Si la educación es más importante que cualquier tela
que ondee al viento para mayor regocijo de las respectivas tribus, ¿por qué
prácticamente nadie ha hablado de ella (ni de sanidad, ni de cultura, ni de
dependencia, ni de trabajo…) en las recientes elecciones catalanas?
Si los niños son el futuro, ¿por qué aceptamos que la
LOMCE nos devuelva al siglo XIX?
Si la escuela debe fomentar la ciencia, la libertad de
pensamiento y la razón, ¿por
qué mantenemos la catequesis, con sus dogmas y su pensamiento mágico, en
las aulas?
Si no permitimos que nuestros hijos se atiborren de
chuches, ¿por qué dejamos que los libros de texto atasquen sus cabezas con una
cantidad de datos y conocimientos que son incapaces de digerir? ¿Por qué prestamos
más atención a su estómago que a su cerebro?
Si la infancia no es una competición, ni el
aprendizaje una carrera de galgos, ¿por qué el actual sistema educativo se
empeña en formar
en “competencias”?
Si las personas no estamos fabricadas en una cadena de
montaje, ni estamos modeladas con un mismo patrón, ni, afortunadamente, estamos
hechas en serie, ¿por qué ahora todo el sistema educativo gira en torno a los
denominados “estándares”?
Si la educación no cotiza en Bolsa, si el Ibex no mide
su éxito o fracaso, si los colegios no son sociedades anónimas ni equipos de
fútbol, ¿por qué la ley actual prevé la confección de rankings
de centros educativos, de modo que los habrá de primera, segunda y tercera
división?
Si nuestras escuelas e institutos deben ser espacios
donde se fomente la cooperación, la solidaridad y el apoyo mutuo como factores
fundamentales para el crecimiento personal y el progreso social, ¿por qué, sin
embargo, una de las mencionadas competencias clave se denomina “Sentido de la
iniciativa y espíritu emprendedor” (es decir, empresarial)? ¿Por qué a chavales
de 13 o 14 años (3º de ESO) se les imparte una asignatura denominada “Taller de
iniciación a la actividad emprendedora y empresarial”? ¿Cómo es posible que el
secretario de Estado de Educación Marcial Marín se atreva a afirmar, tan
resuelto él, que “hay
que orientar los estudios hacia las necesidades de las empresas desde Primaria”
sin que se monte la de dios?
Por cierto, si no se nos ocurre que el pintor arregle
el motor de nuestro coche, ni confiamos la pintura de nuestra casa al mecánico,
¿por qué dejamos que personajes absolutamente ineptos, sin formación específica
ni experiencia docente, gestionen ni más ni menos que la educación pública? ¿Cómo
puede ser secretario de Estado de Educación un individuo que probablemente
suspendería la reválida de 3º de Primaria?
Mientras gobierne el PP, nuestro sistema educativo
está en peligro. La escuela pública ha sufrido un gravísimo proceso de
mercantilización. El capitalismo se ha incrustado en lo más profundo de su
estructura pedagógica y organizativa. Además, ha sido objeto durante estos
últimos años de recortes salvajes que han provocado una merma en la calidad de
la enseñanza, lo cual ha permitido que el sector privado haya multiplicado su
volumen de negocio de forma exponencial. En
Madrid ya hay más colegios privados que públicos. Si no permitimos que
nadie destruya ni robe lo que es nuestro, ¿por qué luego consentimos que
nuestros gobernantes, incumpliendo sus propias promesas, destrocen y malvendan la
educación y la sanidad públicas, que también son nuestras porque son de todos?
Estamos en un momento decisivo en la historia de
nuestro país, de nuestro continente y del mundo. Si somos realmente mayoría los
que creemos en los servicios públicos, los que no queremos que nuestra sociedad
se convierta en una selva en la que impere la ley del más fuerte, los que no
deseamos que nuestra democracia termine definitivamente convirtiéndose en un
decorado vacío de contenido, ¿por qué no dejamos de hacer el indio con nuestros
sectarismos y nuestros egos y unimos
nuestras fuerzas?
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