Es
cierto que siempre los hemos visto como los raros de Europa. Viven
aislados de los demás, en el más estricto sentido de la palabra,
conducen por la izquierda, no se sabe muy bien qué cosas comen, por
no nombrar lo del innombrable Peñón. No, los británicos nunca se
han hecho mucho de querer y bien que nos aprendimos aquello tan
napoleónico de “La pérfida Albión”. Por ello, es fácil que
nos salga aquello tan de machito despechado de ¿qué se quieren ir?
¡pues que se vayan y buen viaje lleven! Pero la cosa no es esa. Son
las miles de lecturas internas y externas que se pueden sacar de esto
del Brexit.
Vale
que sabíamos que había muchos de los que pensaban aquello de que
“¿cómo alguien puede vivir sabiendo que no es británico?”,
pero no los hacíamos en estas.
Decía
Rodríguez Ibarra “si yo hubiera sabido que mi partido predica una
cultura asamblearia, yo no estaría en el PSOE si no que estaría en
el Partido Comunista”, para luego, al perder la oficialista Susana
Díaz frente al alternativo Pedro Sánchez añadir: “si se le
pregunta a un socialista, siempre votará en contra de lo que diga su
dirección”. No sabemos si un poco de esto pudo haber habido en el
referéndum sobre el Brexit , pero sin duda eso que llaman el
establishment, acaba por hacerse detestable en doble cara: uno por lo
que significa en sí mismo, y otro, como ya hiciera con la
presidencia de EEUU, porque acaba por arrastrar a las masas a las
posturas más irreflexivamente dañinas.
Para
empezar, se ha sumido al país en un debate generacional donde los
jóvenes acaban por mirar mal a los de mayor edad, quienes ya “con
todo hecho”, pero con lógica y justa voz, han decidido por su
futuro. Y así se han generado polos sobre urbano/rural, buena
formación/escasa formación, Escocia/no Escocia, etc. etc. El
proceso deja cadáveres políticos en el camino, especialmente entre
los laboristas, filas entre las que hubo claros disidentes y marcadas
posiciones de ambigüedad (esto de que en un mismo partido haya
posiciones diferentes, suena raro por aquí). Por el contrario,
personajes como Nigel Farage, al que se dio por hundido al verse
obligado a reconocer que mintió descarada e insistentemente en
campaña, pues nuevamente está en la pomada (de esas cosas sabemos
aquí: ni mentiras ni corrupción pasan factura política,
especialmente en la derecha).
Ahora,
tras el goodbay, la pregunta tal vez sea no quién pierde y quién
gana, sino que es quién pierde más y quién menos. Andar dividiendo
pareciera que es como perder fuerzas por todos lados, y hacerlo para
seguir con un mismo sistema y unas mismas normas de juego, no se
ofrece en principio como algo muy inteligente. Corren tiempos de
votar más con el páncreas que con el cerebro.
Por
hablar en los términos que interesaban a quienes propusieron la
maniobra, el Open Europe, uno de los principales “think-tanks”
(laboratorio de ideas) ingleses y de Bruselas, afirmaba que aunque
esto no fuera una única estocada mortal, sería más bien una
hemorragia para su crecimiento en los próximos 15 años. Tampoco
parecen eufóricos ni el Banco de Inglaterra ni “La City”, por no
recordar que el Reino Unido es el principal socio comercial de
Alemania y digan lo que digan, no queda claro cómo va a quedar ahora
la cuestión. Insistimos, eso por hablar en los términos que son de
su principal interés, porque por ejemplo, en Sanidad se sabe que no
son autosuficientes…
En
fin, que no estamos aquí para ser agoreros, ni con ellos ni con
nosotros, sino para plantear cuán de curioso es esto de la política
y cómo de fácil es tocar ciertas fibras, aún a costa de enfangarse
en la más profunda de las incertidumbres. La pregunta fue ¿Debería
el Reino Unido permanecer como miembro de la Unión Europea?, la
participación un 72,2%, el SI un 48.1 % y el NO 51.9 %. Y ya
está, se han ido.
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