Justo un año después de que la pandemia impactara como un meteorito contra nuestras vidas, la vacunación avanza. Lentamente, con muchos obstáculos, con problemas similares en todos los países europeos, con contrapiés incluso en los países más desarrollados del planeta…pero avanza.
Esta semana se está iniciando la vacunación de los docentes en Castilla-La Mancha. Desde que comenzó el curso, el profesorado emprendió su tarea con incertidumbre y, en ocasiones, miedo: ¿en qué otro puesto de trabajo se comparte durante horas un espacio cerrado con más de veinte niños, adolescentes o jóvenes que suelen ser contagiadores asintomáticos del COVID? Pero la tarea de todos, equipos directivos, profesores, alumnos y familias, ha posibilitado que en la inmensa mayoría de los casos se sigan impartiendo clases presenciales, incluso durante la mortal tercera ola de la pandemia y mientras el frío de Filomena mordía dentro de clase. Muchos profesores se asombran cuando algunos medios de comunicación concluyeron que se había demostrado que “las aulas eran lugares seguros…”, sin pararse un minuto a investigar si esa seguridad provenía de un ángel de la guarda o del rigor y el esfuerzo con el que miles de profesionales de la educación, no de la sanidad, han aplicado todas las medidas que estaban en su mano para evitar el contagio propio, el de millones de alumnos y el de las familias de todos.
Ahora que llega la vacunación voluntaria existen muchas quejas sobre el procedimiento que ha seguido por el gobierno de Page para llevarla a cabo. Si dejamos aquí un espacio en blanco para que se recojan todas las quejas, nosotros estaríamos de acuerdo con muchas de ellas, sin duda alguna: …………………………………(espacio para quejas justificadas, pueden añadirse más líneas a continuación)…………………………………………………………………………………………………………..
Pero, aparte de lo mal que el gobierno de Page lleva tratando a sus trabajadores de la educación desde hace tiempo (¿única empresa que no proporciona equipos de protección a sus empleados?), la vacunación supone el principio del fin de la pesadilla. A nivel personal, a nivel colectivo, con nuestros compañeros, con nuestros alumnos, con nuestras familias, con toda la sociedad. Hay un país entero que necesita que salgamos de este trance, y la única salida esta indicada por un rótulo: inmunización colectiva. O pasas la enfermedad y sobrevives, o te vacunas, no hay otra.
Vacunarse o no es un acto voluntario, es una decisión personal respetable. La vacuna de Astrazeneca ha probado que es efectiva en un 70% de casos y que en un 100% evita el agravamiento que lleva a un contagiado a la UCI o al cementerio. Entre eso y la nada, que cada cual elija. Los conspiranoicos de extrema derecha, que deforman la realidad para imposibilitar su análisis, pueden inventar lo que quieran, hasta que diversos equipos de forenses y jueces españoles se han confabulado para falsificar las autopsias de las personas que habrían fallecido por haber recibido la vacuna. Sin comentarios.
Hace justo un año todos estábamos encerrados en casa con el corazón encogido, asustados por los nuestros, por todo el país, por toda la humanidad. Durante meses hemos visto cómo el virus sigue matando y arrojando a miles de familias a la pobreza. También como, en menos de diez meses, la ciencia era capaz de alumbrar las primeras vacunas. ¿Cuántos nos emocionamos profundamente el día que las primeras vacunas se administraron a nuestros mayores y a nuestros sanitarios? Hoy, doce meses después de aquel marzo de 2020, vuelve a constatarse que son la ciencia y la sanidad, obras del ser humano, las que nos ofrece la posibilidad de reabrir la puerta de la esperanza. Hoy, entre tanto dolor, es un día más de modesta alegría, un día que debe multiplicarse constantemente hasta que toda la población del planeta esté vacunada.
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