corrupción de nuestras instituciones, poner nuestro
sistema político al servicio del pueblo, no de los bancos o las
oligarquías financieras… Porque de lo contrario el mal crecerá, y
nuestros viejos ideales de libertad, igualdad y fraternidad, por los
que tanto han luchado las generaciones anteriores, pueden terminar
perdiéndose en una larga noche de sueños rotos.
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