lunes, 4 de marzo de 2019

LA TAPIA DE LAS 750

Una de las cosas que más cuesta entender de la Alemania nazi es la frialdad con la que sus jerarcas planificaron el exterminio de la población judía y la eficacia con que sus funcionarios lo ejecutaron. Pues bien, sus colegas españoles no les fueron a la zaga en determinación y productividad. Emilio Mola lo tenía claro desde el principio: “Hay que eliminar sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensen como nosotros”. El gobierno republicano se opuso a la represión ejercida por grupos descontrolados, pero los militares sublevados se comportaron como auténticos animales carniceros.
                El resultado fue el fusilamiento de unas 100.000 personas durante la guerra y más de 50.000 en los años posteriores. España se convirtió en un gigantesco moridero, y Albacete, la capital de las Brigadas Internacionales, no iba a ser menos. En la tapia del cementerio opuesta a la ciudad fueron fusilados 735 hombres y 15 mujeres entre 1939 y 1948. Los tribunales militares que dictaron sentencia de muerte eran tan garantistas que muchas veces llamaban a los enterradores para que fuesen preparando las tumbas antes de celebrarse el juicio. La mayor parte de los ejecutados fueron a parar a una inmensa fosa común situada en el patio 3. El 14 de julio de 1939 fusilaron a 30 personas, entre ellas a dos hermanos (Librada y Juan), a la misma hora (las 5 de la madrugada), hombro con hombro, para que el horror del castigo se multiplicase hasta el infinito. A partir de 1945, curiosamente, las autoridades franquistas empiezan a desocupar la mencionada fosa. Algunos restos fueron dispersados por diversos pabellones, y otros fueron arrojados al osario sin más consideración. ¿Pretendían, quizás, borrar las huellas el genocidio político que habían perpetrado ante la posibilidad de una invasión aliada o de un “Núremberg” español? Es muy probable, aunque ahora sabemos que aquellos criminales no tenían nada que temer: las democracias de entonces y nuestra democracia actual nunca dudaron en concederles impunidad por los siglos de los siglos, amén.
                Y un profundo silencio cayó sobre ese capítulo de nuestra historia durante más de cincuenta años. En 1996, veintiún años después de morir Franco,  Manuel Ortiz publicó Violencia política en la II República y el primer franquismo, un valiosísimo trabajo de investigación centrado en la provincia de Albacete. Entonces empezamos a saber. En 2010, Yolanda López García y Mercedes Galiano Martínez identificaron una por una a las 750 personas fusiladas en nuestra ciudad en un estudio promovido por las concejalas Aurora Zárate (socialista) y Rosario Gualda (IU). Pero en la tapia de marras seguía sin haber ni la más mínima mención ni reconocimiento hacia ellas, porque el monumento “a los que amaron la paz”, inaugurado un tiempo antes, resulta tan genérico que parece dedicado más a Gandhi o a Heidi que a las víctimas de la represión. Estando así las cosas, el pasado mes de junio un conjunto heterogéneo de organizaciones (IU, PSOE, PCE, UJCE, Podemos, Equo, Ganemos, CCOO, UGT, STE, CEDOBI, Foro por la Memoria, Albacete por la República…), coordinadas por el Grupo de Amig@s Antonio Machado, se reunió  con Llanos Navarro, actual responsable del cementerio, para solicitar la instalación de una placa conmemorativa. La concejala, que en todo momento se mostró muy sensible y compungida, se comprometió a resolver el asunto “en quince días”. Pasaron meses y más meses. No resolvió. No contestó a las innumerables llamadas. Las cosas habían cambiado. Entretanto, el PP de Pablo Casado había girado hacia la extrema derecha… Las organizaciones anteriormente mencionadas valoraron varias posibilidades, pero optaron por empezar presentando una moción en el pleno de febrero a través de Ganemos y PSOE. Y así fue. Acudieron al Ayuntamiento varios familiares. Todo fue muy, muy emocionante. El PP, como era previsible, votó en contra. Ciudadanos, como también era previsible, miró hacia otro lado y se abstuvo. Pedro Soriano, siempre imprevisible, votó a favor. Y la moción salió adelante. De modo que, ochenta años después, la tapia de las 750 personas fusiladas, la tapia del terror, se convertirá en la tapia de la memoria, y cada agujero de bala será (por fin, joder, por fin…) como una herida que se cierra.


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