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Imagen: Un gendarme francés ofrece víveres a los refugiados españoles en una calle de Le Perthus el 28 de enero de 1939 |
Abuelos, contadme otra vez cómo llegasteis los refugiados a
la frontera, por decenas de miles, atemorizados,
con la ropa y un hatillo, huyendo de la guerra, pendientes los mayores de los
muchos niños, … contádmelo, seguro que lo recordáis, vosotros, abuelos
españoles, refugiados españoles, no inmigrantes, sino refugiados de guerra que
cruzasteis las fronteras de Europa en 1939… como lo hicieron millones después
del fin de la segunda guerra mundial, en 1945… como
repitieron los yugoeslavos en la década de 1990.
Contadme
cómo os trataron y cómo deberían haberos tratado. Y decidme ahora qué
pensáis al ver a esos miles de refugiados que escapan hasta las fronteras de un
continente mucho más rico y supuestamente más justo que aquel de 1939.
Nosotros, los españoles, que llevamos años recibiendo inmigrantes y que ahora
recibiremos refugiados de guerra, hemos
de mirarnos de nuevo al espejo, para ver en el rostro de cada refugiado la
cara de nuestra abuela, que huyó a Francia, en la cara de cada inmigrante el
rostro de nuestro padre que emigró a Suiza o la carita de nuestra hija que ha
emigrado a Inglaterra.
Todo está ya dicho sobre lo
que está sucediendo y lo que está por suceder, que no es otra cosa que lo
normal, dentro de esa salvaje anormalidad que supone a veces el
comportamiento humano: cuando hay una guerra, hay personas inocentes que huyen
para salvar su vida y la de sus familias. Y el derecho
internacional dice que esos seres humanos tienen derecho al asilo en cualquier
otro país (Declaración Universal de los Derechos Humanos, Artículo 14). Ya
está todo dicho. Ya está todo dicho sobre esa desgarradora imagen del niño Aylan,
sobre las personas engañadas y metidas en los trenes húngaros como animales, sobre
la violencia de los guardias fronterizos de Macedonia (ARYM) y Hungría,
sobre la responsabilidad occidental en las guerras de Irak y Siria.
Ya está todo dicho, ahora falta hacer. Pero, claro, no hacer como Mariano Rajoy y su gobierno
entienden por hacer… El ejemplo de
Alemania es alentador. Es cierto que seguramente los demógrafos y economistas
alemanes habrán calculado que los niños y jóvenes que llegan a su país son los
que necesitará en el futuro a la envejecida población alemana, y que tendrán
que conseguir una verdadera integración de esos cientos de miles de personas. Ese
es su reto, y ese puede ser en parte su interés. Pero no es menos cierto
que la mayoría de la población alemana se ha volcado ejemplar y calurosamente en
el recibimiento a los refugiados, y que se están enfrentando sin miramientos a
los gravísimos ataques de la ultraderecha fascista.
Si la imagen del Aylan sirvió para ablandar el corazón de
algún político europeo, no fue el de Rajoy y su gobierno. Nuestro presidente se
resistió hasta el final a reconocer que nos enfrentamos a una situación de
catástrofe humanitaria sin precedentes en Europa desde la II Guerra Mundial.
Nuestro presidente, hasta que no recibió instrucciones clarísimas (¿órdenes?)
de Angela Merkel, no
accedió a acoger a los refugiados sirios e iraquíes que nos corresponden.
Alemania ha comenzado, como nación entera, a afrontar el
gran reto de acoger e integrar a cientos de miles de personas. No es tarea
fácil, pero imaginamos que los alemanes pondrán en ello planificación, esfuerzo
y recursos. Abuelo, ¿qué
piensa usted que hará el gobierno español?
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