A finales del siglo XV, como consecuencia de la presión
demográfica, la ocupación otomana de Constantinopla, los avances en
las técnicas de navegación, la cartografía y tal y tal, los
europeos, encabezados por Castilla, se lanzaron a la conquista y
colonización de América. El objetivo, camuflado como de costumbre
con argumentos evangélicos y humanitarios, era la obtención de
riquezas (principalmente oro) mediante la explotación intensiva del
territorio y de la población indígena. El resultado no se hizo
esperar. Según algunas estimaciones, el
continente pudo perder hasta un 90% de habitantes
entre los años 1500 y 1650. Ése es, en resumen, el saldo
civilizatorio de la llegada de los invasores europeos, además de la
esquilmación de los recursos, la implantación de estructuras
sociales oligárquicas, la institucionalización del racismo y el
arrasamiento de las culturas locales. Ya en 1511, el fraile dominico
Antonio
de Montesinos advirtió a las autoridades de La
Española: “Todos estáis en pecado mortal (…) por la crueldad y
tiranía que usáis con estas inocentes gentes.” Siglos después,
los procesos de independencia consolidaron en el poder a unas élites
criollas no menos depredadoras que las autoridades colonizadoras, y
cuando “los
nadie”, que diría Eduardo Galeano, intentaron
alguna vez transformar la realidad, el “hermano mayor” del Norte
se encargó de machacar a sangre y fuego la iniciativa. Hoy, miles y
miles de “soñadores” latinoamericanos atraviesan el continente a
lomos de trenes infernales, intentan salvar los muros de la vergüenza
estadounidenses y se enfrentan a políticas
anti inmigratorias de una crueldad difícil de concebir
en el siglo XXI.
Con las lógicas diferencias espacio-temporales, algo muy similar
ocurrió con África desde más o menos la mitad del siglo XIX. Era
la época de la Revolución Industrial. Europa necesitaba materias
primas, mano de obra “barata”, nuevos mercados… y todo ello
coincidió con la invención del ferrocarril, el barco de vapor, el
automóvil, el telégrafo, el teléfono… El festín estaba servido.
Las naciones europeas (cuanto más poderosas, más) arramblaron con
cuantas riquezas encontraron en desiertos o selvas, construyeron
infraestructuras en beneficio propio y, finalmente, dividieron el
territorio en estados artificiales dirigidos por dictadorzuelos tan
dóciles como sanguinarios. Para rematar la faena, tras la
descolonización impusieron una especie de comercio circular
consistente en el intercambio de (es sólo un ejemplo) diamantes de
sangre o coltán de lágrimas por armas. ¡Y negocio
redondo! ¡Cuantos más conflictos en el continente
africano, más cuartos a la “buchaca”!
Ahora bien, como a la gente, ya ves tú, no le gusta ni morirse de
hambre ni que la maten en guerras interminables, pues intenta buscar
un futuro mejor para sí misma y para los suyos. Por eso muchos
chicos y chicas abandonan sus regiones empobrecidas, expoliadas,
arrasadas por la codicia de los “países desarrollados”, se
desplazan miles de kilómetros y se juegan la vida con
la esperanza de que los hermanos blancos al menos respeten los
derechos que les corresponden como seres humanos. Pero lo que se
encuentran estos nuevos “parias de la tierra” son legislaciones
implacables, vallas coronadas de concertinas, campos de
concentración, policías o gendarmes que los acosan, gobernantes que
se refieren a ellos (y ellas) como “carne
humana” y son capaces de dejarlos a la deriva en el
mar, junto a los niños que los acompañan, durante semanas…
Estamos viendo y oyendo cosas horribles, pero no es de extrañar en
los tiempos que corren. Salvini es un fascista más o menos
camuflado, o sea… Tampoco nos deben extrañar (aunque sí
movilizar) los discursos alarmistas de PP y C’s, enzarzados como
están en una lucha histérica por el voto de la ultraderecha. Sin
embargo, lo que al respecto resulta muy difícil de entender es que
los que recientemente han deportado a 116 personas en situación de
vulnerabilidad extrema, contradiciendo su propio programa
electoral, contraviniendo las sentencias del Tribunal
Europeo de Derechos Humanos, mereciendo la crítica
de todas las organizaciones que trabajan en el sector
y recibiendo el aplauso
de diversas formaciones xenófobas alemanas, sean los
mismos que de vez en cuando se vienen arriba, levantan el puñito y
cantan sin pestañear aquello de “arriba
los pobres del mundo, en pie los esclavos sin pan…”.
Eso cuesta mucho entenderlo.
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