domingo, 2 de septiembre de 2018

ARRIBA LOS POBRES DEL MUNDO


La historia viene a ser la siguiente (no descubrimos nada nuevo, pero quizá está bien recordarla).

A finales del siglo XV, como consecuencia de la presión demográfica, la ocupación otomana de Constantinopla, los avances en las técnicas de navegación, la cartografía y tal y tal, los europeos, encabezados por Castilla, se lanzaron a la conquista y colonización de América. El objetivo, camuflado como de costumbre con argumentos evangélicos y humanitarios, era la obtención de riquezas (principalmente oro) mediante la explotación intensiva del territorio y de la población indígena. El resultado no se hizo esperar. Según algunas estimaciones, el continente pudo perder hasta un 90% de habitantes entre los años 1500 y 1650. Ése es, en resumen, el saldo civilizatorio de la llegada de los invasores europeos, además de la esquilmación de los recursos, la implantación de estructuras sociales oligárquicas, la institucionalización del racismo y el arrasamiento de las culturas locales. Ya en 1511, el fraile dominico Antonio de Montesinos advirtió a las autoridades de La Española: “Todos estáis en pecado mortal (…) por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes.” Siglos después, los procesos de independencia consolidaron en el poder a unas élites criollas no menos depredadoras que las autoridades colonizadoras, y cuando “los nadie”, que diría Eduardo Galeano, intentaron alguna vez transformar la realidad, el “hermano mayor” del Norte se encargó de machacar a sangre y fuego la iniciativa. Hoy, miles y miles de “soñadores” latinoamericanos atraviesan el continente a lomos de trenes infernales, intentan salvar los muros de la vergüenza estadounidenses y se enfrentan a políticas anti inmigratorias de una crueldad difícil de concebir en el siglo XXI.
Con las lógicas diferencias espacio-temporales, algo muy similar ocurrió con África desde más o menos la mitad del siglo XIX. Era la época de la Revolución Industrial. Europa necesitaba materias primas, mano de obra “barata”, nuevos mercados… y todo ello coincidió con la invención del ferrocarril, el barco de vapor, el automóvil, el telégrafo, el teléfono… El festín estaba servido. Las naciones europeas (cuanto más poderosas, más) arramblaron con cuantas riquezas encontraron en desiertos o selvas, construyeron infraestructuras en beneficio propio y, finalmente, dividieron el territorio en estados artificiales dirigidos por dictadorzuelos tan dóciles como sanguinarios. Para rematar la faena, tras la descolonización impusieron una especie de comercio circular consistente en el intercambio de (es sólo un ejemplo) diamantes de sangre o coltán de lágrimas por armas. ¡Y negocio redondo! ¡Cuantos más conflictos en el continente africano, más cuartos a la “buchaca”!
Ahora bien, como a la gente, ya ves tú, no le gusta ni morirse de hambre ni que la maten en guerras interminables, pues intenta buscar un futuro mejor para sí misma y para los suyos. Por eso muchos chicos y chicas abandonan sus regiones empobrecidas, expoliadas, arrasadas por la codicia de los “países desarrollados”, se desplazan miles de kilómetros y se juegan la vida con la esperanza de que los hermanos blancos al menos respeten los derechos que les corresponden como seres humanos. Pero lo que se encuentran estos nuevos “parias de la tierra” son legislaciones implacables, vallas coronadas de concertinas, campos de concentración, policías o gendarmes que los acosan, gobernantes que se refieren a ellos (y ellas) como “carne humana” y son capaces de dejarlos a la deriva en el mar, junto a los niños que los acompañan, durante semanas… Estamos viendo y oyendo cosas horribles, pero no es de extrañar en los tiempos que corren. Salvini es un fascista más o menos camuflado, o sea… Tampoco nos deben extrañar (aunque sí movilizar) los discursos alarmistas de PP y C’s, enzarzados como están en una lucha histérica por el voto de la ultraderecha. Sin embargo, lo que al respecto resulta muy difícil de entender es que los que recientemente han deportado a 116 personas en situación de vulnerabilidad extrema, contradiciendo su propio programa electoral, contraviniendo las sentencias del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, mereciendo la crítica de todas las organizaciones que trabajan en el sector y recibiendo el aplauso de diversas formaciones xenófobas alemanas, sean los mismos que de vez en cuando se vienen arriba, levantan el puñito y cantan sin pestañear aquello de “arriba los pobres del mundo, en pie los esclavos sin pan…”. Eso cuesta mucho entenderlo.



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