Me
llamo Hadad, como el dios fenicio que ruge cuando las tormentas azotan el
Mediterráneo. Soy comerciante fenicio y nací hace unos 3.000 años en Tiro, una
ciudad que está en el actual Líbano. Un día un amigo alfarero me dijo que había
oído que sus ánforas y vasijas podrían gustar a los íberos, los pobladores de
una península lejana al otro lado del mar. Hace casi tres mil años zarpé en un frágil
barquito de madera, bordeé miles de kilómetros de costas desafiando la furia
del mar, y desembarqué en las
playas de Iberia y allí vendí la cerámica. No huía de nadie, nadie me
perseguía, nadie quería matarme ni a mí ni a mi familia. Afronté muchos
peligros y nada me detuvo, recorrí miles de kilómetros y solamente lo hice para
comerciar con unas vasijas.
Ahora hay en Europa quien piensa
que, agenciándose un guarda de fronteras bien pagado, las personas que huyen de
la guerra, los bombardeos, los asesinatos, el hambre, la miseria, ya no van a
atreverse a venir al continente de la paz y la riqueza. Ahora se
le ocurre a la Unión Europea que doblando la paga a Turquía, va a poder
olvidarse de esa gente que tanto incomoda sus fronteras, de esos niños que se
ahogan a cientos en el Egeo en una travesía de pocos kilómetros entre Turquía y
las islas griegas. Ahora se les dice: los turcos no van a dejaros pasar, les
hemos pagado para ello, no
vengáis, ni los refugiados ni los inmigrantes. No vengáis ni aunque os
estén matando en vuestros países, ni aunque viváis en la miseria.
El Mediterráneo ha sido cruzado
desde hace milenios por personas que solo querían intercambiar vasijas, y
Europa cree ahora que los que huyen de la muerte junto a sus hijos van a
quedarse sentados entre los escombros y los bombardeos. Por otro lado, ¿es que
es Turquía dueña de todas las costas y todos los mares? ¿Quién puede creer que
no habrá
nuevas y más peligrosas rutas hacia la rica Europa? Dentro de ese acuerdo
vergonzoso de la UE con Turquía se incluye una cláusula tan terrible como absurda:
por cada refugiado irregular que devuelvan los turcos, la UE dará papeles a
otra persona. Se nos ha dicho que eso permitirá la entrada regular de
refugiados. Pero en realidad eso quiere decir que para que una persona pueda
regularizar su entrada en la UE, antes otra persona deberá sacrificarse,
arrojarse al mar, sobrevivir y ser
detenido por el ejército turco. ¿Es así?
El ser humano, magnífico y
terrible espécimen al tiempo, ha recorrido todo el planeta y ha surcado todos
los mares por motivos menos angustiosos que salvarse a sí y a sus hijos de la
muerte. Que nadie se engañe, que nadie nos engañe: las fronteras se romperán, en
Macedonia y Grecia, y Turquía se convertirá en un infierno vergonzoso… a
no ser que Europa ayude a detener
la guerra en cuyo estallido colaboró y acepte que debe acoger, con toda la
grandeza y humanidad que en ocasiones nos ha caracterizado, a esos congéneres
que huyen de lo que nadie quiere para sus hijos. Y, por favor, apliquen la
reforma laboral a todos esos trajeados burócratas y políticos que toman sus
decisiones en Bruselas, que piensan más en su bienestar que en las
familias que malviven en Idomeni o se ahogan en el Egeo. Y que alguien les
enseñe lo que significan palabras como vergüenza
y empatía.
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