domingo, 27 de noviembre de 2016

El blafraidai y el esemei



Para empezar, permita que nos metamos en este jardín: ¿por qué leches se nos pegan a los hispanos tan rápidamente algunas tradiciones aparentemente tontunescas de los anglosajones y/o nórdicos en general? Véase: el blafraidais, el jallowin, el papanoel, el… ¿Será, quizá, que no nos hemos dado cuenta de que detrás del rock y el pop y las pelis de vaqueros y del espacio y los refrescos de cola y la informática y el internet venía toda la arrolladora marea de la invasión cultural bárbara anglosajona para arrasar nuestras costumbres y nuestro modo de vida mediterráneo y sustituirlo todo por el imperio del perrito caliente?

Puede ser. Sin embargo, en lo verdaderamente importante mantenemos nuestras tradiciones a lo largo de los siglos, contra viento y marea. Ni tenemos una fiscalidad progresiva, ni un parque público de viviendas de alquiler, ni un gasto educativo en la media europea, ni una legislación que proteja a las familias frente a los abusos de la banca, ni mantenemos la inversión en investigación, ni… ni tenemos todas esas cosas que tienen nuestros vecinos más desarrollados.

Un espécimen de la reserva espiritual española es el Salario Mínimo Interprofesional: por muchas modas que nos vengan de fuera, los sucesivos gobiernos mantienen el SMI en un nivel tan bajo que, con él, una familia de dos miembros queda directamente en situación objetiva de pobreza.

Esta tradición está relacionada con otra costumbre fuertemente arraigada en nuestro país, la de votar presidentes del gobierno que nos toman el pelo (aunque en esto hay una nueva variante: cuando no los vota la gente, los vota el partido de la oposición). De movimientos más pausados que ese simpático animalito bautizado como perezoso, Mariano Rajoy acaba de romper el récord mundial de lentitud y el de caradura al mismo tiempo: dice que va a subir el SMI progresivamente hasta alcanzar los 800 euros… a lo largo de los próximos ¡ocho años! ¿Alguien es capaz de decir cómo será nuestra economía dentro de ocho años? Para el 2025, ¿cuánto habrán subido los precios, cuánto habrán bajado los salarios, cuánto se habrá evadido al extranjero, cuánto costará la electricidad, cuántas amnistías fiscales habrán favorecido a los amiguetes, cuántas veces nos habrán subido el IVA y los impuestos indirectos, cuántas veces habrán rebajado el IRPF a las rentas más altas,…? ¿Será un sueño para millones de trabajadores llegar a ser mileurista? Nadie lo sabe. Nadie sabe cómo estará el país económicamente dentro de ocho años, aunque todos nos tememos que estará peor para los de siempre y mejor para los de toda la vida.

Y así, millones de españoles y de familias, de los de ahora y de los de los próximos casi dos lustros, incluyendo a casi todos los jóvenes, seguirán sufriendo la pobreza del que trabaja y no llega ni a mediados de mes, mientras el gobierno sigue legislando para los suyos y para las grandes compañías y petrificando sueldos con los que no se puede subsistir.

Todo lo demás, el fraidais, el jallowin y el papanoel y todo eso, son solo fuegos de artificio, colorido para esconder la rancia realidad, simulaciones de cambios en diferido, todo mentirijillas salvo alguna cosa… para que parezca que el país es moderno y yanqui y occidental, mientras las esencias siguen a salvo en las cajas de caudales del solar patrio, se encuentre este en España, Andorra, Suiza o Panamá.









domingo, 20 de noviembre de 2016

EL PRÍNCIPE DE MALI, LA GITANA DE MAUTHAUSEN Y EL GENOCIDA DE EL FERROL


La pasada semana se representaron en nuestra ciudad dos obras de teatro estremecedoras. La primera de ellas, Me llamo Suleimán, basada en la novela homónima de Antonio Lozano, narra la historia de un chico descendiente del fundador del Imperio de Mali que abandona su aldea para buscar una existencia mejor en Europa. Desde el primer momento, gracias a la meritoria interpretación de la actriz Marta Viera, el espléndido montaje escenográfico y la vibrante música de Salif Keita, el espectador se convierte en compañero de viaje del protagonista. Junto a él, recorre miles de kilómetros en camiones no aptos ni para el transporte de ganado, pierde amigos en el camino, vive el sueño de encontrarse a un tiro de piedra de Melilla, intenta saltar la valla, es abandonado en medio del desierto, cruza el océano hacinado en una patera… Cuando el arte capta la verdad, los límites entre la ficción y la realidad se desvanecen, la vida vibra y la humanidad aflora. Suleimán es una especie de Ulises contemporáneo. No es nadie en concreto y es mucha gente a la vez. Su biografía está construida con la biografía de miles y miles de personas que huyen de la desigualdad y la violencia generadas por el sistema económico mundial, personas pobres, pero valientes y dignas, que valen infinitamente más que todos esos putos politicastros empeñados en seguir levantando muros.
La segunda obra a la que hacíamos referencia, El triángulo azul, de Laia Ripoll y Mariano Llorente, recrea la vida de los republicanos españoles en el campo de concentración de Mauthausen. Fueron transportados allí unos 7000 hombres, mujeres y niños (por cierto, más de 100 de ellos albaceteños) procedentes de distintos puntos de Francia. El gobierno alemán había ofrecido al español la posibilidad de repatriarlos, pero aquí se desentendieron y prefirieron enviarlos al matadero. Como su país no los reconoció, se convirtieron en apátridas, y eso es lo que significaba el triángulo azul, que no tenían patria, que la tierra de sus padres no los reconocía. Tan sólo en torno a 2000 lograron sobrevivir. El resto murió víctima de los abusos, la extenuación, el hambre y las cámaras de gas. Ahora bien, de nuevo la realidad adquiere una dimensión épica. Cuando se produce la primera muerte de un preso español, el resto desafía a los energúmenos de las SS y guarda un minuto de silencio tras el recuento. Pese a que el campo es un infierno, un grupo de compatriotas se sobrepone a las circunstancias y en la Navidad de 1942 estrena… ¡¡una revista de variedades!! ¡Hace falta ser muy grande para hacerle burla a la muerte en sus propias narices! Finalmente, la obra cuenta cómo el joven fotógrafo Francisco Boix logra sacar mil fotos del departamento de documentación con la colaboración de Oana, una chica gitana convertida en esclava sexual. Esas son las célebres fotos que se utilizaron como prueba acusatoria contra innumerables jerarcas nazis en los juicios de Núremberg. Como en el caso de Suleimán, Oana es una nadie, un ser al margen del sistema, apenas un objeto de desahogo, pero, de igual forma, un solo cabello suyo vale más que todos los dictadores sanguinarios que ni nombramos por no ensuciarnos la boca y vernos obligados a escupir.

Obviamente, las obras mencionadas no volverán a representarse en Albacete, pero recomendamos encarecidamente a los lectores que si alguna vez, en cualquier otro lugar, tienen la oportunidad de ver alguna de ellas, que no dejen de hacerlo. Todas las grandes historias trascienden la peripecia individual y nos sitúan en escenarios de validez universal. Suleimán personifica las injusticias aberrantes del capitalismo. Oana pone rostro y voz a los crímenes del fascismo. Hoy, 20 de noviembre, aniversario de la muerte del genocida de El Ferrol amigo de los nazis y apenas transcurridos doce días del triunfo electoral del magnate xenófobo, quizá sea un buen día para reivindicar la memoria de todos los Suleimanes y de todas las Oanas y tomar ejemplo de su coraje.


sábado, 12 de noviembre de 2016

Lo malo y lo peor


En los últimos días están corriendo ríos de tinta, suenan y resuenan las voces de los analistas políticos que, desde la perplejidad y el asombro, intentan encontrar una explicación al resultado de las elecciones a la presidencia de EE.UU. Muchos buscan en el baúl de la abuela algún manual que resuelva los infinitos interrogantes al terremoto del magnate Trump, futuro inquilino del despacho oval de la Casa Blanca.

La sociedad americana tenía el dilema de elegir entre lo malo y lo peor. La enorme desigualdad social y la desesperación jugaron sus bazas, ganó lo peor. El pasado 8 de noviembre los norteamericanos tuvieron que optar entre dos caras de una misma moneda, la de un capitalismo salvaje sin escrúpulos, representado por Hillary Clinton y Donald Trump. Una candidata demócrata del “establishment”, con un estilo suave, moderado, con más vaselina pero que no dejaba de ser más de lo mismo, frente a un inesperado cafre neofacista que se jacta de su misoginia, de su xenofobia y de su insumisión fiscal, entre algunas de sus barbaries.

Estaban llamados a las urnas unos 240 millones de norteamericanos, pero sólo dieron su voto el 50% del censo electoral. ¿Qué hubiera pasado si esta enorme abstención se hubiera reducido en 15 ó 20 puntos? ¿Habría cambiado el nombre del presidente elegido, si en algunos estados claves la movilización de los votantes hubiese sido otra? Esto es política ficción y aquí cabrían mil y una especulaciones.

Lo cierto y fijo es que, como lo presagiaba Bernie Sanders, el partido republicano ganó el Senado, la Cámara de Representantes y la Casa Blanca, porque, entre otros factores, las huestes del partido democráta hicieron una campaña sin impulso y carente de entusiasmo, lo que produjo que la participación de sus posibles votantes fuera menor de lo esperado. Hillary, la exsecretaria de Estado genocida, desde la prepotencia de autoproclamarse mejor candidata que su rival, con palabras huecas, mensajes vacíos, al más viejo estilo tradicional de la política de siempre, ha querido ganar la partida sin bajarse del autobús. Pero pronto se vieron sus intenciones que no eran otras que crear un gobierno sólo para la América corporativa de los ricos donantes de las campañas, olvidándose de dar soluciones a las penurias de la mayoría de la población de EE.UU. Día a día, la piel del oso de un “éxito casi cantado” de la señora Clinton, se quedó sin cazar en numerosos hogares americanos que, repletos de hartazgo, optaron por no votar o apoyar a las vísceras, a la caverna, a lo peor.

Y en esto llegó Trump. Un bufón que es el resultado de la quiebra del sistema capitalista, que produce desigualdad, pobreza y desesperanza. Un sistema que agoniza fagocitándose a sí mismo, donde la factura la están pagando una gran mayoría mientras unos pocos siguen acaparando la riqueza. Trump ha ganado las elecciones con el peor de los mensajes, prometiendo proteccionismo, mano dura con el inmigrante, y una serie de medidas que caracterizan los fascismos, pero que gran parte del electorado compra harto de que el discruso oficial del poder establecido los engañe y haga promesas que no se terminan de cumplir nunca, mientras sus condiciones de vida siguen empeorando.

El presidente del Imperio, el vigia de occidente es una pieza más del engranaje, pues Trump es una última apuesta, un "outsider" producto del sistema con unas aberraciones ideológicas que provocarán la aceleración de las etapas históricas del desencanto social.

Da mucho que pensar que en el siglo XIX los reaccionarios no querían la democracia, en el XX quisieron destruirla, y en el XXI... en el XXI están encantados con las urnas. ¿Por qué? Lo cierto es que un acontecimiento planetario llamado fascismo extiende sus garras y quiere devorar todo lo que encuentra a su paso. USA se repliega y se echa al monte con la legitimidad del voto de aquellos que practican el forofismo, sacando lo peor de la América profunda: incultura, homofobia, racismo, espíritu retrogrado,...donde Trump es el máximo exponente. ¡Lo que puede hacer la desesperación y la indignación! ¿Este es el nivel de “la mayor democracia del mundo”, el país que es modelo para la derecha española? Mal camino llevamos.

Ante este triste panorama que, queramos o no, nos va a afectar en nuestras vidas, hay que buscar una ruptura con el sistema capitalista liberal que está quebrado y construir un nuevo modelo más justo socialmente, equitativo y sostenible. Urge la movilización de las fuerzas democráticas y sociales frente al avance de lo peor, frente al crecimiento desmesurado del neofascismo. Comenzamos a saber cómo podría sentirse un antifascista alemán en marzo de 1931.

Ni susto, ni muerte, Ni malo, ni peor. Nosotros y las próximas generaciones nos merecemos otro mundo mejor. La resignación debe quedar en el olvido.

¡La lucha sigue!



@CPuenteMaderaAB



domingo, 6 de noviembre de 2016

ESPAÑA NO ES CUALQUIER PAÍS


Cuentan que Don Mariano soñaba despierto con tener un gobierno con Rato, Trillo, Cascos, Bárcenas a las finanzas… También cuentan que soñaba con que un día, el mismísimo PSOE acabaría reconociendo su mayor respaldo popular y le haría posible su gobierno. Y… ¡zasca! Ante la verdadera imposibilidad del primero, el segundo se le hizo realidad. Hartos de ver películas de guerra y espías, la vieja guardia del PSOE, tramaron un inicio de ataque (autoataque realmente) al estilo de… “y cuando en Radio Libertad suenen las primeras notas de El Anillo de los Nibelungos” o la palabra “Mickey Mouse” desde Normandía, solo que ellos consideraron más oportuno pensar “Y cuando Felipe González lo diga en la SER, le caemos todos encima” vaya y alguno estuviera despistado. Y así fue como se fraguó la gran victoria de Rajoy. Y se puso a formar Gobierno, que ya era para que lo tuviera pensado, pero se tomó sus días…

En cualquier país del mundo (civilizado), un ministro de Interior grabado en su despacho y afirmando “esto te lo afina la Fiscalía” a quien ya saben y sobre lo que ya saben, hubiera sido cesado al segundo. Pero España no es cualquier país. Rajoy lo ha aguantado hasta que ya ha habido un cambio “natural”.

En cualquier país del mundo (civilizado), cuando un partido está contra las cuerdas por corrupción y alguien sale a defender el tema, y en vez de prepararse bien y convencer su defensa, dice que “la indemnización que se pactó fue una indemnización en diferido. Y como fue una indemnización indifi... en diferido, en forma, efectivamente, de simulación, de... simulación, o de... lo que hubiera sido en diferido en partes de una... de lo que antes era una retribución, tenía que tener la retención a la Seguridad Social”, habría dimitido a los dos segundos. Pero España no es cualquier país. Rajoy ha premiado tal defensa con el Ministerio de Defensa (por cierto, que se dice que Page ya está aprendiéndose el himno de Infantería y se está haciendo amigo de la cabra).

En cualquier país del mundo (civilizado), si una ministra, instando al capote de la virgen, consigue records europeos de paro y mete la mano, el codo, la axila y hasta el último pelo de su cardada cabellera en la hucha de las pensiones, sería fulminada al segundo. Pero España no es cualquier país. Rajoy la premia y la reafirma.

En cualquier país del mundo (civilizado), para dirigir la sanidad, hay que saber de sanidad. Ya saben, no es el caso ni del país ni el de la morosa y nueva ministra, aunque lo mismo a ellos les vale con que sepa los nombres de las empresas de sanidad privada a promocionar.

En cualquier país del mundo (civilizado), el ministerio de educación, o el de cultura, tienen su peso específico. Pero España no es cualquier país. Rajoy los suma y difumina con Deporte y la necesitada de mucha dedicación portavocía del Gobierno.

Pero en fin, en cualquier país del mundo (civilizado), la gente no hubiera votado (aunque no fueran mayoría) al partido implicado con más casos de corrupción de toda la historia de Europa y con las políticas menos sociales de la historia de España.

Y claro, en cualquier país del mundo (civilizado), ningún partido que se llame de izquierdas hubieran consentido con su posición favorecer que estos gobiernen. Tampoco en ningún país el principal partido de la oposición hubiera permitido que otro partido con ese bagaje llegara al gobierno. Pero amigas y amigos, España no es cualquier país, y un partido que se autoproclama de izquierdas y es el principal partido de la oposición, lo ha hecho posible: un gobierno continuista, que premia y reafirma la Reforma laboral que solo a ellos y sus amiguetes gusta, que reparte responsabilidades pensando en el partido y no en el país, que deja fuera a sus jóvenes que se han quejado de la corrupción, que … en fin, que España no es cualquier país.