Buenos
días. La nuestra es una historia real, nacida de las entrañas de la
tierra manchega. Somos una familia de conejos que vive en una
madriguera cerca de Albacete, en un monte próximo al río Júcar.
Hace muchos soles un humano montado en bicicleta bloqueó la entrada
a nuestra madriguera con una gran piedra, parece que porque nuestra
puerta estaba en mitad de un nuevo sendero que los humanos habían
abierto entre las matas de las que nos alimentamos.
Gracias
a que, inexplicablemente, los humanos desaparecieron del monte
durante soles y lunas, toda la familia trabajando unida pudo abrir
una nueva entrada, cuando ya nos encontrábamos al borde de la
inanición. De nuevo, no sabemos por qué, los humanos han regresado
y uno de ellos ha vuelto ha colocar otra piedra en nuestra nueva
salida al sol y la comida. Mis hijos, mis gazapillos, están muriendo
de hambre.
Recientemente
muchos hermanos nuestros de diferentes especies han percibido cómo
el silencio y la tranquilidad volvían a nuestras vidas. Hemos
vivido, sufrido, gozado y muerto solamente según las leyes de la
madre naturaleza, sin ninguna intervención humana. Las tortugas
volvieron a las playas, las cabras salvajes a los montes, los
jabalíes a las antiguas cañadas ahora ocupadas por edificios.
Nuestros pájaros, surcando un cielo límpido como nadie recordaba
haber visto, se acercaban a las colmenas en las que viven los
humanos, y esto nos contaban: los veían a unos encerrados tras los
cristales, a otros aplaudiendo en los balcones, a otros gritando, a
otros muchos embozados y ajetreados, apresurándose en el cuidado de
sus congéneres enfermos…
Nosotros
nos compadecemos de ellos. Sabemos lo que es el sufrimiento y sabemos
lo que es sentirse vulnerables e indefensos, como ellos se han
sentido. También los pájaros nos andan avisando de que ahora, quizá
por miedo a algo, los humanos están usando más sus coches y que
tiran más y más plásticos. Pero, de una manera que no sabría
explicar, por esa corriente de vida que nos conecta a todos los seres
vivos y a la madre tierra, sabemos también que ellos han sentido que
son uno, que todos ellos son uno, que todos somos uno con la tierra,
y que si no nos salvamos todos nadie se salva.
Mientras
esperamos que otro humano bondadoso aparte esta roca que nos mata,
anhelamos que los tiempos de paz y de armonía de las especies con el
planeta no se rompan, que la vida y la muerte se acompasen a los
ritmos de la naturaleza. Que los humanos vuelvan a su vida, a su
normalidad, pero que no se olviden de nosotros, que no se olviden de
que nosotros seguimos aquí, ni de que ellos sin nosotros nada serán.
¿Lo harán? Han sentido que son frágiles, como un gazapillo
asustado más: ¿se les olvidará?
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