sábado, 10 de junio de 2017

MEMORIA DE LOS NADIE


Como todo el mundo sabe, están los alguien y los nadie. Los alguien son la gente que figura en los libros de texto, la que escribe la historia. Son quienes aparecen en las portadas de los periódicos. Copan los informativos. Acumulan grandes fortunas, detentan el poder, manejan el cotarro. Sonríen constantemente. Molan. Los nadie, por el contrario, apenas ocupan una esquina de los manuales escolares, y siempre como objetos: no son sujetos de ningún proceso, no inventan, no aportan nada a la humanidad, son como niños grandes. O mejor dicho, como animales. Sólo sirven para trabajar, para ser explotados. Y como muy bien dijo Galeano, “cuestan menos que la bala que los mata”.

Nadies son las personas migrantes, que cuestan menos que las frágiles lanchas de plástico que los hunden en el mar.

Nadies son los refugiados, que cuestan menos que las concertinas que les cierran el paso y les desgarran la carne y el alma.

Nadies son los niños y niñas soldados, que cuestan menos que un gramo del coltán con el que funcionan nuestras malditas pantallitas electrónicas.

Nadies son los esclavos que trabajan en las maquilas de todo el mundo, y que cuestan menos que la etiqueta de la multinacional probablemente española que cosen en cada prenda.

Nadies son las víctimas sirias, afganas, somalíes, pakistaníes… que perecen como consecuencia de atentados yihadistas y cuestan menos tiempo en los noticieros que la gastroenteritis de cualquier estrella del fútbol.

Nadies son toda la población yemení, que está siendo bombardeada despiadadamente por Arabia Saudí y cuesta menos que el bolígrafo con el que se firman los contratos de ventas de armas a este país.

Nadies son todos los pueblos despojados de sus tierras (saharauis, palestinos, indígenas…), que cuestan menos que el esfuerzo que hacen nuestros gobernantes para girar el cuello y mirar hacia otro lado.

Sin embargo, a veces los nadies encuentran a otros nadies que son “conscientes de que son pobres”, pero también de que la desigualdad no es una ley natural. Ese es el caso de Antolín Pulido, que el pasado viernes 9 presentó Memoria de los nadie y el resto de su obra en la recién inaugurada sede de Izquierda Unida Albacete. Antolín, el Comandante, nació en Talavera del Tajo (mejor que “de la Reina”) en “una casa oscura (…) en medio de un huerto no propio, al lado de una ciudad asquerosa y medio mediocre, (…) con la comida justa, pero sin justicia”. A los 8 años un picoleto le suministró “unas cuantas docenas de metros de hostias” que le hicieron comprender quiénes eran los enemigos y quiénes eran los suyos. Asistió a un colegio religioso en el que los “gratuitos” como él pasaban por una puerta distinta para que los “hijos de papá” no se contaminasen con su miseria. Se formó como pedagogo y antropólogo en Cuba y México. Ha participado como brigadista en misiones de rescate de niños y niñas secuestrados, esclavizados o víctimas de la pedofilia o del tráfico de órganos por toda África y por toda América. También estuvo en la guerra de Bosnia. Ha vivido largos años en los campamentos saharauis y ha luchado con el Frente Polisario. La trilogía Memoria de los nadie es un compendio de relatos autobiográficos que describen la peripecia vital del autor. Se leen con pasión, con indignación, con asombro, con rabia, con admiración, en estado de estupefacción permanente. Cada página es como una herida por la que sangra el planeta. No siempre son fáciles de digerir las historias que cuenta Antolín. El lector se siente continuamente al borde del abismo, zarandeado por una realidad brutal. Pero es que ése es el mundo de los nadies. Eso es el mundo, en definitiva. Memoria de los nadie nos muestra la realidad que nos ocultan los medios de (des)información. Por eso, léanla. Aunque a veces resulte incómodo. Aunque en ocasiones den ganas de llorar o romperlo todo. Porque lo contrario significa huir, desentenderse y contribuir con nuestra ignorancia a que la humanidad se hunda aún más en la mierda.



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