Empecemos por el principio. ¿Qué es un abrazo? Un abrazo
no es sólo un acto físico. No es que
abarquemos a alguien con los brazos, y ya. No, es mucho más.
Es un gesto de solidaridad, de empatía, de ofrecimiento. Es una forma de decir
a los demás: “Eh, que estoy aquí, que puedes contar conmigo, que no estás
solo.” Es, en cierto modo, una forma de transferencia de energía, un
compromiso, un gesto de reconocimiento entre iguales. El abrazo, al contrario
que el beso, es siempre desinteresado.
Por todo
ello, ahora que todavía estamos empezando el año y que el nuevo curso político está comenzando a dar sus primeros
pasos, nos gustaría enviar un abrazo simbólico a toda la gente que no se rinde
y sigue luchando por causas justas. A los cooperantes
y voluntarios/as que auxilian a las personas que huyen de las guerras, el
fanatismo o la pobreza; a quienes, en cualquier parte del mundo, combaten
contra la tiranía, y especialmente, en estos días, a quienes lo hacen en
lugares como los territorios
dominados por el Daesh o Arabia Saudí; a cuantos periodistas y
comunicadores siguen empeñados en desvelar la verdad a pesar de los chantajes
de los grandes poderes; a
los trabajadores y trabajadoras que mantienen la conciencia de clase y
piensan más allá de su situación personal o corporativa; a las mujeres (y
hombres) que con su acción y su reflexión combaten contra el
heteropatriarcado y no dan su brazo a torcer frente a las infinitas
expresiones vigentes de machismo; a todos y todas aquellos que en algún momento
de sus vidas se enfrentaron a los prejuicios homofóbicos y, alcanzando su
libertad personal, contribuyeron a la libertad colectiva; a quienes defienden
los derechos de la tierra, a
los animalistas, a los que interpretan la paz como un camino y un procedimiento…
La humanidad sólo tiene dos opciones. O seguir confiando el futuro a los
tiburones enchaquetados que actualmente gobiernan el planeta, o abrir paso a la
gran coalición de todas estas personas buenas y justas. No es fácil, ya
sabemos, o sea.... Pero entre la destrucción y la utopía, nos quedamos con la
utopía.
Y al
hilo de todo lo anterior, la semana pasada fue noticia que, a instancias del
grupo parlamentario de Izquierda Unida, la
célebre pintura de Juan Genovés titulada El
abrazo, todo un icono de la Transición, había salido de los sótanos del
Museo Reina Sofía para ser colgada en las paredes del Congreso de los
Diputados. Lo cierto es que la escena resulta muy conmovedora. Hombres y
mujeres (¿de izquierdas?, ¿de derechas?, ¿vencidos?, ¿vencedores?...) que se
reencuentran y celebran la posibilidad de la convivencia democrática. Por
desgracia, el cuadro representa más lo que los españoles soñaron que España podía
ser que lo que al final fue. Porque, como decíamos más arriba, no hay abrazo de
verdad si a la vez no hay igualdad, justicia, fraternidad… Y realmente de todo
eso hubo poco. Más de cien mil
fusilados por la dictadura siguieron (y siguen) sepultados en fosas
comunes. El sistema político fue diseñado de manera que todo cambiase
formalmente (leyes, instituciones), para que nada cambiase realmente y las
oligarquías mantuviesen la sartén cogida por el mango. La ley electoral
instituyó el pucherazo. La relación entre los representantes del poder político
y las corporaciones dio lugar a un caciquismo de nuevo cuño. La
iglesia católica mantiene intactos sus privilegios y sigue controlando la
educación. La Corona, impuesta por el dictador, permanece más opaca y más
vinculada que nunca a los sectores sociales más conservadores. La desigualdad
aumenta y lo público, que es lo de todos, se debilita para favorecer a unos
pocos… No, no fue éste el país que imaginó Genovés en su obra. Hubo una España
que buscó un abrazo y lo único que recibió fue
palmaditas en la espalda, en plan condescendiente. Por eso necesitamos
ya mismo una Segunda Transición.
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