viernes, 11 de octubre de 2019

NI MENTALIDADES, NI LECHES


Suele decirse (y queda muy equidistante y muy guay) que no se puede juzgar el pasado con la mentalidad del presente. Pero tal aseveración choca con dos obviedades. La primera, que nuestro cerebro sólo nos permite juzgar con los esquemas mentales de nuestro tiempo. La segunda, que en cada momento histórico existen múltiples mentalidades, diversas y, frecuentemente, contrapuestas.
Llevado el razonamiento al 12 de octubre, algunos justifican los crímenes cometidos durante la conquista de América alegando que entonces había otra mentalidad, de manera que explotar y matar a los indios y violar a las indias era lo normal y todos lo hacían y tal y tal… Curiosamente, esos mismos opinadores tienden a ignorar otras mentalidades vigentes en la época como, por ejemplo, la de los vencidos. Un canto mexica lamentaba: “(…) En las paredes están salpicados los sesos. Rojas están las aguas (…). Llorad, amigos míos”. De igual forma, por lo general soslayan la visión de innumerables personas decentes que, exponiendo sus vidas, denunciaron la masacre. Fray Antonio de Montesinos amenazó en 1511 al mismísimo Diego Colón: “Todos estáis en pecado mortal, y en él vivís y morís por la crueldad y tiranía que usáis con estas gentes”. Fray Bartolomé de las Casas relató cómo los conquistadores trataban a la población indígena como “estiércol de las plazas”, porque sólo aspiraban a “henchirse de riquezas en muy breves días”. Felipe Guamán informó a Felipe III de que los corregidores “no temen a Dios ni a la justicia”, sino que “destruyen, roban y castigan cruelmente”…
O sea, que ni mentalidades, ni leches. Aquello no fue el resultado de una cosmovisión universalmente aceptada, sino una orgía de codicias, una inmensa escabechina que redujo la población del continente de cien millones en 1492 a tres en 1650, según datos de Cook y Borah. Y celebrarlo con misas y desfiles militares es un gesto de chulería supremacista más propio del Día de la Raza que de ningún Día de la Hispanidad. Nosotros, desde luego, le haremos caso a George Brassens, y cuando arranque la fiesta nacional, “nos quedaremos en la cama igual”.









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