domingo, 20 de marzo de 2016

FAUNA IBÉRICA


No sabemos si será por el cambio climático, el enrarecimiento de atmósfera política o la incertidumbre general imperante, pero el caso es que la fauna humana del solar ibérico anda tan revuelta que al añorado Rodríguez de la Fuente le daría para grabar tropecientos capítulos más. En efecto, en los últimos tiempos están surgiendo nuevas especies, otras están sufriendo mutaciones y, por si fuera poco, algunos avechuchos de mal agüero procedentes del norte han venido a estercolar nuestro país con su presencia.

            Sin más dilación, pasemos a examinar algunos ejemplos de lo dicho anteriormente. Lo primero que inevitablemente nos encontraremos al salir de casa será al clásico Nazarenus hispanicus. Sólo se le puede ver por estas fechas. El resto del tiempo lo pasa hibernando. Es un ser gregario, que se desplaza en largas filas en pos de un ídolo. Su aspecto es poco amigable, ya que se presenta en sociedad bajo una especie de burka en forma de capirote, pero por lo general no resulta agresivo. Por el contrario, de su voluminoso vientre,  que no es consecuencia de preñez aunque lo pareciera, suele extraer caramelos para los niños. Quizá lo peor del Nazarenus es que aparece asociado a otras dos especies capaces de poner en peligro la salud mental de cualquier persona que no esté sorda. Nos referimos al Tamborilerus contumacis y al Cornetarius estridentis. Baste decir que muchos pájaros aparecen muertos en el suelo tras su paso.

            Con un poco de suerte, también podemos cruzarnos estos días con algún Homo electus. Se trata de un ser melancólico y meditabundo. Anda siempre cabizbajo, pensando que si se vuelven a convocar elecciones lo mismo se acaban sus días de gloria. El electus es fiel como un talibán a su partido, pero sabe que, a la hora de confeccionar las listas, los designios del líder o de la cúpula correspondiente son inescrutables. En sus peores pesadillas, se ve apeado de una nueva candidatura o, aún peor, relegado a presentarse por una provincia de la que no sabe ni papa.

            No menos peculiar es el Homo izquierdosus. Suele ser un tipo locuaz, capaz de pronunciar sin pestañear discursos larguísimos con los que él mismo se embelesa. Trufa sus alocuciones con palabras tan hermosas como “igualdad”, “solidaridad”, “fraternidad”, “camaradería”, etc., y en sus reuniones todos se tratan de “compañeros” y “compañeras”, pero, a la hora de la verdad, cuando un izquierdosus ve aproximarse a un congénere automáticamente experimenta un subidón de adrenalina y activa todos sus mecanismos de ataque, como si se tratase de un peligro mortífero. El carácter territorial de esta especie es considerado por muchos especialistas la causa de que las derechas sigan gobernando en España.

            Un caso curioso es el del conocido como Marianus marianus, así denominado porque realmente es un individuo único en todos los sentidos, un endemismo patrio sin parangón. No hay otro como él. Se le reconoce porque, aunque es presidente del gobierno, generalmente se expresa con frases que parecen sacadas de El libro gordo de Petete. Por ejemplo, lo último que ha dicho ha sido que “por las carreteras tienen que ir coches y de los aeropuertos tienen que salir aviones”. Los mismos de su partido están dudando entre disecarlo o enviarlo a Marte, a ver qué pasa.

            Y acabamos con dos especies que no son nuevas, por desgracia, pero que los medios nos han mostrado en su versión más depravada. Nos referimos al Compiyogui pestilensis y al Peseuveindhovensis putrefactus. Al primero le gusta merodear en el entorno de la corrupción, a la que justifica porque se nutre de ella. El segundo disfruta humillando a los seres más débiles o desfavorecidos. Recientemente lo hemos visto burlándose de unas mujeres rumanas en la Plaza Mayor de Madrid. El  Peseuveindhovensis putrefactus es lo que los zoólogos denominan un “ente coprobiológico”, es decir, una mierda con patas, una hez parlante, una moñiga cervecera, un excremento de la naturaleza. Ataca siempre en manada. Es cobarde y estúpido: la simple visión de un libro le provoca las mismas convulsiones que a la niña de El Exorcista. Como al fascismo, se le espanta leyendo, es decir, extendiendo la inteligencia, la razón y la cultura.






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