De
que los turcos, el pueblo turco, los ciudadanos turcos, puedan ser
nuestros amigos, no tenemos ninguna duda. No nos dejamos engañar por
el nacionalismo, no confundimos estado y pueblo, no pensamos que el
gobierno de un país sea lo mismo que su gente. Pero nuestro aliado
en la OTAN, en el estado turco dirigido por el gobierno de Erdogan,
está llevando a cabo crímenes que no pueden admitirse en un aliado
de las democracias occidentales.
Las
acciones de Turquía contra el pueblo kurdo en Siria e Irak, y por
supuesto en Turquía, son una mezcla de agresión injustificable,
desprecio del derecho, ignorancia y ceguera. Erdogan ataca al único ejército de tierra regular que ha sido capaz de frenar las
atrocidades del ISIS, a los únicos hombres y mujeres que han mirado
cara a cara y han capturado y encerrado a los terroristas que con
razón tanto asustan a Europa. A sangre fría, ha anunciado y llevado
a cabo una ofensiva que provoca miles de muertos, decenas de miles de
nuevos refugiados y la liberación de miles de combatientes del ISIS.
Cuando
la Unión Europea atina finalmente a alzar la voz tímidamente
criticando sus acciones, Erdogan amenaza con abrir la puerta a los
millones de refugiados que retiene en su suelo, pagado por los
europeos para ello… y entonces Europa calla y mira hacia otro lado.
Y no se la vuelve a escuchar. Hay acciones, amparadas por el derecho
internacional y Naciones Unidas, que podrían adoptarse contra
Turquía. Pero es aliado militar en la OTAN, de Europa y de
Washington, y es el perro guardián que la Unión Europea utiliza
para mantener a raya a los que huyen de guerras y violenta pobreza.
Lo tienen muy difícil, los valientes kurdos.
Paralela a la pasividad o inoperancia europea camina la ceguera de
Trump, abandonando a los kurdos ante los turcos. Pero la dejadez
americana ha tenido como respuesta la rápida ocupación rusa de las
abandonadas bases estadounidenses. Y, entonces sí, Turquía ha
detenido su ofensiva. ¿Será que la fuerza solo entiende a la
fuerza?
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