domingo, 20 de noviembre de 2016

EL PRÍNCIPE DE MALI, LA GITANA DE MAUTHAUSEN Y EL GENOCIDA DE EL FERROL


La pasada semana se representaron en nuestra ciudad dos obras de teatro estremecedoras. La primera de ellas, Me llamo Suleimán, basada en la novela homónima de Antonio Lozano, narra la historia de un chico descendiente del fundador del Imperio de Mali que abandona su aldea para buscar una existencia mejor en Europa. Desde el primer momento, gracias a la meritoria interpretación de la actriz Marta Viera, el espléndido montaje escenográfico y la vibrante música de Salif Keita, el espectador se convierte en compañero de viaje del protagonista. Junto a él, recorre miles de kilómetros en camiones no aptos ni para el transporte de ganado, pierde amigos en el camino, vive el sueño de encontrarse a un tiro de piedra de Melilla, intenta saltar la valla, es abandonado en medio del desierto, cruza el océano hacinado en una patera… Cuando el arte capta la verdad, los límites entre la ficción y la realidad se desvanecen, la vida vibra y la humanidad aflora. Suleimán es una especie de Ulises contemporáneo. No es nadie en concreto y es mucha gente a la vez. Su biografía está construida con la biografía de miles y miles de personas que huyen de la desigualdad y la violencia generadas por el sistema económico mundial, personas pobres, pero valientes y dignas, que valen infinitamente más que todos esos putos politicastros empeñados en seguir levantando muros.
La segunda obra a la que hacíamos referencia, El triángulo azul, de Laia Ripoll y Mariano Llorente, recrea la vida de los republicanos españoles en el campo de concentración de Mauthausen. Fueron transportados allí unos 7000 hombres, mujeres y niños (por cierto, más de 100 de ellos albaceteños) procedentes de distintos puntos de Francia. El gobierno alemán había ofrecido al español la posibilidad de repatriarlos, pero aquí se desentendieron y prefirieron enviarlos al matadero. Como su país no los reconoció, se convirtieron en apátridas, y eso es lo que significaba el triángulo azul, que no tenían patria, que la tierra de sus padres no los reconocía. Tan sólo en torno a 2000 lograron sobrevivir. El resto murió víctima de los abusos, la extenuación, el hambre y las cámaras de gas. Ahora bien, de nuevo la realidad adquiere una dimensión épica. Cuando se produce la primera muerte de un preso español, el resto desafía a los energúmenos de las SS y guarda un minuto de silencio tras el recuento. Pese a que el campo es un infierno, un grupo de compatriotas se sobrepone a las circunstancias y en la Navidad de 1942 estrena… ¡¡una revista de variedades!! ¡Hace falta ser muy grande para hacerle burla a la muerte en sus propias narices! Finalmente, la obra cuenta cómo el joven fotógrafo Francisco Boix logra sacar mil fotos del departamento de documentación con la colaboración de Oana, una chica gitana convertida en esclava sexual. Esas son las célebres fotos que se utilizaron como prueba acusatoria contra innumerables jerarcas nazis en los juicios de Núremberg. Como en el caso de Suleimán, Oana es una nadie, un ser al margen del sistema, apenas un objeto de desahogo, pero, de igual forma, un solo cabello suyo vale más que todos los dictadores sanguinarios que ni nombramos por no ensuciarnos la boca y vernos obligados a escupir.

Obviamente, las obras mencionadas no volverán a representarse en Albacete, pero recomendamos encarecidamente a los lectores que si alguna vez, en cualquier otro lugar, tienen la oportunidad de ver alguna de ellas, que no dejen de hacerlo. Todas las grandes historias trascienden la peripecia individual y nos sitúan en escenarios de validez universal. Suleimán personifica las injusticias aberrantes del capitalismo. Oana pone rostro y voz a los crímenes del fascismo. Hoy, 20 de noviembre, aniversario de la muerte del genocida de El Ferrol amigo de los nazis y apenas transcurridos doce días del triunfo electoral del magnate xenófobo, quizá sea un buen día para reivindicar la memoria de todos los Suleimanes y de todas las Oanas y tomar ejemplo de su coraje.


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