En resumen, la historia es la siguiente.
Cuando los conquistadores llegaron a América, al poco se percataron de que los indígenas morían a tente porrillo como consecuencia de la miseria, los abusos y las enfermedades. De hecho, según los demógrafos Cook y Borah, su población pasó de cien millones a solo tres en apenas siglo y medio. Fue entonces cuando se les ocurrió una genial idea: sustituir la mano de obra local por otra más corpulenta y que resistiese mejor las extenuantes jornadas laborales en las minas y las encomiendas. Y así nació la esclavitud moderna. El historiador André Gunder calcula que casi catorce millones de personas fueron esclavizadas entre 1492 y 1789, lo cual empobreció extensos territorios de África, pero enriqueció a toda una legión de reyes, nobles y burgueses y sentó las bases del modo de producción capitalista. Sin esclavos, no hay capitalismo.
Pasó el tiempo, llegó la Revolución Industrial. Los países europeos empezaron a necesitar materias primas para alimentar su proceso de crecimiento desbocado. Y entonces se percataron de que a sus mismos pies había todo un continente prácticamente intacto. A partir de ese momento, con la excusa, una vez más, de la civilización y la evangelización, emprendieron una política de saqueo sistemático y brutal de los recursos y los habitantes del continente africano. Solo en el Congo fueron exterminadas entre diez y quince millones de personas. No se sabe muy bien. Eran negros, a fin de cuentas… Finalmente, cuando la explotación directa de las colonias dejó de ser rentable, optaron por concederles la independencia e instalar en sus gobiernos a dictadorzuelos títeres que les permitiesen seguir trapicheando con el petróleo, los diamantes, el coltán… Y si a algún líder local se le ocurría protestar, pues se le apiolaba, como a Patrice Lumumba, y marchando.
El resultado de todo ello es que, a día de hoy, regiones enteras de África son prácticamente inhabitables. Sus gentes, en consecuencia, intentan huir por tierra, mar y aire, como haría cualquiera de nosotros/as. ¿Y qué se encuentran esas personas cuando llegan al continente responsable de la mayor parte de sus desgracias y que se precia de ser la cuna de los derechos humanos? Pues ya sabemos: vallas, concertinas, deportaciones en caliente, encarcelamiento en CIEs, explotación laboral… Hace tan solo unos meses el relator de la ONU Olivier de Schutter visitó algunos campos de temporeros de nuestro país y acabó literalmente llorando por lo que vio. Probablemente, si hubiese venido a Albacete le hubiese ocurrido lo mismo. Porque, aquí, en las orillas de nuestra ciudad, malviven al raso decenas de personas desde hace más de ochenta días con sus respectivas y rigurosas noches. Las instituciones prácticamente se han desentendido. O peor. La Subdelegación del Gobierno se limita a mandar de vez en cuando a la Policía Nacional para asustar a los chicos y que se marchen a otro lugar. El Ayuntamiento prefiere mirar hacia otro lado, y, mientras tanto, ha casi extinguido las partidas destinadas a cooperación internacional al desarrollo. La Junta ha hecho otro tanto suspendiendo la convocatoria de este año. ¿Qué concepto define mejor la actitud de nuestras autoridades? ¿Racismo? ¿Xenofobia? ¿Aporofobia? ¿Tratarían igual a esas personas si fuesen europeas y blanquitas, como Dios manda?
Afortunadamente, los temporeros no están solos. El Cotolengo les proporciona comida a diario, y todo un efervescente conjunto de voluntarios/as y organizaciones les presta su ayuda y su apoyo. Al respecto, lo último que hemos sabido, hace apenas unas horas, es que, gracias a su labor de denuncia, se ha encontrado una solución habitacional digna. Una vez más, solo el pueblo salva al pueblo. El Colectivo Sin Fronteras ha convocado una concentración por los derechos humanos para este miércoles 9 a las 20:00 en el Altozano. Os animamos a ir. La causa no puede ser más justa. Además, toda esta gente comprometida y solidaria, que usa gafas de ver seres humanos antes que españoles o extranjeros, constituye el contrapeso ético al sistema. Es la sal de la tierra. Es la esperanza que nos queda. Aunque todavía no sepamos si su activismo podrá contrarrestar el karma de muerte y desolación que Occidente ha sembrado en el mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario