domingo, 1 de julio de 2018

LGTBFILIA

El pasado jueves 28 se celebró en Albacete la manifestación del Orgullo LGTBIQ+. Acudió muchísima gente de toda clase, edad y condición, y discurrió entre el Altozano y la Caseta de los Jardinillos como una especie de fiesta ambulante repleta de colorido, música, bailes y buen rollo. No hubo incidentes, pero tampoco faltaron los insultos aislados de algunos energúmenos.

Porque, parece mentira, pero a estas alturas del siglo XXI la LGTBfobia aún existe. Existe como existen la caspa, la halitosis o la aerofagia. Y, por desgracia, la ciencia todavía no ha encontrado remedio a estas incómodas lacras. Aunque no hay que perder la esperanza. Quién sabe, a lo mejor algún tipo de terapia psiquiátrica blanda, con ejercicios de relajación, dinámicas de grupo y tal, pueda resultar efectiva con los homófobos más tibios, o con los que sufren sus prejuicios en la intimidad, como las almorranas. Para los elementos más recalcitrantes habría que estudiar otras opciones más, digamos, operativas, y en este sentido quizá en la tradición se pueda encontrar la solución. Por ejemplo, ¿por qué no intentarlo con el clásico electroshock o con la piadosa lobotomía? Muchos homosexuales fueron sometidos con “éxito” a estas prácticas hace no tanto tiempo. ¿Por qué no probar? Quizá ahora resulten útiles para curar a ciertas personas del odio que sienten hacia la diversidad afectivo sexual… ¡Sería por su bien! También podría considerarse la posibilidad de abrir “centros cerrados” de clasificación desde los cuales devolver a los fóbicos de cualquier pelaje a la Edad Media o a las cavernas, de donde quizá nunca deberían haber salido. En dichos lugares siempre se respetarían los derechos humanos, claro.

Pues sí, la LGTBfobia existe, pero nosotros, por el contrario, nos declaramos manifiestamente LGTBfílicos. Es decir, seguimos, atendemos, admiramos y queremos aprender del movimiento LGTBIQ+, con el mismo entusiasmo que los/las filólologos/as estudian y aprenden de sus respectivas lenguas o los/as filósofos/as aman y defienden el pensamiento. Admiramos al chico con pluma que le planta cara a los descerebrados de su clase del instituto o de su pueblo. Admiramos a la chica que sale del armario y expresa a los cuatro vientos su inclinación por las mujeres. Admiramos a los gais y lesbianas que se toman de la mano y se besan en público ante una sociedad en la que aún muchos cazurros y cazurras tuercen el gesto, lanzan un exabrupto o cuentan un chiste tan zafio como repugnante. Admiramos a las personas que llevan su coherencia de género hasta el punto de modificar su organismo para alinear su cuerpo con su alma. Admiramos a la gente queer que se niega a ser clasificada en ningún cajón estanco porque la vida es como un río, o como un viento que no admite ni fronteras ni límites. Admiramos al movimiento LQTBIQ+ porque se ha enfrentado con éxito a una iglesia enferma de intolerancia, porque ha conseguido que hasta formaciones como el PP o Ciudadanos incluyan las reivindicaciones arcoíris en sus agendas y, en definitiva, porque ha hecho saltar por los aires los viejos conceptos morales que han amargado la existencia de millones de seres humanos durante siglos.

En efecto, creemos que existen muchos motivos no sólo para admirar, sino también para aprender de la causa LGTBIQ+. De su concepto innegociable de la libertad. De su sentido profundo de la igualdad. De su práctica de la solidaridad como una herramienta de transformación político social. De su transversalidad. De su inclusividad. De su inteligencia a la hora de gestionar la diversidad. De su coraje. De su desparpajo. De su creatividad. De la alegría efervescente con que impregnan sus movilizaciones… Ahora mismo se están debatiendo los procesos de confluencia en los distintos entornos de la izquierda alternativa. Ojalá que las organizaciones “del cambio” o los sindicatos fuesen capaces de movilizar a la mitad (por decir algo) de los jóvenes que han participado en las manifestaciones del Día del Orgullo. Ojalá tomen nota y aprendan, en serio. Porque el modelo LGTBIQ+ es una de las pocas armas realmente “cargadas de de futuro” de que disponemos para transformar la sociedad.








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