El pasado jueves
tuvieron lugar las movilizaciones contra la LOMCE y los recortes convocadas por
la Plataforma Estatal por la Escuela Pública, integrada por sindicatos,
organizaciones estudiantiles y asociaciones de padres y madres. Indudablemente,
había más motivos que nunca para la
protesta. Los recortes se mantienen prácticamente intactos, las aulas siguen
masificadas, la administración utiliza al profesorado interino como si fuera
material fungible, la multiplicación
kafkiana de los procesos de evaluación por estándares está convirtiendo a los
docentes en auténticos esclavos de la burocracia, la democracia ha desaparecido
de los centros… Y lo que es peor, la nueva ley ha inoculado en la médula del
sistema educativo el virus
del neoliberalismo más salvaje con la intención de transformar la escuela
en una pieza más del modo de producción capitalista, que no necesita ciudadanos
sino productores y consumidores.
Sin embargo, la
respuesta de los profesores y profesoras a la convocatoria fue, como en
ocasiones anteriores, muy débil. Desde hace ya un tiempo da la impresión de que
nuestras escuelas e institutos, salvo honrosas excepciones, se han convertido
en auténticos cementerios en los que todo el mundo llora pero nadie mueve un
dedo. La pasividad imperante en el sector ante el proceso galopante de
deterioro de la educación pública es entre incomprensible e indignante. ¿Cómo
enseñarán esos profesores zombis a sus alumnos que hay que respetar los bienes
públicos si ellos mismos, con su indiferencia, están contribuyendo a la destrucción
de algo que es de tod@s y para tod@s? En fin…
Por otra parte, está claro que los sindicatos
convocantes no han sido capaces de movilizar eficazmente al sector. Y eso es
una mala noticia, porque los sindicatos de clase son más necesarios que nunca
ante el avance
de una derecha neofascista y un
modelo económico desregulador que nos devuelve al siglo XIX. Desde esta humilde
tribuna, hacemos un llamamiento a todos los trabajadores y trabajadoras a que
se afilien a sindicatos de izquierda para defender sus derechos. Los sindicatos
de derechas constituyen no sólo una contradicción terminológica, sino una
trampa que sólo favorece al sistema. Dicho lo cual, también parece evidente que
los sindicatos integrantes de la mencionada plataforma deberían abrir cuanto
antes un debate interno para analizar, y en su caso corregir, las causas del
rechazo que hacia ellos siente una parte importante del profesorado: ¿se han
burocratizado?, ¿se han convertido en oficinas de servicios jurídicos?,
¿dependen excesivamente de las subvenciones concedidas por la administración?,
¿mantienen vínculos demasiado estrechos con algunos partidos políticos?, ¿han
convertido la acción sindical en una profesión?, ¿mantienen una defensa nítida
de los servicios públicos frente a los diversos formatos de privatización?, ¿cuentan
con la opinión de sus bases para adoptar las decisiones fundamentales?... Si se
abordan todas estas cuestiones con franqueza y valentía, avanzaremos; si nos
conformamos con inflar
los datos de seguimiento de la huelga para eludir responsabilidades, todo
seguirá igual, es decir, empeorando cada día.
Pero hay razones para la esperanza. El 8 de marzo,
Día de la Mujer, el frente feminista Acción Violeta
convocó una concentración en el Altozano. Cuánta energía, cuánta valentía,
cuánto color, cuánta inteligencia pudimos ver en todas aquellas mujeres jóvenes
que, megáfono en mano, denunciaron los crímenes del patriarcado y reclamaron
una sociedad de personas libres e iguales. De igual modo, en las movilizaciones
por la educación pública del 9 de marzo los
grandes protagonistas fueron los alumnos, que, impulsados por Estudiantes en
Movimiento, una vez más dieron una lección a sus profesores. En efecto,
esas chicas y esos chicos coherentes, descarados, críticos, comprometidos,
solidarios… personifican la esperanza, porque son como un viento capaz de
arrancar las telarañas, remover las hojas secas y proporcionar el oxígeno
necesario para hacer respirable una atmósfera quizá algo viciada.
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