Hay dos Europas. Y no es de
ahora. Siempre las ha habido. En la misma Antigüedad en que nacieron
la ciencia, la poesía y la filosofía, las muchedumbres se
congregaban en los anfiteatros para divertirse viendo cómo se
destripaban los gladiadores. Se calcula que sólo en
el Coliseo murieron por lo menos 500.000.
Pero el poder lo tenía claro, había que entretener al pueblo con
“pan y circo” para que no pensase demasiado.
En la Edad Media nacieron
movimientos igualitarios, como los cátaros y los valdenses, pero
papas y emperadores coincidieron en que esos episodios de comunismo
premarxista eran intolerables, llamaron a la Cruzada
contra ellos y los exterminaron meticulosa y eficientemente. En
Europa los genocidios siempre se han dado muy bien. Ah, y los
hippie-ecologistas de los franciscanos, que andaban con sus
“florecillas” de acá para allá en plan libertario, se libraron
de chiripa.
Llegaron luego Erasmo, Tomás
Moro, Galileo y otros para situar al ser humano y al sol en el centro
del universo. Mientras tanto, la Inquisición y los estados, tanto
católicos como protestantes, situaban a los científicos y a las
mujeres libres (las tradicionalmente denominadas “brujas”) en el
centro de las hogueras. A Giordano
Bruno lo
quemaron en Roma por afirmar que las estrellas del cielo eran soles
como el nuestro, pero antes le inmovilizaron la lengua con un clavo
para que no hablara al público asistente al evento. Todo un símbolo
de en qué consistió realmente el Renacimiento europeo.
Así siempre. Unos siglos
después fructificaron en nuestro continente
las ideas de las
Ilustración (libertad, igualdad, fraternidad), que siguen siendo las
mejores ideas del mundo. La traslación de dichos principios
políticos y legales al ámbito socioeconómico dio lugar al
socialismo y al anarquismo. Oh, qué bien: el género humano en los
mismitos umbrales del fin de la opresión. Sí, pero a la vez crecían
por todos los rincones las malas hierbas del nacionalismo y sus
derivados: el imperialismo, el racismo, el fascismo, el nazismo, el
machismo… Y los resultados son de sobra conocidos: tantos
holocaustos
(el negro, el judío, el gitano…), tantas guerras (entre ellas, la
nuestra) y tanto sufrimiento que, como diría Miguel Hernández, “por
doler, nos duele hasta el aliento”.
Y, en pleno siglo XXI, las
cosas no han cambiado. Sigue habiendo dos Europas. Una, la humanista,
la democrática, la inclusiva, la solidaria. Otra, la monetarista, la
racista, la xenófoba, la insolidaria. La que financia a estados que
vulneran los derechos humanos para que retengan en campos de
concentración a inmigrantes y refugiados. La que levanta vallas de
concertinas que desgarran la carne de los más pobres mientras vende
armas a tiranos para que se sostengan en el poder mediante la
violencia. La Europa que la semana pasada inmovilizó el barco de
Open Arms, que lleva salvadas más de 50.000 vidas frente a las
costas de Libia, “por
promover la inmigración ilegal”
(¿?). En una situación parecida se encuentran PROEM-AID, Team
Humanity y, en Marruecos, la activista Helena
Maleno.
Es alucinante. Nuestros gobiernos no sólo deniegan el auxilio a los
náufragos, lo cual ya es de por sí un crimen de lesa humanidad,
sino que además impiden a otros su rescate. No se puede ser más
canalla (por decir algo). Pues bien, entre esas dos Europas todos
nosotros y nosotras estamos obligados a elegir. Tú, que estás
leyendo esto, también. No hay escapatoria. O estamos con los
verdugos, que ahora visten de marca y llevan el pelo engominado, o
estamos con las víctimas. De modo que ¡vamos a hacer algo ya! ¡Lo
que podamos! A informarnos más allá de los interesados noticieros
televisivos. A contarlo luego a nuestra gente. A colaborar
económicamente con las organizaciones anteriormente mencionadas.
Aquí tenéis sus webs: https://www.proactivaopenarms.org/es,
http://www.proemaid.org/,
http://teamhumanity.eu/.
Acudamos a las concentraciones que convoca Bienvenidos Refugiados en
el Altozano cada primer viernes de mes. En fin, inundemos las redes
con nuestras protestas. Gritemos. Aunque sólo sea para que las
próximas generaciones no puedan acusarnos de que nuestra pasividad
nos hizo cómplices de un nuevo genocidio.
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