Llega
la navidad. Y con ella los estomagantes anuncios de colonias, las
risotadas sin fuste del santo de la Coca-Cola, los insufribles
villancicos en las vías públicas, la ingestión masiva de Almax
como consecuencia del estado de empacho permanente… También
regresan los actos benéficos en su casi infinita diversidad:
festivales, rifas, programas televisivos, mercadillos, cuestaciones…
Todo el mundo se vuelve muy bueno por estas fechas. Hasta los chicos
de las Nuevas Generaciones del PP local, tan partidarios como sus
mayores de las políticas que han hecho aumentar las desigualdades y
la pobreza hasta extremos insospechados, montan un chiringuito
“solidario” para ayudar a los
necesitados. Es fantástico, ¿verdad? Primero generamos pobreza,
luego repartimos unas migajas entre los pobres y finalmente nos
ponemos la peineta, nos metemos una misa entre pecho y espalda y
santas pascuas.
En
fin, está claro que las personas de buen corazón que hacen un
dotanivo se merecen todo el respeto. Los buenos sentimientos hacia
los demás son el motor de arranque de cualquier acción
transformadora. Ahora bien, conviene recordar que la caridad y la
beneficencia no son más que estrategias del poder para lavar
conciencias y amortiguar conflictos sociales. Ya lo explicó Cánovas
del Castillo en el último cuarto del siglo XIX: “La caridad
cristiana o religiosa es sólo agente para mediar entre ricos y
pobres, suavizando los choques asperísimos que por fuerza ha de
ocasionar entre capitalistas y trabajadores el régimen de libre
concurrencia.” No
se puede decir más claro. El
plumero se ve de tan lejos que desde hace un tiempo los sectores más
conservadores de la sociedad hacen todo lo posible por confundir la
caridad de toda la vida con la solidaridad, que suena a cosa así
como muy súper guay, cuando realmente son todo lo contrario. La
caridad es vertical, voluntarista, coyuntural, paliativa, generadora
de dependencia, cómplice de las injusticias…; la solidaridad es
horizontal, técnica, estructural, transformadora, emancipadora,
crítica… Las ONGs que trabajan en el campo de la solidaridad
interpretan a los beneficiarios de los programas como auténticos
sujetos del proceso, no como objetos de una acción externa. Están
apoyadas por voluntarios, pero gestionadas por técnicos en
desarrollo y en materia social, educativa, sanitaria, económica,
etc. que aportan contenido científico a los proyectos. Actúan con
el objetivo de promover cambios que generen oportunidades, empoderen
a los colectivos y los conviertan en dueños de su propio futuro. Y,
finalmente, denuncian el sistema económico, político y social que
genera la pobreza, porque de lo contrario se convertirían en sus
cómplices. En definitiva, la
caridad y la solidaridad se parecen como un huevo a una castaña,
por mucho que algunos, como los mencionados cachorros del PP,
pretendan confundirnos con sus supuestas campañas solidarias.
De
modo que la solidaridad es necesaria. Aunque a nuestro juicio no es
suficiente, porque se ejerce a través de proyectos locales mientras
que los problemas son globales. Además, como decíamos, la derecha,
sobre todo la religiosa, ha sido muy hábil a la hora de apropiarse
del concepto para aplicarlo a sus viejas prácticas. Por eso nosotros
preferimos utilizar otros términos, como justicia, igualdad y
revolución, que son más antiguos pero están menos manoseados. Son
inseparables, como los lados de un triángulo. La justicia consiste
en proporcionar a cada uno lo que se merece según su talento, su
mérito y su esfuerzo. Y eso sólo es posible en un modo de
producción que garantice la igualdad de oportunidades desde el
momento mismo del nacimiento. Y eso sólo es posible cargándose un
sistema económico, el capitalismo, que interpreta la desigualdad
como un hecho natural y hace de ella su razón de ser. Y eso, puestos
a ser políticamente incorrectos pero convencidos de que lo que no se
nombra deja de existir, sólo es posible llevando a cabo una
revolución (no violenta, democrática, alegre y tal y tal) que
cambie el mundo de base y consiga que los nada de hoy terminen
siéndolo todo.
Pues…
¡dicho está! Igual nos excomulga algún meapilas o se espanta algún
melindroso, pero nosotros bien a gusto que nos hemos quedado después
de lanzar nuestra verdad al viento.
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