En la transmisión de cualquier nacionalismo hay siempre un
algo de emoción, un escalofrío de sentimiento que corre paralelo a la razón y
que a veces la anula. Un himno, una bandera, son símbolos que pueden acelerar
los latidos del corazón. Si ustedes no son nacionalistas (tampoco nacionalistas
españoles) pero son aficionados al deporte, ¿sintieron algo especial cuando
sonó el himno español en la final del mundial de Sudáfrica y vieron a Iniesta y
a sus compañeros abrazados? Y si esas imágenes las vieron en un bar, en una
plaza, con docenas o miles de aficionados, ¿pudieron sentir una emoción
especial al sentirse uno entre muchos?
Demóstenes sabía que el mejor orador no era el que mejor
hablaba, sino el que mejor sintonizaba con el sentir y el pensar de su
auditorio. Todos los buenos oradores saben eso. Hitler, más allá, escribía en
“Mein Kampf” que a las masas hay que dominarlas y manipularlas hablándoles al
corazón, no a la cabeza.
A falta una semana para las elecciones autonómicas
catalanas, el líder de Esquerra, Oriol Junqueras ha enardecido a los asistentes
a un mitin declamando:
“Tengamos fe, tengamos esperanza y sobre todo trabajemos porque es la hora de
la victoria”. Cuando todas las evidencias racionales muestran que si, en un
proceso que sería tremendamente traumático, Cataluña se independiza quedaría
fuera de la Unión Europea y del euro, es cuando los líderes independentistas
tienen que conseguir que los catalanes tiren por la ventana la razón, que solo
tengan fe. Fe, poderoso argumento político, ¿no?
Es evidente que Mas, la derecha que gobierna en Cataluña,
alzó la bandera independentista y apeló al sentimiento nacionalista para
ofuscar lo que la razón mostraba: que
estaba destruyendo los servicios sociales. Y en esta maniobra de engaño,
para desgracia de la izquierda, ha obtenido la impagable colaboración de
Esquerra Republicana, que parece pensar que los problemas de los obreros
catalanes son los mismos que los de la burguesía catalana... y que no quiere
que los ricos de Barcelona paguen más impuestos para ayudar a los empobrecidos
de otras comunidades ni que los ricos de Madrid tengan que ayudar a las
personas más necesitadas en Cataluña. Triste.
Si las elecciones confirman las encuestas, las
candidaturas que promueven la independencia lograrán la mayoría absoluta... y
la mayoría de los catalanes estárían en contra de la independencia. ¿Cómo
entender eso? Solo puede haber una explicación: que hay un alto porcentaje de
catalanes que no quieren la independencia pero que van a votar a “Junts pel Sí”
para mandar un serio aviso al estado español, un aviso de que desean que la
relación entre Cataluña y el estado cambie, un aviso que ya expresaron
democráticamente en el referéndum
del nuevo estatuto, truncado después por el PP y el Tribunal Constitucional.
En este asunto las responsabilidades recaen en muchos: el
PP, negándose con su ciego españolismo a reconocer la necesidad de cambios en
el estado; el PSOE, dando bandazos, desde el rechazo absoluto y despectivo a la
solución federalista que proponía IU, a encontrar el federalismo como única
solución; Mas,
burlando la voluntad popular al decir que estas elecciones son plebiscitarias,
pero que solo necesita mayoría de diputados, no de votos; PP y PSOE criticando
lo anterior, que no es sino una funesta consecuencia de la ley
electoral que los dos mantienen en su beneficio; Esquerra, traicionando el
espíritu de izquierdas del presidente Francesc
Maciá, que proclamó el Estado catalán pero dentro de la República Española.
Todos
han actuado desde el interés propio, la ceguera y el provincianismo, y la
consecuencia no ha sido otra que acrecentar el enfrentamiento y la división.
Seguramente dentro de dos o tres semanas volveremos a escribir sobre este
asunto. No sabemos todavía cómo . Pero les podemos asegurar una cosa: no lo
haremos desde la fe.
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