Aunque pasó desapercibido como consecuencia del
“ruido” político en que constantemente vive España, recientemente se conmemoró
el primer
aniversario de la supuesta muerte de Eduardo Galeano. Sí, no han leído mal,
hemos dicho “la supuesta muerte” de Galeano, porque, a ver, ¿a cuento de qué
iba a morir Galeano? Apenas unas semanas antes había estado participando en
actos públicos. Seguía escribiendo a diario. Ya se le consideraba un clásico,
es decir, un autor intemporal, eterno: ¿cómo puede morir alguien intemporal y
eterno? ¿Es que estamos tontos?
En
serio, no entendemos cómo todo el mundo se tragó la patraña de que el escritor
uruguayo había muerto, máxime cuando quienes difundieron la noticia fueron los medios
de comunicación lacayos de la oligarquía y el imperialismo. Pero entonces, se
estará preguntando el lector, ¿qué pasó realmente? Nosotros lo sabemos, pero no
anticipemos. Vayamos por partes. En primer lugar, ¿de qué tratan los libros de
Eduardo Galeano? Con Las venas abiertas
de América Latina puso de manifiesto, entre otras cosas, las atrocidades
cometidas en aquel continente por los estados europeos, la iglesia católica y
Yankilandia. Con Patas arriba reveló
las contradicciones del capitalismo y denunció su efecto deshumanizador. Con El libro de los abrazos
dio un paso más y generó una poderosísima herramienta de solidaridad entre los
pueblos y las gentes que luchan contra las injusticias. Son sólo algunos
ejemplos, pero lo cierto es que cada uno de esos títulos ha sido leído por
millones de personas que ya no se conforman con las versiones oficiales
suministradas por el poder. Y esta evidencia nos sitúa ante una segunda
pregunta: ¿para quién resulta peligrosa, por consiguiente, la obra de Galeano?
Pues no hace falta ser Sherlock Holmes para señalar a los EEUU, la Troika, el
FMI, las grandes corporaciones, la curia romana… Y avanzamos: ¿qué ente u
organización tiene capacidad para actuar de forma eficiente contra su persona?
¿La TIA de Mortadelo y Filemón? ¿Los servicios secretos del Vaticano? ¿La
Virgen María del Amor, que para eso fue condecorada por nuestro Ministro del
Interior con la Medalla
de Oro al Mérito Policial? Pues… claro que no. La única entidad capaz de
eliminar a Galeano y que, encima, nadie se entere, es, por mucho que nos duela,
la CIA. Blanco y en botella. No comprendemos cómo nadie ha llevado a cabo antes
un razonamiento tan sencillo y tan lógico.
Pero
no hemos acabado nuestro repertorio de preguntas. Hemos escrito adrede
“eliminar” (y no asesinar) porque estamos convencidos de que Galeano sigue
vivo. Es evidente. ¿Qué hicieron los estadounidenses con los científicos nazis
capturados durante la II Guerra Mundial? ¿Cargárselos? ¡De ningún modo! Lo
que hicieron fue dejarlos con vida y rentabilizar sus conocimientos científicos
en beneficio propio. Eso es lo inteligente. Y eso es lo que sin duda han hecho
con Galeano: secuestrarlo para extraer el misterio de sus metáforas, las claves
de su pensamiento, los secretos íntimos de una obra literaria que ha conseguido
estremecer los cimientos más sólidos del orden establecido.
O
sea, que a nosotros no nos engañan. Que Galeano ha muerto… ¡Y un pijo! Lo que
hay que hacer desde ya mismo es poner en marcha una operación de salvamento.
Necesitamos movernos con rapidez. Desempolven ya sus patines, patinetes y
triciclos. Mucho cuidado: nuestras conversaciones no deben ser interceptadas.
Tendremos que fabricar walkie talkies con envases de yogur conectados por un
hilo. De acuerdo con nuestros principios pacifistas, renunciamos a la
violencia, pero con todo no estaría de más echar algún tirachinas de los que
tenemos perdidos en algún rincón del trastero. Ah, y en la mochila no puede
faltar algún buen libro de poesía. Cuando tengamos preparado el equipaje, saldremos
al rescate de Galeano. No sabemos exactamente dónde lo tienen, pero algo nos
dice que probablemente lo oculta algún gobierno títere del de Washington. Así
que empezaremos buscando en La Moncloa. Y quién sabe. Igual nunca lo
encontramos. Pero qué duda cabe de que su búsqueda nos servirá, como él mismo decía de la
utopía citando a Fernando Birri, para avanzar y no quedarnos quietos como
si fuéramos idiotas.
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