Hace
poco más de una semana empezaba el nuevo curso. En
Castilla-La Mancha prácticamente no ha cambiado nada
(mismas ratios, mismos horarios lectivos, mismos distritos únicos,
mismos ahogos económicos para los centros, mismo (o peor) ninguneo
al profesorado interino, plantillas que a este ritmo de crecimiento
no se recuperarán hasta dentro de unos quince años
). O sea, que
para este viaje casi no hacen falta alforjas. Pero además, por si
fuera poco, ha terminado de implantarse la LOMCE. Cómo será el
engendro, que el ministro que lo perpetró ha optado por huir de
España (a un chalecito de lujo que le ha puesto Rajoy en París con
dinero público, eso sí).
Lo
peor de la LOMCE no son las reválidas,
aunque muchos chavales, probablemente los de extracción social más
humilde, se queden por el camino y no alcancen sus objetivos.
Lo
peor de la LOMCE no es que al final de 3º de ESO se obligue a los
alumnos a decidir entre una formación laboral o una formación
académica, aunque está claro que determinar el futuro de una
persona con tan sólo 14 años es una aberración
no sólo pedagógica, sino también humana.
Lo
peor de la LOMCE no es el aumento desproporcionado de los contenidos,
aunque está claro que eso provocará el fracaso de los alumnos que
vivan en entornos sociales menos estimulantes o con menos recursos
para apoyarlos mediante clases particulares.
Lo
peor de la LOMCE no es que los directores puedan ser designados a
dedo por la administración y que los consejos
escolares se hayan convertido en órganos
meramente consultivos, aunque eso haga saltar por los aires la
democracia escolar que tanto esfuerzo, tantas manifestaciones y
tantos sacrificios costó conseguir.
Lo
peor de la LOMCE no es que suprima la Educación para la Ciudadanía,
arrincone
la Filosofía y encumbre la Religión, aunque
no cabe duda de que el fin último de la educación debe ser fomentar
la libertad de pensamiento frente a los dogmas y las doctrinas.
Lo
peor de la LOMCE no es que multiplique hasta extremos kafkianos los
procedimientos
de evaluación y calificación, aunque el
profesorado tenga que invertir horas y horas en tareas burocráticas
que le impiden dedicarse a lo que realmente importa: preparar sus
clases, revisar el trabajo de sus alumnos, proporcionarles recursos
para que progresen
.
Lo
peor de la LOMCE no es que obligue a programar por competencias (del
verbo competir), aunque eso convierta a los alumnos en responsables
de su fracaso (por incompetentes).
Lo
peor de la LOMCE no es que estandarice el conocimiento, aunque eso
suponga estandarizar también a las personas.
Lo
peor de LOMCE no es que establezca la obligación de elaborar
rankings
de centros por resultados académicos, igual
que se hace con las empresas, aunque eso convierta el trabajo escolar
en una especie de liga o competición en la que, probablemente,
ganarán los ricos y perderán los pobres, como suele ocurrir en
todas las ligas del mundo.
Lo
peor de la LOMCE no es que beneficie descaradamente a los colegios
privados y privados concertados (incluso
a los que separan a niños y niñas, como en
tiempos de Franco), aunque sea a costa de empobrecer a los centros
públicos.
No,
lo peor de la LOMCE no es ninguna de estas cosas tomadas
aisladamente, por muy dañinas que cada una de ellas resulte. Lo peor
es que todo forma parte de un plan que pretende inyectar en la médula
de nuestro sistema educativo un modelo socialmente segregador,
políticamente autoritario y económicamente neoliberal. Y ese es el
modelo del PP, es el modelo de la nueva derecha europea y es el
modelo de los grandes poderes económicos que están reventando el
planeta por todas las costuras.
Por
eso, porque la LOMCE es mucho peor de lo que a simple vista parece, a
veces nos cuesta entender que muchas familias sólo se preocupen por
la factura de los libros, que algunos alumnos sólo se indignen
cuando oyen hablar de reválidas o que una gran parte del profesorado
sufra la LOMCE en silencio como
si fuera una simple almorrana.
Felicidades, compañeros. No se puede resumir mejor, ni expresarse con más claridad.
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