Han
pasado ya casi cuatro décadas desde que se aprobó, en referéndum,
la Constitución Española. El próximo miércoles, 6 de diciembre,
con motivo del aniversario del texto constitucional, en la madrileña
carrera de San Jerónimo se verán desfilar bandejas de canapés
junto con copitas de cava deslocalizado
y se llenarán las bocas de muchos políticos de palabrería
rimbombante, nos hablarán de la “modélica transición”, de una
democracia hueca y de unas
libertades
que no se respetan.
El
6D debemos recordar que para esta Constitución no hubo debate previo
ni, por supuesto, consulta popular, sobre qué tipo de régimen
político se quería: monarquía o república. Se jugó en el
referéndum a “o lo tragas todo o no hay nada”. Tampoco podemos
olvidar que la CE no nació desde una deliberación surgida desde
“abajo”, fue escrita por siete varones (ni una sola mujer), y “amañada” en pactos entre las fuerzas post-franquistas. Han
pasado ya 39 años, y el
“régimen del 78”
se vive agotado y anacrónico con los tiempos actuales, que
únicamente ha sido capaz (¡qué casualidad!), gracias al pacto
secreto PP-PSOE, de cambiar el artículo 135 para poner el pago de la
deuda por encima de las necesidades sociales de la ciudadanía.
Algunos
datos actuales nos deben hacer reflexionar. Hoy menos del 30% de la
población española ha votado esa constitución. Solo
un 15,8% de los ciudadanos reconocen haberla leído entera, un 35,1%
dice haber leído algún artículo suelto, y casi la mitad, el 48,9%,
admite que no la ha ojeado nunca, según datos del CIS. Reflejo de
esta falta
de conocimiento
es que sólo un 36,4% acierta si se les pregunta el año en que se
aprobó la Carta Magna, el 1978. Un 46,5% desconoce el año de su
promulgación y un 9,7% cree que se aprobó entre 1975 y 1977.
Pero
más que su desconocimiento, lo más grave es el
incumplimiento.
El
actual texto constitucional sigue siendo incumplido de forma
reiterada por los poderes económicos y políticos que, pese a su
teórico apoyo, en la práctica es utilizado de manera partidaria en
beneficio propio por esos mismos partidos que se autodenominan
“constitucionalistas” a bombo y platillo.
Si la Constitución es la Ley de leyes y está
para cumplirla,
cuesta trabajo entender por qué los artículos que tienen que ver
con la justicia social y la redistribución de la riqueza, con el
derecho al trabajo (art. 35) o a una vivienda digna (art. 47), son
menos defendidos por nuestros patriotas gobernantes que los que
hablan de banderas y entelequias metafísicas. Hasta la fecha no
conocemos que el Gobierno español haya interpuesto algún recurso
ante el Tribunal Constitucional por el incumplimiento de alguno
de esos artículos,
por lo que es triste constatar que hay mucho de hipocresía. Suena
todo a fraude, a mentira, a charlatanería política de un régimen
injusto e impostor.
El
miércoles hay muy poco que celebrar. Durante 24 horas ensalzarán
esta caduca
Constitución,
mientras la convierten en papel mojado los 365 días del año. A
estos políticos hipócritas no les importa que la CE se utilice en
beneficio de unos pocos, lo que en la práctica supone alimentar
los dramas sociales de este país, aquejado de un alarmante aumento
de la precariedad, de pérdida de derechos laborales y sociales, de
un grave desempleo y de falta de trabajos de calidad, de pobreza
energética o con la ausencia de una efectiva lucha contra la
corrupción o de avances significativos en la regeneración
democrática.
Ha
llegado el momento de construir un
proceso constituyente
hacia una república federal debatido previa y ampliamente por toda
la ciudadanía, para superar las grandes carencias del actual texto
constitucional con cuatro décadas de vida. Anhelamos una nueva
Constitución al servicio del pueblo y debatido por él hasta la
saciedad, para definir un nuevo marco de convivencia, construyendo
un nuevo país donde se blinden los derechos sociales para todas y
todos. Tenemos derecho a un futuro claro, a un empleo decente, a
unas
pensiones dignas,
a unos servicios públicos universales y gratuitos y a que nadie se
le arroje a la exclusión social. También es necesario que, en
pleno siglo XXI, nuestra futura Constitución destierre fueros y
privilegios
de territorios,
porque la esfera pública de la participación exige que todos los
ciudadanos tengan los mismos derechos, vivan en el lugar que vivan,
anteponer territorios a ciudadanía es una manera de volver y vivir
en pleno feudalismo.
No sirven reformas parciales
y cosméticas
de la Constitución, es la hora de un debate democrático para
redactar un texto nuevo a partir de un proceso
constituyente participativo
de abajo a arriba. ¿Seremos capaces de asumir este gran reto, o los
poderes fácticos perpetuarán una Constitución inservible?
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