sábado, 6 de febrero de 2016

ME LLAMO AHMED

Me llamo Ahmed. Tengo treinta años, una mujer a la que amo y una hija preciosa. A día de hoy, puedo decir que ninguna tierra es nuestra tierra, que ninguna casa es nuestra casa, que ninguna patria es nuestra patria. No, desde luego, no es esta la vida que soñé para mi familia. Sin embargo, ahora mismo, aquí sentado a orilla del mar, mientras contemplo la hermosa puesta de sol, no puedo dejar de pensar que si el mundo es bello, también puede ser bueno.

            Mi infancia, por ejemplo, fue buena. Nací en una población mediana llamada Tadmur. Nadie la conocería si no fuese porque a un tiro de piedra se levanta (se levantaba, debería más bien decir) la incomparable ciudad de Palmira, cuna de civilizaciones. Antes de que llegasen las legiones de turistas, los chiquillos de mi barrio utilizábamos aquellas nobles ruinas como un inmenso y fantástico campo de juego. La verdad es que no puedo imaginar un lugar mejor para crecer en imaginación, curiosidad y conocimiento. Ni siquiera Disneyland París.

            En efecto, de niño fui feliz. Y también de adolescente. Mis padres eran maestros. Me enseñaron a ser amable y a respetar a los demás. En mi casa había muchos libros. No puedo pensar en mi infancia sin pensar en ellos. De pequeño me gustaban sobre todo los cuentos orientales, con sus alfombras voladoras, sus genios y sus lámparas maravillosas. Luego me dio por la poesía árabe, seguramente porque buscaba estrategias literarias con las que enamorar a las chicas. Pero finalmente terminé interesándome por los filósofos occidentales (griegos, franceses, alemanes…), en quienes me pareció encontrar los mejores principios con que construir la humanidad: la libertad, la igualdad, la democracia, la tolerancia… No cabe duda de que fueron aquellas lecturas tempranas las que me llevaron a Damasco a estudiar Filosofía. Y tampoco cabe duda de que fueron aquellas ideas las que me impulsaron a unirme a los grupos de oposición democrática a al-Ásad, el dictador, hijo de dictador, que gobernaba el país como si fuera su finca particular y no dudaba en ahogar en sangre cualquier conato de disidencia.

            En la clandestinidad conocí a personas extraordinarias, que arriesgaban su seguridad personal para acabar con la tiranía. Nos reuníamos frecuentemente. Imprimíamos pasquines, planificábamos acciones, extendíamos redes, nos comunicábamos con el exterior… De pronto, empezaron a llegar barbudos. Nadie sabía muy bien de dónde habían salido esos esperpentos. Proclamaban que su ideal era volver a los tiempos de Mahoma, o sea, retornar a la Edad Media. A mí nunca me gustaron, pero nuestra organización consideró que nos podían ser útiles por aquello de que los enemigos de tu enemigo son tus amigos. Qué error cometimos. Esa gente creció como la espuma. Cada vez tenían más armas y más sofisticadas. Todo el mundo sabía que los financiaban Arabia Saudí y los EEUU, cuyos gobiernos no querían que se construyese el gasoducto procedente de Irán. El caso es que estalló la guerra y aquellos fanáticos se extendieron por todo el país como la mala hierba. Arrasaban con todo. Lo prohibían todo. Obligaron a las mujeres a ponerse el velo. Cometían los crímenes más horrorosos que nadie pueda imaginar en lugares públicos y luego los difundían por internet.

            En fin, no era eso por lo que llevábamos tanto tiempo luchando. Cientos de miles de sirios comenzaron a huir del ISIS, pero también de los bombardeos del gobierno sobre poblaciones civiles, y de los que lanzaba Rusia, y de los que lanzaba Francia… Nosotros también huimos, con apenas lo puesto.

            Me llamo Ahmed. No tengo casa ni patria. Pero, sentado frente al mar, veo a lo lejos la isla de Lesbos y sé que, inshallah, mañana estaré con mi familia en Grecia. Tenemos la travesía pagada y los salvavidas recién comprados. Los agoreros dicen que allí nos esperan campos de concentración, y que la policía golpea a los refugiados, y que hay diez mil niños sirios desaparecidos. Pero ¿quién va a creer esas patrañas? Europa es la cuna de la libertad, la igualdad, la democracia y la tolerancia. ¿Cómo nos van a tratar peor que el Estado Islámico?







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