En
los últimos días están corriendo ríos de tinta, suenan y resuenan
las voces de los analistas políticos que, desde la perplejidad y el
asombro, intentan encontrar una explicación al resultado de las
elecciones a la presidencia de EE.UU. Muchos buscan en el baúl de la
abuela algún manual que resuelva los infinitos interrogantes al
terremoto
del magnate Trump,
futuro inquilino del despacho oval de la Casa Blanca.
La
sociedad americana tenía el dilema de elegir entre lo malo y lo
peor. La enorme desigualdad social y la desesperación jugaron sus
bazas, ganó
lo peor.
El pasado 8 de noviembre los norteamericanos tuvieron que optar entre
dos caras de una misma moneda, la de un capitalismo salvaje sin
escrúpulos, representado por Hillary Clinton y Donald Trump. Una
candidata demócrata del “establishment”, con un estilo suave,
moderado, con más vaselina pero que no dejaba de ser más de lo
mismo, frente a un inesperado cafre
neofacista
que se jacta de su misoginia, de su xenofobia y de su insumisión
fiscal, entre algunas de sus barbaries.
Estaban
llamados a las urnas unos 240 millones de norteamericanos, pero sólo
dieron su voto el 50% del censo electoral. ¿Qué hubiera pasado si
esta enorme abstención se hubiera reducido en 15 ó 20 puntos?
¿Habría cambiado el
nombre del presidente
elegido, si en algunos estados claves la movilización de los
votantes hubiese sido otra? Esto es política ficción y aquí
cabrían mil y una especulaciones.
Lo
cierto y fijo es que, como lo presagiaba Bernie
Sanders,
el partido republicano ganó el Senado, la Cámara de Representantes
y la Casa Blanca, porque, entre otros factores, las huestes del
partido democráta hicieron una campaña sin impulso y carente de
entusiasmo, lo que produjo que la participación de sus posibles
votantes fuera menor de lo esperado. Hillary,
la exsecretaria de Estado genocida,
desde la prepotencia de autoproclamarse mejor candidata que su rival,
con palabras huecas, mensajes vacíos, al más viejo estilo
tradicional de la política de siempre, ha querido ganar la partida
sin bajarse del autobús. Pero pronto se vieron sus intenciones que
no eran otras que crear un gobierno sólo para la América
corporativa de los ricos donantes de las campañas, olvidándose de
dar soluciones a las penurias de la mayoría de la población de
EE.UU. Día a día, la piel del oso de un “éxito casi cantado”
de la señora Clinton, se quedó sin
cazar en numerosos hogares americanos
que, repletos de hartazgo, optaron por no votar o apoyar a las
vísceras, a la caverna, a lo peor.
Y
en esto llegó Trump. Un bufón que es el resultado de la quiebra
del sistema capitalista,
que produce desigualdad, pobreza y desesperanza. Un sistema que
agoniza fagocitándose a sí mismo, donde la factura la están
pagando una gran mayoría mientras unos pocos siguen acaparando la
riqueza. Trump ha ganado las elecciones con el peor de los mensajes,
prometiendo proteccionismo, mano dura con el inmigrante, y una serie
de medidas que caracterizan los
fascismos,
pero que gran parte del electorado compra harto de que el discruso
oficial del poder establecido los engañe y haga promesas que no se
terminan de cumplir nunca, mientras sus condiciones de vida siguen
empeorando.
El
presidente del Imperio, el vigia de occidente es una pieza más del
engranaje, pues Trump es una última apuesta, un "outsider" producto
del sistema
con unas aberraciones ideológicas que provocarán la aceleración de
las etapas históricas del desencanto social.
Da
mucho que pensar que en el siglo XIX los reaccionarios no querían
la democracia, en el XX quisieron destruirla, y en el XXI... en el
XXI están encantados con las urnas. ¿Por qué? Lo cierto es que un
acontecimiento planetario llamado fascismo extiende sus garras y
quiere devorar todo lo que encuentra a su paso. USA se repliega y se
echa al monte con la legitimidad del voto de aquellos que practican
el forofismo, sacando lo peor de la América
profunda:
incultura, homofobia, racismo, espíritu retrogrado,...donde Trump es
el máximo exponente. ¡Lo que puede hacer la desesperación y la
indignación! ¿Este es el nivel de “la mayor democracia del
mundo”, el país que es modelo
para la derecha española?
Mal camino llevamos.
Ante
este triste panorama que, queramos o no, nos va a afectar en nuestras
vidas, hay que buscar una ruptura con el sistema capitalista liberal
que está quebrado y construir un nuevo modelo más justo
socialmente, equitativo y sostenible. Urge la movilización de las
fuerzas democráticas y sociales frente al avance de lo peor, frente
al crecimiento
desmesurado del neofascismo.
Comenzamos a saber cómo podría sentirse un antifascista alemán en
marzo de 1931.
Ni
susto, ni muerte, Ni malo, ni peor. Nosotros y las próximas
generaciones nos merecemos otro mundo mejor. La resignación debe
quedar en el olvido.
¡La
lucha sigue!
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