domingo, 10 de enero de 2016

ABRAZOS Y PALMADITAS


Empecemos por el principio. ¿Qué es un abrazo? Un abrazo no es  sólo un acto físico. No es que abarquemos a alguien con los brazos, y ya. No, es mucho más. Es un gesto de solidaridad, de empatía, de ofrecimiento. Es una forma de decir a los demás: “Eh, que estoy aquí, que puedes contar conmigo, que no estás solo.” Es, en cierto modo, una forma de transferencia de energía, un compromiso, un gesto de reconocimiento entre iguales. El abrazo, al contrario que el beso, es siempre desinteresado.

            Por todo ello, ahora que todavía estamos empezando el año y que el nuevo curso  político está comenzando a dar sus primeros pasos, nos gustaría enviar un abrazo simbólico a toda la gente que no se rinde y sigue luchando por causas justas. A los cooperantes y voluntarios/as que auxilian a las personas que huyen de las guerras, el fanatismo o la pobreza; a quienes, en cualquier parte del mundo, combaten contra la tiranía, y especialmente, en estos días, a quienes lo hacen en lugares como los territorios dominados por el Daesh o Arabia Saudí; a cuantos periodistas y comunicadores siguen empeñados en desvelar la verdad a pesar de los chantajes de los grandes poderes; a los trabajadores y trabajadoras que mantienen la conciencia de clase y piensan más allá de su situación personal o corporativa; a las mujeres (y hombres) que con su acción y su reflexión combaten contra el heteropatriarcado y no dan su brazo a torcer frente a las infinitas expresiones vigentes de machismo; a todos y todas aquellos que en algún momento de sus vidas se enfrentaron a los prejuicios homofóbicos y, alcanzando su libertad personal, contribuyeron a la libertad colectiva; a quienes defienden los derechos de la tierra, a los animalistas, a los que interpretan la paz como un camino y un procedimiento… La humanidad sólo tiene dos opciones. O seguir confiando el futuro a los tiburones enchaquetados que actualmente gobiernan el planeta, o abrir paso a la gran coalición de todas estas personas buenas y justas. No es fácil, ya sabemos, o sea.... Pero entre la destrucción y la utopía, nos quedamos con la utopía.

            Y al hilo de todo lo anterior, la semana pasada fue noticia que, a instancias del grupo parlamentario de Izquierda Unida, la célebre pintura de Juan Genovés titulada El abrazo, todo un icono de la Transición, había salido de los sótanos del Museo Reina Sofía para ser colgada en las paredes del Congreso de los Diputados. Lo cierto es que la escena resulta muy conmovedora. Hombres y mujeres (¿de izquierdas?, ¿de derechas?, ¿vencidos?, ¿vencedores?...) que se reencuentran y celebran la posibilidad de la convivencia democrática. Por desgracia, el cuadro representa más lo que los españoles soñaron que España podía ser que lo que al final fue. Porque, como decíamos más arriba, no hay abrazo de verdad si a la vez no hay igualdad, justicia, fraternidad… Y realmente de todo eso hubo poco. Más de cien mil fusilados por la dictadura siguieron (y siguen) sepultados en fosas comunes. El sistema político fue diseñado de manera que todo cambiase formalmente (leyes, instituciones), para que nada cambiase realmente y las oligarquías mantuviesen la sartén cogida por el mango. La ley electoral instituyó el pucherazo. La relación entre los representantes del poder político y las corporaciones dio lugar a un caciquismo de nuevo cuño. La iglesia católica mantiene intactos sus privilegios y sigue controlando la educación. La Corona, impuesta por el dictador, permanece más opaca y más vinculada que nunca a los sectores sociales más conservadores. La desigualdad aumenta y lo público, que es lo de todos, se debilita para favorecer a unos pocos… No, no fue éste el país que imaginó Genovés en su obra. Hubo una España que buscó un abrazo y lo único que recibió fue  palmaditas en la espalda, en plan condescendiente. Por eso necesitamos ya mismo una Segunda Transición.






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