Se consumó: una
parte de la cúpula del PSOE y de los poderes que la sustentan,
mediáticos y empresariales, han dado el gobierno al único partido
imputado por corrupción en la historia de nuestra democracia. No
estará de acuerdo una gran parte de la militancia socialista y lo
mismo sucederá con sus votantes, pero, a día de hoy y con honrosas
excepciones, la
dirección socialista ha hecho presidente del gobierno al presidente
del partido de la Gurtel.
A los socialistas
(¿socialistas?) que prepararon la decapitación no ya de Pedro
Sánchez sino de la resistencia a un gobierno del PP, les importó
menos desgarrar a su partido que garantizar que, en vivo o en
diferido, en este país todo siguiera siendo igual. Y ahora esos
dirigentes socialistas, a los que algunos llaman golpistas, han
preparado también el camino para las carteras ministeriales de
Cospedal y los suyos. El
socialista Page premiará con un ministerio a la especialista de la
simulación en diferido. Triste, muy triste.
Ya lo ha dicho,
certeramente, el secretario de los socialistas catalanes. Iceta ha
afirmado, entre dolido y sorprendido, que jamás hubiera imaginado
que la más grave
fisura entre PSOE y PSC pudiera ser provocada por
entregar el gobierno de España a la derecha. Vivir para ver.
Ahora Pedro Sánchez
anuncia con la voz quebrada que intentará, con el apoyo de las bases
socialistas, dar la vuelta a la tortilla que con alevosía otros le
voltearon. No sabemos cuánto hay en su empeño de verdadera
ideología socialdemócrata o cuánto de revancha interna, de deseo
de recuperar lo que las bases democráticamente le dieron. No sabemos
qué sucederá en el futuro inmediato del PSOE… pero sí sabemos
que en realidad parte de ese futuro está en manos de Rajoy, porque
los propios socialistas lo han entregado sin condiciones al
presidente del PP. Rajoy ya ha avisado en el discurso de investidura:
que se vayan olvidando de que se derriben las políticas que ha
llevado a cabo el PP. Cuando él quiera, cuando le convenga,
convocará elecciones y laminará al PSOE. Y
ni Susana Díaz ni García Page podrán impedirlo.
Echando la vista atrás,
al pasado marzo, es también procedente plantearse esta cuestión:
¿acertaron Izquierda Unida y Podemos oponiéndose a un gobierno en
minoría presidido por Sánchez? Respuestas habrá para todos los
gustos, y es cierto que aquella
decisión se tomó en función de las circunstancias que entonces se
daban… pero hoy, con Rajoy presidente, duele
sobremanera que, con una mayoría de izquierdas en las cortes, el
poder haya terminado en manos de la derecha de las tijeras y los
billetes de quinientos. Mucho tienen que meditar todas las
formaciones de izquierda sobre qué ha pasado y sobre cuáles deben
ser los pasos que se deben dar para dar la vuelta a esta situación.
Se abre ahora una nueva
etapa negra en nuestra reciente historia democrática. Triste, sí,
no porque haya mucha gente que vote al PP, sino por las malas artes
con las que se ha dinamitado la posibilidad de una alternativa de
gobierno. Por eso desde
las calles se ha contestado la investidura de Rajoy. Con absoluta
legitimidad democrática. Y con mucha razón, pues
suena a práctica mafiosa lo que ha sucedido en nuestro país en el
último mes, con la
destrucción del PSOE para que gobierne la derecha. Un
gobierno que ha llegado a serlo, sospechosamente, gracias a una
combinación de suicidio y asesinato político de su adversario. Un
gobierno, gracias a González y Page y Díaz, bajo sospecha, ni
disimulada, ni diferida.
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