Siendo
algunos de quienes escriben o leen muy mozos (otros ni habían nacido
seguramente), y en una España muy gris y triste, en momentos donde
había que mirar mucho alrededor antes de decir cualquier cosa, y en
un especialmente duro momento puntual, ya se comentaba de boca en
boca “¿en qué se parecen Carrero y Don Juan Tenorio? Pues en que
los dos saltaron la tapia del convento”. Cuesta hoy revivir el
clima de la época: el que estaba llamado a ser el sucesor de Franco,
aquella persona que el caudillísimo, tan solo dos años antes de su
muerte había nombrado Presidente del Gobierno, había sufrido un
atentado
terrorista. Pues bien, aun así, en semejantes momentos, era
rarísimo el español o española que no estuviera involucrado en
contar aquellas decenas de chistes sobre el asunto.
No
era solo el pueblo, tampoco se escapaban (eso sí, al menos un año y
medio después de muerto el dictador) de caer en la tentación los
profesionales. Ya muy extendido el chiste de Tip
y Coll que dejarían impreso en negro sobre blanco en uno de sus
libros. Cabe recordar que Coll estaba vinculado al PSOE (amigo
personal de F González) y Tip era muy, pero que muy de derechas.
Nadie pensó ni por un segundo que todos estos chistes fuesen motivo
para multa, censura, represión y mucho menos cárcel.
Aquí,
siempre hemos tenido una reacción inusualmente vertiginosa para
hacer chistes ante cualquier acontecimiento (ahora con eso de wassap
aún sorprende más). Y sí, es cierto, aquí hemos tenido mucha
tendencia al chiste, como también en ese maremágnum, al
descerebramiento, odio y ganas de hacer daño. Habría que
distinguir. Por ello, quien afirma y condena a Cassandra
Vera, la estudiante murciana de 21 años, de enaltecimiento al
terrorismo, parece que no sabe o no quiere discernir.
Partimos
de una
ley que sacaron PP y PSOE en su día, y que hoy, más
descontextualizada si cabe que entonces, sigue en vigor. La cosa
permite como que para según en qué Juzgado caigas, tus actos se
interpreten como una broma, o como un delito penal digno de cárcel.
Por cuestiones similares se ríen (o no) de tu broma o, por el
contrario, vas al talego y te inhabilitan por siete años para
cualquier cargo público. No es buen momento para resucitar a
Torquemada y su séquito de censores.
Entendemos
que la carrera judicial, el brazo que aplica la Ley, en esa función,
debe tener siempre un criterio contextual y de interpretación de la
misma, y más aún cuando dicha ley es lo ambigua y trasnochada.
Pareciera, que se espera de los jueces la inteligencia y la voluntad
de discernir. Por supuesto que no todo vale, pero tampoco se puede
caer en el nada vale. Nos lo han dicho por activa y por pasiva en
Europa. Discernir con criterio es el secreto. Entre el imbécil de
turno que enaltecido y envalentonado por la impersonalidad de las
redes se dedica a vomitar su puro y duro odio y amedrentamientos, a
quienes tiran (con buen, malo o pésimo gusto) del humor del siempre,
del humor de todos y todas, como por ejemplo el
de hace ya 44 años. Cuando la propia nieta
del afectado pide en carta abierta la absolución de la acusada,
parece que el discernimiento está servido en bandeja. Pero, en fin,
en tanto llegan leyes mejor confeccionadas y acordes al cambio de
tiempos, solo cabría insistir en esperar eso: Inteligencia y
voluntad. ¿Será posible dar con ellas?
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